Imposible

 

Hoy Jorge Galindo escribe sobre el futuro del PSOE. No entraré sobre la sustancia de lo que dice, aunque me parece un artículo demasiado superficial. Solo quiero dejar constancia de cómo, lo que vengo llamando «el relato», se impone para justificar una decisión simplemente sectaria, aunque quizás racional.

Me refiero a esto:

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La «imposibilidad» (ni siquiera improbabilidad) de llegar a un acuerdo con el PP se basa, según Galindo, en dos razones:

1.- La corrupción.

2.- Que el PP está demasiado escorado al conservadurismo clásico.

Lo interesante es que Galindo obvie la razón principal: es imposible llegar a un acuerdo porque el PSOE no está dispuesto ni siquiera a sentarse con el PP para hablar de esos dos escollos o de cualesquiera otros.

Esa es la razón principal y, además, esa razón no puede basarse en los escollos que apunta el articulista. Por dos razones.

En primer lugar, porque el PSOE es, al menos, tan corrupto como el PP. La historia de los dos partidos (y, en general, de todos los partidos que han gobernado en España o en zonas de España) nos indica que la corrupción es española y de los españoles, no solo de ciertos partidos. Más aún, el PSOE ha defendido a sus «corruptos» (uso esta expresión con toda la prudencia y con un simple afán simplificador) como el que más. Si con el PP no se puede pactar porque es corrupto, el PSOE debería ir pensando en disolverse para evitar una grave enfermedad mental.

En segundo lugar, porque ese conservadurismo (en la descripción que hace Galindo) es un punto de partida para una negociación. Imagino que al PP, el PSOE también le parece «muy» conservador (ya saben que hay quien dice que no hay nada más conservador que la socialdemocracia). Esa etiqueta, en realidad, no importa. Es una acusación «ad hominem». Lo que importa es el programa que podrían pactar y eso no se sabe hasta que no te sientas con el adversario y empiezas a hablar. Da igual lo que sean PP y PSOE, importa lo que hacen.

El relato nos ha invadido. Y ha infectado a los más inteligentes y capaces.

Mientras tanto, las posibilidades para aplicar una (al menos) moderada agenda de reformas, con el apoyo de una mayoría absoluta de votantes y representantes políticos, se esfuma, abierta en canal por las «imposibilidades» autoimpuestas.

Sin embargo, frente a la imposibilidad del PSOE de pactar con el PP, seguro que a Galindo le parece posible que los palestinos y los israelíes, o el régimen sirio y sus enemigos también sirios, puedan llegar a un acuerdo. Es asombroso.

La distancia también ayuda. Cuanto más nos acercamos a nuestro ombligo peor nos parece el rival. Aunque el rival sea un partido democrático, constitucional, europeísta y que representa a casi un treinta por ciento de los votantes españoles.

 

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No es periodismo; solo negocios

 

Conocí a Juan Luis Cebrián en 1982, pocos meses antes de que el PSOE ganase sus primeras elecciones, con aquellos famosos 202 diputados. Yo tenía entonces 16 años y acababa de llegar a un asociación cultural que, aunque era nominalmente de mi colegio, aún controlaban un par de antiguos alumnos. Llevaban meses intentando hacer una entrevista al director de El País y por fin lo consiguieron. Mi participación fue escasa: básicamente sujetar la grabadora, durante la media hora que nos concedió. Tocahuevos, como era ya, sin embargo, me reservé una pregunta, la última, que solté un poco a lo tonto. Mi pregunta fue: «¿qué piensa de los medios de comunicación como correas de transmisión de los partidos políticos?». Mientras contestaba que le parecía bien, siempre que fuera algo explícito, me miraba como diciendo: «a ver si tienes huevos de preguntar lo que querías preguntar, si El País es correa de transmisión del PSOE». Era tocahuevos, pero no tanto, así que no añadí nada más. Por lo demás, fue muy amable. Sobre todo considerando que concedía una entrevista a tres pringaos que publicaban, en un colegio, una especie de «periódico» que consistía en una hoja por dos caras (por cierto, esos mismos dos alumnos también viajaron a París a entrevistar a Cortázar; digamos que tuvieron su mérito).

