Acabo de despedir a mi jefe de campaña. Soy una persona tolerante, y puedo llegar a comprender muchos «vicios» privados. ¿Quién no tiene alguno? Siempre, claro, que no afecten al trabajo. Si se quiere ofrecer una alternativa ilusionante, basada en el esfuerzo, en el compromiso, en la eficacia, hay que ser duro con los que, por la razón estupefaciente que sea, producen cosas como ésta:
