No estamos solos en el Universo

Llovizna en Madrid. Al cruzar la calle del Príncipe de Vergara, con el paraguas abierto en la mano izquierda y un libro abierto en la derecha, en el centro de la calle, al notar, de reojo, que venía gente de frente, he levantado la mirada y me he encontrado con una mujer rubia, con un paraguas en la mano derecha y un libro abierto en la izquierda. Nos hemos mirado y nos hemos reconocido.

59 comentarios en “No estamos solos en el Universo

  1. Je,je,je,je!!! Esa estampa de Tse, por la calle, leyendo y sin enterarse de nada me suena.

    Eso sí, hay que fastidiarse: cuando una servidora se lo ha encontrado así, oyes, ni levantaba la mirada ni leches. Es más, alguna que otra vez la levantaba pero ni reparaba en que estaba yo, Brazil, a 0,5 metros de él. No es coña. Pero… Mira tú por dónde, aparece una rubia y qué vista y atención el tío. Seguro que hasta se acuerda del color del abrigo. Es más, diría que hasta sabría decir si era abrigo, plumas o gabardina.

    Qué tío.

    Amigos…

  2. Sí, Tse, sí, todo muy espiritual. «Caballería espiritual», dice. No está solo en el Universo. Le acompaña una rubia con gabardina clara. Qué espiritual.

  3. Por cierto, que tuve un noviete que siempre me decía que lo suyo con sus amigas era «muy espiritual». Mejor no comentó cómo terminé con aquel noviete pero Ustedes versados ya en la vida se podrán imaginar.

  4. –Hoy el señor, el conde, el margrave Aglie, o lo que sea, ha pronunciado una frase fundamental –dijo Belbo–. Caballería espiritual. Los desprecia, pero se siente unido a ellos por un vinculo de caballeria espiritual.

    Creo que lo entiendo.

    –¿En qué sentido? –preguntamos.

    Belbo ya andaba por el tercer gin martini (whisky por la noche, sostenía, porque calma e induce a la reverie; gin martini al final de la tarde, porque estimula y vigoriza). Empezó a hablarnos de su infancia como ya lo había hecho una vez conmigo.

    –Era entre 1943 y 1945, quiero decir en el periodo de transición del fascismo a la democracia, luego, de nuevo, a la dictadura de la República de Salo, pero con la guerra partisana en las montañas. Al comienzo de esta historia yo tenía once años, y vivía en casa del tío Carlo. Nosotros vivíamos en la ciudad, pero en 1943, los bombardeos se habían hecho más frecuentes, y mi madre había decidido que
    debíamos evacuar la ciudad, como se decía entonces. En el pueblo vivían el tío Carlo y la tía Caterina. El tío Carlo procedía de una familia de agricultores, y había heredado la casa, con cierta cantidad de tierra, cedida en aparcería a un tal Adelino Canepa.

