La furia

Hoy, muchos, se han ocupado de ese asunto que tantas conciencias ha removido.

En realidad, lo único especial del suceso es la rapidez con la que ha quedado resuelto. Se nos dice por parte del abogado, que su cliente ha sufrido un «linchamiento moral del que tardará años en recuperarse».

¡Paparruchas! Su cliente es un suertudo. Sólo le han jodido durante unos pocos días. Las barbaridades que se han dicho en este caso no son especialmente peores que las que oímos en otros similares. Sólo sucede que están muy cerca como para poder olvidarlas. Así que la gente y los periodistas (esos magníficos periodistas progres que pedían la pena de muerte o que se pudra en la cárcel «hasta que se muera») no han podido mirar hacia otro lado.

Ahora la gente le pide perdón, y aparece como la víctima que es. Seguro que sus vecinos le reciben con aplausos y reflexionando, tanto, tanto, como lo que dure en aparecer otro hijoputa igual (mmm… quizás no he escogido bien las palabras).

No. Lo verdaderamente jodido sería que la solución no hubiera sido tan sencilla ni tan rápida. Que hubiera tenido que soportar, antes de la absolución, una instrucción de dos o tres años y, a lo mejor, un juicio.

De haber ocurrido eso, se habría convertido de verdad en una mierda. Y nadie le habría pedido perdón, porque habría pasado mucho tiempo desde el «juicio» popular. Y además, ¿por qué pedir perdón si hay algún indicio en su contra? Porque, si le acusan, es por algo, eso seguro. ¿Qué más da cuál sea el resultado final? Sus vecinos le verían como el tipo ese que se ha salvado gracias a alguna triquiñuela, y los periodistas ni se acordarían de su cara.

Este caso, en realidad, no sirve para ejemplarizar. Todo lo más (y durante un período breve de tiempo) los periodistas (por si las moscas), esperarán a tener un auto de imputación para condenar.

Este caso sólo demuestra que, incluso para el linchamiento, hay que guardar las formas.

Por ejemplo, hablar en tercera persona, como hace, responsablemente, el ABC:

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