Estos días he recordado que un verano, uno de mis hermanos mayores, nos dio el coñazo con un disco. Era un sencillo que ponía una y otra vez. Debió de terminar destrozado.
Yo debía tener como diez años, y él, tres más.
No sé si se acordará:
Cuando terminaba una cara, ponía la otra:
Vaya verano nos dio.
Se empeñó en llevar una melena como Tony Ronald, y lo consiguió.
Un par de años más tarde, yo tenía que hacer un trabajo para la clase de religión. Un trabajo sobre la libertad. Había que buscar canciones sobre el tema, y la verdad, aparte del Libre de Nino Bravo, no sabía que otra canción me podía servir. Mi hermano me convenció para llevar varias canciones de Silvio Rodríguez. Él estaba seguro de que todas tenían que ver con la libertad y yo, que no entendía nada de lo que decía el tipo ese de la voz aflautada, para salir del paso, me dejé convencer. El profesor se cabreó conmigo, porque decía que ni Ojalá, ni Qué se puede hacer con el amor, ni Te doy una canción, ni ya no me acuerdo qué otras tenían nada que ver con la libertad y además el cantante desafinaba (ya ven qué oído más excelente el del profesor).
Esas canciones se quedaron allí, en el recuerdo. Y pronto me apunté a la afición de otro de mis hermanos por Wagner y Stravinski, y dejé todas las obras que no tuviesen una duración superior a la media hora para los ignorantes.
Y como, además, Silvio y compañía eran producto de algo que muy pronto empecé a ver con antipatía, no les presté atención. Hace poco, sin embargo, por cachondeo y para atacar los nervios de los que me rodean, empecé a poner las canciones de Silvio Rodríguez que recordaba, y luego he ido añadiendo otras que no conocía. Algunas suenan muy bien.
Les dejo una que me ha recomendado un amigo.
Las cuatro esquinas del mundo 