Luego, durante muchos años, el ente Cebrián/Polanco fue la encarnación del mal para mucha gente y auténticos héroes para otros. El País era una fiesta, ya lo explicó admirablemente Pepe Albert de Paco, aunque yo me la perdí en gran medida. Hasta que nos colonizó internet no leía asiduamente periódicos. Si se hubiera publicado uno que me hubiese permitido exclamar «Dios mío, los italianos invaden Etiopía», quién sabe, pero no (no, al menos, en ese formato). Me atraía la perspectiva y me aburría la actualidad. Como me he ido haciendo viejo, la actualidad empieza a ser la perspectiva y la perspectiva empieza a ser el tiempo que no tengo.

Hoy Cebrián se ha convertido otra vez en una encarnación del mal. Lo divertido es que antes lo fue para los de derechas y hoy lo es para los de izquierdas.

El motivo es lo de menos: al parecer ha despedido a un joven periodista que se había atrevido a publicar unas informaciones (ignoro si falsas o auténticas) sobre el líder de Spectra. Naturalmente, yo estoy de parte de ese joven y desconocido periodista que empieza, y que ha visto como ya no puede publicar sus opiniones e informaciones. Quizás un día ese joven, talentoso como debe de ser, se convierta en alguien con influencia, capaz de manejar los hilos del cuarto poder; alguien duro, vengativo e injusto, que caiga en la tentación de cortar cabezas y proclamar su autoridad. Sin embargo, mientras tanto, le envío mi abrazo y comprensión.

Decía que el motivo es lo de menos. Cebrián se merece todas las críticas. ¿Se han fijado en la cara de malo que tiene?

Los renglones torcidos de la verdad

 

Pablo Iglesias me parece un sujeto peligroso. Su partido me parece un partido peligroso. Ambos tienen una relación indiscutible con regímenes liberticidas y sus formas e ideología están empapados (digámoslo suavmente) por una pulsión totalitaria. Cualquiera que me lea sabe que no digo nada nuevo.

Por esta razón, es especialmente sangrante que quien reproche la «cal viva» a Felipe González sea Iglesias.

Sin embargo, ¿pueden Pedro Sánchez y el PSOE quejarse porque se les recuerde el pasado? Yo comprendería que le hiciesen a Iglesias y a Podemos la misma crítica con la que inicio esta entrada. O que se le recordasen sus amoríos con Bildu y la gentuza cercana a ETA. El problema, claro, es que resulta terrible, para la coherencia, acusar de algo así a Podemos y luego pactar y querer pactar con ellos, llamándolos «fuerza del cambio». ¿Cambio hacia dónde? ¿Hacia Irán? ¿Hacia Venezuela? Sí, esto es grueso, pero está ahí, en el pasado, no reciente, sino inmediato, de la cúpula podemita. No son pecados de juventud.

Dicho esto, si hoy Pedro Sánchez ha repetido algo reiteradamente en Onda cero, ha sido que Iglesias le ha acusado «a él» de tener las manos manchadas de cal viva.

No. Esto es falso. Radicalmente falso. Iglesias no acusó a Sánchez.

El PSOE y su líder actual se hacen los ofendidos por las menciones a la cal viva. Es lamentable. El GAL y la cal viva fueron una creación nacida dentro del Estado. Nació cuando gobernaba el PSOE, cuando gobernaba Felipe González, y todo el mundo, salvo el que esté cegado por el sectarismo, sabe que los responsables fueron los socialistas que gobernaban España.

Sánchez miente, al acusar a Iglesias, y Sánchez, con sus grititos, demuestra que el PSOE sigue sin ser capaz de asumir las consecuencias políticas e históricas por los gravísimos crímenes cometidos por afiliados y dirigentes de su partido, por el terrorismo de Estado, por la peor forma de terrorismo.

Lo diga Agamenón, su porquero, o Pablo Iglesias.

 

 

 

 

 

Mentiras que quedan

 

Veo esta noticia en El Mundo:

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Y veo que en El Español siguen la misma línea:

2

Ambos medios se remiten a unas declaraciones del señor Fonseca, efectuadas a una radio panameña que reproduce la Cadena Ser.