    El aparcero labraba, cosechaba el trigo, hacía el vino, y entregaba la mitad de la ganancia al propietario. Las relaciones eran tensas, claro, el aparcero se consideraba explotado, y el propietario también, porque sólo percibía la mitad del producto de sus tierras. Los propietarios odiaban a los aparceros y los aparceros odiaban a los propietarios. Pero convivían, en el caso del tío Carlo. En el catorce, el tío Carlo se había alistado como voluntario en el cuerpo de los alpinos. Piamontés hecho y derecho, todo deber y amor a la patria, había llegado a teniente y luego a capitán. Síntesis, en una batalla librada en el Carso le había tocado estar junto a un soldado idiota que había hecho que una granada le estallase entre las manos; si no, ¿por qué las habrían llamado granadas de mano? Pues bien, ya iban a arrojarle a la fosa común cuando un enfermero advirtió que aún vivía. Le llevaron a un hospital de campaña, le quitaron un ojo, que ya colgaba fuera de la órbita, le amputaron un brazo y, según decía la tía Caterina, le insertaron una placa de metal bajo el cuero cabelludo, porque había perdido un trozo de caja craneana. Vamos, una obra maestra de la cirugía, por una parte y un héroe, por otra. Medalla de plata, cruz de caballero de la corona de Italia y, después de la guerra, un puesto asegurado en la administración pública. Al tío Carlo le designaron como recaudador de impuestos, donde había heredado la propiedad de su familia, de modo que había ido a vivir en la casa solariega, junto con Adelino Canepa y su familia. El tío Carlo, en su calidad de recaudador de impuestos, era un notable del lugar. Y como mutilado de guerra y caballero de la corona de Italia no podía dejar de
    simpatizar con el gobierno, que a la sazón era la dictadura fascista. ¿Era fascista el tío Carlo? En la medida en que, como se decía en el sesenta y ocho, el fascismo había revalorizado a los ex combatientes y los premiaba con medallas y promociones, puede decirse que el tío Carlo era moderadamente fascista. Lo suficiente como para ganarse el odio de Adelino Canepa, que en cambio era antifascista, y por razones muy claras. Tenía que ir a verle cada año para formular su declaración de la renta. Llegaba a su despacho con aire de complicidad y petulancia, después de haber tratado de seducir a la tía Caterina con unas docenas de huevos. Y se encontraba frente al tío Carlo, que no sólo como héroe era incorruptible sino que también sabía mejor que nadie cuánto le había robado Canepa durante el año, y no le perdonaba ni un céntimo. Adelino Canepa se consideró víctima de la dictadura y empezó a difundir calumnias sobre el tío Carlo.

    Uno vivía en la planta alta y el otro en la planta baja, se cruzaban por la mañana y por la noche, pero ya no se saludaban. Los contactos se hacían a través de la tía Caterina y, después de nuestra llegada, a través de mi madre, a quien Adelino Canepa expresaba toda su simpatía y comprensión por el hecho de ser cuñada de un monstruo. El tío regresaba, siempre a las seis de la tarde, con su traje cruzado gris, su sombrero y un ejemplar de La Stampa que aún no había leído. Andaba bien erguido, como buen alpino, el ojo gris clavado en la cima que debía conquistar. Pasaba por delante de Adelino Canepa, que a esa hora tomaba el fresco en un banco del jardín, y era como si no lo hubiese visto. Después se cruzaba con la señora Canepa en la puerta de la planta baja y se quitaba ceremoniosamente el sombrero. Así todas las tardes, año tras año.

    Eran las ocho, Lorenza Pellegrini no llegaba como había prometido Belbo iba por el quinto gin martini.

    –Llegó 1943. Una mañana el tío Carlo entró en nuestras habitaciones, me despertó con un gran beso y dijo: ¿Quieres conocer la noticia más importante del año? Muchacho, han derrocado a Mussolini. Nunca conseguí saber si aquello había sido un golpe para el tío Carlo. Era un ciudadano intachable y un servidor del Estado. Si sufrió, nunca dijo nada, y siguió recaudando impuestos para el gobierno de Badoglio. Después llego el ocho de septiembre, la zona en que vivíamos cayó bajo el control de la República Social y el tío Carlo se adaptó a la nueva situación. Recaudo impuestos para la República Social. Entretanto, Adelino Canepa se jactaba de sus contactos con los primeros grupos partisanos, allá en la montaña, y prometía venganzas ejemplares. Nosotros, los chavales, aún no sabíamos quiénes eran los partisanos. Inventábamos cosas sobre ellos, pero ninguno los había visto. Se hablaba de un jefe de los seguidores de Badoglio, un tal Terzi (un apodo, claro, como se usaba entonces, y muchos decían que lo había tomado del personaje del tebeo, el amigo de Dick Fulmine), ex brigada de carabineros, que en los primeros combates contra los fascistas y las SS había perdido una pierna, y que dirigía a todas las brigadas de las colinas. Y sucedió lo que tenía que suceder.

