Voy a intentar algo. Algo que me han pedido varias personas. Una vez por semana escribiré una mezcla entre obras imprescindibles y obras que me gustan especialmente. Voy a seguir un orden más o menos cronológico, acompañando las obras con una pequeña introducción, sobre todo cuando se trate de géneros o épocas menos usuales.
No tengo claro cuántas obras hay que incluir, así que no sé cuánto durará esta serie. Lógicamente depende de que la música esté disponible, aunque intentaré ir subiendo ejemplos que no encuentre y que me parezca que tienen que estar. En ocasiones sólo indicaré la obra (si es especialmente larga) y ¡tendrán que buscarla ustedes!
Una ventaja de una serie así es que cualquiera puede dejar clara su opinión acerca de mi ignorancia supina, regalándonos ejemplos adecuados. Así ganamos todos.
Salvo en muy contadas ocasiones, no me referiré a interpretaciones de las obras. Es mucho más importante escuchar la música que discutir sobre cuál es la mejor interpretación. Siempre he pensado que los melómanos pierden demasiado tiempo con esos debates, que a menudo ocultan simple ignorancia sobre lo verdaderamente difícil: conocer las obras y a sus autores. Y es muy habitual, cuando empiezas a escuchar música clásica, que te dejes engatusar por gente que pretende que oigas la diferencia entre la copia 100 y la 10.000 de un vinilo o que discute sobre los méritos respectivos de intérpretes maravillosos, denigrando al que no es de su cuerda, cuando todos tienen un nivel extraordinario.
Empezaré la próxima semana, pero, como se hace en estas colecciones, les dejo aquí la obra 0, por un módico precio de salida, para que vayan haciendo boca:
OBRA CERO: el motete O magnum mysterium, de Tomás Luis de Victoria.
Ya hablaremos de Victoria, cuando toque.