El titular de ambos medios es falso: basta con leer el cuerpo de la noticia para darse cuenta de que lo que dice ese señor es que ÉL no tiene ni puta idea de quién está detrás de la sociedad original. Si no lo sabe ¿cómo afirma que es Ignacio González es el dueño? Porque lo están investigando en España. Fonseca, como vemos, lee la prensa española. Las declaraciones son irrelevantes.

Curiosamente, la Cadena Ser no manipula la noticia. Esto me lleva a preguntarme: ¿los periodistas de El Mundo y El Español mienten o es que, simplemente, son cortos de entendederas?

Eso sí, mientras nos hacemos preguntas, cientos de miles de españoles creerán que ya no hay duda de que González se «autocompró» un apartamento: lo ha dicho un tío de Panamá.

Los ricos también opinan

 

En cuanto alguien se hace famoso, todo el mundo intenta preguntarle qué piensa sobre cualesquiera de las mil facetas de la realidad. Puede que sea simple curiosidad. O que realmente la gente piense que, por ser un cantante conocido o una figura de la televisión, las opiniones de esa persona sobre cualquier cosa son especiales y nos deberían importar. Alguna cualidad especial tendrán para haber llegado ahí, barrunta, imagino, el llamado hombre de la calle, sin seguramente darse cuenta de que esa cualidad suele tener que ver precisamente con cantar y presentar. Sin embargo, este mes pesimista en el que ando me empuja a escoger una tercera opción: se trata de saber qué piensa para poder despellejar a ese sujeto tan afortunado. Es el «precio de la fama», dicen muchos, y no deja de ser esta la forma mendaz de un te vas a enterar. De ser cierto que la fama tiene un precio, el famoso debería pagarlo en lo que fuera inevitable: ser conocido y reconocible, y la crítica de lo que hace y que le ha hecho famoso. Sin embargo, la gente escarba en su vida para hacerle pagar un precio extendido. El famoso lo sabe, no es un ingenuo. Por eso se adelanta y regala cachitos de una biografía inventada, manipulados para parecerse en la medida de lo posible a lo que el hombre de la calle aprobará. Como el hombre de la calle no existe, sino que es una media de grises, el famoso va ajustándose al modelo más aceptable para su grey y el que menos rechazo produce. Si el famoso se conforma con un pedazo pequeño del pastel, puede que opte por un nicho de mercado reducido y sea un «radical». Esto también funciona; solo hay que preocuparse por ser coherente en la exhibición de etiquetas. Toda una vida de fabricación de un personaje puede estropearse si te sales del tiesto. Naturalmente, el famoso con instinto sabe que este modelo incluye su evolución: una evolución que siempre será paralela a la de la mayoría de los miembros de su tribu.

Esta perversidad se retroalimenta: el tipo que destaca, pero que a la vez produce rechazo en la mayoría de tribus (siempre por razones diferentes para cada una de estas) prosperará mucho menos y es difícil que sea una figura de conocimiento general. El tipo que se ajusta a uno de esos modelos, aunque cause rechazo en algún otro, prosperará por el doble impulso del amor de los suyos y del odio de los otros, y nunca hará nada que pueda producir el perverso efecto de que los suyos le quieran un poco menos y de que los otros ya no le odien tanto. Para la mayoría, lo peor es un tipo al que no pueden odiar por alguna razón evidente o al que no pueden considerar uno de los suyos. Alguien así suele ganarse el odio universal por la mejor de las razones: la incomprensión.

Al final, este juego es pura impostura. La gente quiere que el famoso de turno opine para poder llamarle oligofrénico y el famoso se presta al rito. El más inteligente y cínico sale bien parado, porque al final nunca hace ni dice nada comprometido. El más torpe da un titular y las masas rugen.

Una vez leí que Jacinto Benavente, en la época en que todas sus obras teatrales triunfaban, solía extender el rumor de que padecía una enfermedad incurable. Era su manera siniestra de alimentar la mala baba, para que la mala baba no lo devorase. Al final todo se resume en eso: cuídate, famoso, de los idus de marzo. Lo traduzco: ni de coña des a entender que sabes qué son los idus de marzo.