    Un día los partisanos aparecieron en el pueblo. Habían bajado de las colinas y recorrían las calles, todavía sin uniforme definido, con pañuelos azules, disparaban al aire ráfagas de metralleta, para anunciar que estaban allí. La noticia corrió de boca en boca, todo el mundo se encerró en su casa, aún no se sabia qué clase de gente eran. La tía Caterina expresó cierta inquietud, al fin y al cabo decían que eran amigos de Adelino Canepa, o al menos Adelino Canepa
    decía que era su amigo, ¿no irían a hacerle algo al tío Carlo? Lo hicieron. Nos avisaron que a eso de las once un grupo de partisanos había entrado en la oficina de impuestos empuñando las metralletas y había detenido al tío Carlo llevándoselo luego a un sitio desconocido. La tía Caterina se echó en la cama, empezó a secretar una espuma blancuzca por la boca y declaró que matarían al tío Carlo. Bastaba con un culatazo en la cabeza, y como tenía esa placa debajo del cuero cabelludo, moriría instantáneamente. Atraído por los gritos de la tía, acudió Adelino Canepa, con mujer e hijos. La tía le dijo a gritos que era un Judas, que era él quien había denunciado al tío Carlo a los partisanos porque recaudaba impuestos para la República Social. Adelino Canepa juro por lo más sagrado que no era cierto, pero era evidente que se sentía responsable porque se había ido de la boca un poquito
    de más. La tía le echó. Adelino Canepa lloró, apeló a mi madre, recordó todas las veces que le había dado un conejo o un pollo por una cifra ridícula, mi madre se encerró en un digno silencio, la tía Caterina seguía soltando espuma blancuzca. Yo lloraba. Por último, al cabo de dos horas de calvario, oímos gritos, y apareció el tío Carlo en bicicleta, conduciendo con su único brazo, y parecía como si regresase de dar un paseo. En seguida vio el alboroto en el jardín y tuvo la caradura de preguntar qué había sucedido. Detestaba los dramas, como toda la gente de nuestra región. Subió, se acercó al lecho de dolor de la tía Caterina, que aún pataleaba con las piernas enclenques, y le preguntó por qué estaba tan agitada.

    –¿Qué había sucedido?

    –Había sucedido que probablemente los guerrilleros de Terzi habían prestado oídos a las murmuraciones de Adelino Canepa y habían tomado al tío Carlo por uno de los representantes locales del régimen, entonces le habían detenido para dar una lección a todo el pueblo. El tío Carlo había sido conducido hasta las afueras en un camión y se había encontrado frente a Terzi, resplandeciente en sus medallas de guerra, la metralleta en la mano derecha, la izquierda apoyada en la muleta. Y el tío Carlo, pero no creo que fuera por astucia, había sido instinto, costumbre, ritual caballeresco, se había cuadrado y había procedido a presentarse: mayor de los alpinos Carlo Covasso, mutilado y gran inválido de guerra, medalla de plata.

    Y Terzi también se había cuadrado y se había presentado: brigada Rebaudengo, del Real Cuerpo de Carabineros, comandante de la unidad badogliana Bettino Ricasoli, medalla de bronce. ¿Dónde?, había preguntado el tío Carlo. Y Terzi,
    subalterno: Pordoi, señor mayor, cota 327. Rediós había dicho el tío Carlo, ¡yo estaba en cota 328, tercer regimiento, Sasso di Stria! ¿La batalla del solsticio? La batalla del solsticio. ¿El cañoneo del monte Cinque Dita? Cojones si lo recuerdo.
    ¿Y aquel asalto con bayoneta la víspera de San Crispino? ¡La madre que lo parió! Vamos, ese tipo de cosas. Después, uno sin un brazo y el otro sin una pierna, como un solo hombre, habían dado un paso hacia adelante y se habían fundido en un abrazo. Terzi le había dicho, vea caballero, vea señor mayor, hemos sabido que usted recauda impuestos para el gobierno fascista sometido al invasor. Vea, comandante, le había dicho el tío Carlo, tengo familia y recibo el sueldo del gobierno central, que es el que es, pero al que yo no he escogido, ¿usted qué haría en mi lugar? Estimado mayor, le había respondido Terzi, en su lugar haría como usted, pero al menos trate de demorar los trámites tómeselo con calma. Lo intentaré, le había dicho el tío Carlo, no tengo nada contra ustedes, también ustedes son hijos de Italia y valerosos combatientes. Creo que se entendieron porque los dos decían Patria con P mayúscula. Luego Terzi había ordenado que le dieran una bicicleta al mayor y el tío Carlo había regresado. Adelino Canepa no se dejó ver durante unos meses. Bueno, yo no sé si la caballería espiritual se parece a esto, pero, desde luego, son vínculos que están por encima de los bandos.

