Conocí a Juan Luis Cebrián en 1982, pocos meses antes de que el PSOE ganase sus primeras elecciones, con aquellos famosos 202 diputados. Yo tenía entonces 16 años y acababa de llegar a un asociación cultural que, aunque era nominalmente de mi colegio, aún controlaban un par de antiguos alumnos. Llevaban meses intentando hacer una entrevista al director de El País y por fin lo consiguieron. Mi participación fue escasa: básicamente sujetar la grabadora, durante la media hora que nos concedió. Tocahuevos, como era ya, sin embargo, me reservé una pregunta, la última, que solté un poco a lo tonto. Mi pregunta fue: «¿qué piensa de los medios de comunicación como correas de transmisión de los partidos políticos?». Mientras contestaba que le parecía bien, siempre que fuera algo explícito, me miraba como diciendo: «a ver si tienes huevos de preguntar lo que querías preguntar, si El País es correa de transmisión del PSOE». Era tocahuevos, pero no tanto, así que no añadí nada más. Por lo demás, fue muy amable. Sobre todo considerando que concedía una entrevista a tres pringaos que publicaban, en un colegio, una especie de «periódico» que consistía en una hoja por dos caras (por cierto, esos mismos dos alumnos también viajaron a París a entrevistar a Cortázar; digamos que tuvieron su mérito).
Luego, durante muchos años, el ente Cebrián/Polanco fue la encarnación del mal para mucha gente y auténticos héroes para otros. El País era una fiesta, ya lo explicó admirablemente Pepe Albert de Paco, aunque yo me la perdí en gran medida. Hasta que nos colonizó internet no leía asiduamente periódicos. Si se hubiera publicado uno que me hubiese permitido exclamar «Dios mío, los italianos invaden Etiopía», quién sabe, pero no (no, al menos, en ese formato). Me atraía la perspectiva y me aburría la actualidad. Como me he ido haciendo viejo, la actualidad empieza a ser la perspectiva y la perspectiva empieza a ser el tiempo que no tengo.
Hoy Cebrián se ha convertido otra vez en una encarnación del mal. Lo divertido es que antes lo fue para los de derechas y hoy lo es para los de izquierdas.
El motivo es lo de menos: al parecer ha despedido a un joven periodista que se había atrevido a publicar unas informaciones (ignoro si falsas o auténticas) sobre el líder de Spectra. Naturalmente, yo estoy de parte de ese joven y desconocido periodista que empieza, y que ha visto como ya no puede publicar sus opiniones e informaciones. Quizás un día ese joven, talentoso como debe de ser, se convierta en alguien con influencia, capaz de manejar los hilos del cuarto poder; alguien duro, vengativo e injusto, que caiga en la tentación de cortar cabezas y proclamar su autoridad. Sin embargo, mientras tanto, le envío mi abrazo y comprensión.
Decía que el motivo es lo de menos. Cebrián se merece todas las críticas. ¿Se han fijado en la cara de malo que tiene?
No es periodismo; solo negocios.
Y siempre han sido solo negocios, y no periodismo. Y por eso nunca he entendido a todos esos voraces lectores de El País, seguidores acérrimos de la SER, y ahora de La Sexta, Cuatro, etc. apoyando económicamente (de forma directa o indirecta) a las personificaciones de lo que esos medios combaten de manera furibunda (campeones del capitalismo, adictos al poder, conseguidores de recursos públicos que deberían dedicarse a otros fines).
Un saludo.
¿Al redactor o redactores de la revista comsum del grupo Eroski se le aplican los mismos privilegios que a los de El País?
Qué otra cosa podría ser sino por negocios. Entró por motivos de empresa y sale como victima de la libertad de expresión, que la siguiente noticia, en ese caso, sea la demanda, por derecho y de paso coherencia
Despachar a Nachete como «joven periodista» es de una excelencia insuperable. Pero lo de reiterar, casi sin solución de continuidad, «joven periodista que empieza», es de un refinamiento que seguramente poca gente en la prensa (que atinadamente define la RAE como «Máquina que sirve para comprimir, cuya forma varía según los usos a que se aplica»), y menos en las ruinas de El País, sabrá apreciar.
Yo era, cuando leía regularmente lo que por aquel entonces todavía era un diario y no un panfleto pedagógico postmodernista, tenía en muy buen concepto a Eduardo Haro (a quien gente de la derecha despachaba de hideputa para arriba) y a Hermann Tertscht (a quien la gente de la izquierda despacha de hideputa para abajo). No alcanzo siquiera a intuir qué habría sido del primero si hubiese llegado a vivir estos tiempos modernos (aún le dio tiempo a vivir el 11s, del que le editaron un libro -más bien una recopilación de textos previos- que yo conservo) pero a Tertscht, todo un precursor, se le está haciendo injusticia. Más que nadie intuyó la demencial €uropa de los cobardes y la estupidez de una izquierda incapaz de otra cosa que hacerse cada día más engreída, petulante, pequeña e indigna.
En parte son sólo negocios. En lo que a mi respecta, no quiero pagar por verme insultado ni por leer memeces postmodernistas escritas en un español desmedrado y vergonzante, camino de jerga.
Sobre el antiguo director de informativos de la TVE franquista, luego reconvertido en demócrata de toda la vida, una anécdota significativa narrada por Jesús Cacho en su libro El negocio de la libertad:
«Ocurrió a propósito de un duro editorial de El País contra el ministro del Interior José Barrionuevo, cuando las primeras flores negras del caso GAL empezaban a abrirse. El entonces director del diario, Juan Luis Cebrián, exigió al portavoz del Gobierno, Javier Solana, la inmediata dimisión de Barrionuevo. Solanita trató de contener las ínfulas de Cebrián: —No se cesa a un ministro sólo porque lo pida un periódico… —Es que no lo ha pedido un periódico: lo ha pedido El País —respondió el ahora Académico de la Lengua».