  5. Oiga, Tse, no me venga con sus réplicas de jurista experimentado que conmigo no funcionan. Vamos, hombre, como si me hubiera bajado de un despacho de abogados ayer mismo.

  6. Funes, le muestro el camino:

    Imaginemos, sub specie aeternitatis, a Droctulft, no al individuo Droctulft, que sin duda fue único e insondable (todos los individuos lo son), sino al tipo genérico que de él y de otros muchos como él ha hecho la tradición, que es obra del olvidó y de la memoria. A través de una oscura geografía de selvas y de ciénagas, las guerras lo trajeron a Italia, desde las márgenes del Danubio y del Elba, y tal vez no sabía que iba al Stir y tal vez no sabía que guerreaba contra el nombre romano. Quizá profesaba el arrianismo, que mantiene que la gloria del Hijo es reflejo de la gloria del Padre, pero más congruente es imagi­narlo devoto de la Tierra, de Hertha, cuyo ídolo tapado iba de cabaña en cabaña en un carro tirado por vacas, o de los dioses de la guerra y del trueno, que eran torpes figuras de madera, envueltas en ropa tejida y recargadas de monedas y ajorcas. Venía de las selvas inextricables del jabalí y del uro; era blanco, ani­moso, inocente, cruel, leal a su capitán y a su tribu, no al universo. Las guerras lo traen a Ravena y ahí ve algo que no ha visto jamás, o que no ha visto con plenitud. Ve el día y los cipreses y el mármol. Ve un conjunto, que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de espacios regulares y abiertos. Ninguna de esas fábricas (lo sé) lo impresiona por bella; lo tocan como ahora nos tocaría una maquínaria compleja, cuyo fin ignoráramos, pero en cuyo diseño se adivinara una inteligencia inmortal. Quizá le basta ver un solo arco, con una incomprensible inscripción en eternas letras romanas. Bruscamente lo ciega y lo renueva esa revelación, la Ciudad. Sabe que en ella será un perro, o un niño, y que no empezará siquiera a entenderla, pero sabe también que ella vale más que sus dioses y que la fe jurada y que tódas las ciénagas de Alemania. Droctulft abandona a los’ suyos y pelea por Ravena. Muere, y en la sepultura graban palabras que él no hubiera entendido:

    Contempsit caros, dum nos amat ille, parentes,
    Hanc patriam reputans esse, Ravenna, sham.

  7. [5]

    «Este comentario de Godall ha provocado que ¡¡algunos!! de sus contactos de sus facebook se lo reproche, pero el ex candidato a la presidencia azulgrana se reivindica en sus afirmaciones.»

  8. Acojonante:

    Actualizado10.27 h.La elevada radiactividad impide el lanzamiento de agua sobre la central nuclear de Fukushima desde el aire.

  9. Me acuerdo una baza en que iba en el tren leyendo «Galíndez» de Montalbán. Cerca de Medina del Campo la acabé y, al levantar la vista del libro, vi que, unos asientos más allá, una joven -como yo lo era entonces- me miraba fijamente, como intentando descubrir lo que pasaba por mi cabeza. En sus manos tenía un libro abierto: «Galindez» de Montalbán.

  10. Servidor la última vez que intentó disimuladamente averiguar que leía aquella muchacha, por si hubiera afinidad espiritual (ja, ja, ja, ja) fue cortesmente, o no tanto, enviado a la mierda.

  11. ¿Leyeron la entrevista digital on-line El País vs Dr. César Molins (Ingeniero Nuclear) que trajo ayer Qbityop?

    http://www.elpais.com/edigitales/entrevista.html?encuentro=7818

    Servidor estaba casi totalmente convencido por la contundencia y claridad de los argumentos del doctor, mas esa concesión recurrente del científico a la superstición, – me refiero a esos «amén» (por el más común «toquemos madera») cada vez que aseguraba que alguna catástrofe no iba a pasar -, no contribuye a alejar la intranquilidad.

  12. No descarto que todo esto de Japón de alguna forma se haya provocado con la intención de dar un vuelco electoral en las próximas elecciones, a la vista de las encuestas de intención de voto.

  13. Leyendo bajo la lluvia… Y encima mirando el camino para no chocarse. Qué original. O qué estrés.
    ¿No había un café abierto por ahí cerca donde no se les mojaran los libros?

  14. Así todo más claro y así todos nos enteramos mejor de qué trata el asunto. Lo demás es engañoso. No por nada, el autor hace hincapié en lo de «rubia». Bien hubiera podido decir: una mujer, una persona (humana), un peatón, un transeúnte, yo que sé. ¡Ah!, la riqueza del castellano.

  15. [0] Yo es que no voy leyendo, pero voy tan en la higuera que no me doy cuenta de nada. Y, claro, si me cruzo con una rubia que también va en la higuera, pues ni ella ni yo, por más que seamos almas gemelas, nos reconocemos como tales.

    Eso sí, una vez tuve un «encontronazo» con una maciza guapísima -era morena- que me dio pie para hacer uno de los ridículos más floridos de mi vida, y eso que tengo la lista de ridículos bien cargadita. Es un poco largo y ahora no tengo tiempo. Otro día se lo cuento, pero prométanme no descojonarse de mí: es que quedé como el imbécil más imbécil del universo, «se los juro».

    Por cierto, ¿cómo va lo de Japón? Es que ando muy liado y ni veo las noticias ni me entero de nada.

  16. Günter Öttinger, y sus bases:

    «»Todavía no hay pánico, pero Tokio, con 35 millones de personas, es la mayor metrópolis en el mundo», advirtió. Al ser consultada, su portavoz señaló que sus predicciones de la catástrofe para las próximas horas no estaban basadas en una información privilegiada específica.»

  17. Una cosa buena del asunto japo es la comprobación de que los políticos de aquí son gilipollas, pero los de allí también. Günter va destacado.

    Y no, no me choqué con la señora rubia.

  18. este comentario desde la soledad espiritual, camino de vuelta desde el metro, libro abierto en la mano, casi me atropella una motera en su vespa y ni una rubia con libro. Ni sin libro!

  19. Acabo de ver en directo las últimas declaraciones de Günter. Ha dicho:

    Y tras de cinco rebaños sacar,
    Un fugitivo por Penelón dejará,
    Falso murmurar, ayuda venida por entonces.
    El jefe el sitio entonces abandonará.

    El portavoz de Günter ha aclarado después que con «cinco rebaños» se refería a «seis reactores nucleares».

  20. Adivinanza acojonante:

    De quién se trata:

    «Practicó la medicina en diversos hospitales de la ciudad y la provincia, notablemente en los barrios más populares, donde pudo ver las desigualdades sociales que golpean a la población de las zonas desheredadas. Tras completar su especialización en gestión hospitalaria y obtener plaza por oposición como médico inspector del Instituto Nacional de la Seguridad Social (hoy Servicio —–de Salud), enseña en la Escuela Universitaria de Trabajo Social de —- »

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