Pídeme perdón por llamarte rata

 

Via @goslum doy con este artículo de Enric Vila, que contiene dos párrafos repulsivos:

Días atrás Crónica Global publicó una noticia típica de este periodismo de chiquipark que se produce en Catalunya explicando que yo le había dicho «rata» a Manuel Trallero, uno de sus colaboradores estrella. Enseguida Sociedad Civil Catalana se hizo eco del tema con entusiasmo, y el mismo Trallero me respondió con una pregunta que quería ser ingeniosa pero que ponía en evidencia cómo es el universo mental de gran parte del unionismo: ¿“A las ratas se las extermina, verdad, Enric”? [Como verán a continuación, Vila llamó rata, no «rata», a Manuel Trallero. Yo no diré que este párrafo es un hermosísimo ejemplo del universo mental de algunos secesionistas, porque el responsable tiene nombre y apellidos. Lo asombroso es que la pregunta casi inevitable de Trallero —la reacción— y no el insulto de Vila —la causa eficiente— sea la que, para Vila, en un alarde de ausencia total de introspección y empatía, demuestre algo]

Como se podía leer en el mismo tuit, el texto que yo publiqué muy conscientemente [muy conscientemente], a propósito de un artículo suyo, fue: “Qué asco Manuel Trallero. Pudiendo ser grande, ser una rata”. El matiz es importante [el matiz que demuestra que no llamó a Trallero rata es que dijo que Trallero es una rata]. No es lo mismo deshumanizar a alguien por su condición o su ideología que reprocharle que escriba como una rata teniendo la capacidad de escribir con grandeza [es la explicación más repugnante de un insulto que he leído en años. Leamos de nuevo el tuit literalmente: Pudiendo ser grande, ser una rata. Trallero es una rata; no escribe ni actúa como una rata, sino que es una rata. Pero el matiz es importante, tanto que uno no sabe dónde está el matiz. La deshumanización puede convertirte en una rata por ser judío o en una cucaracha por ser un tutsi, y lo eres como consecuencia de una definición racial, pero también puede convertirte en un kulak o en un miembro del pueblo nuevo camboyano, y lo eres por no asumir un cierto credo oficial y verte envuelto en definiciones ideológicas. Si Trallero es una rata por lo que escribe, pudiendo ser un grande, si escribiera y pensara lo que piensa Vila, es obvio que se le puede tratar como se trata a las ratas, a las cucarachas, a los kulaks, a los intelectuales ajenos al «pueblo viejo», a los traidores de clase. Es Vila el que escoge esas metáforas «muy conscientemente». Es Vila el que, en vez de pedir perdón por iniciar un camino tan peligroso —uno de esos caminos que terminan a veces transitando los entusiastas de la paliza o el disparo—, nos explica ahora, a posteriori, que donde dijo que Trallero es una rata, quería decir que «escribe» como una rata. Como si eso cambiase algo. ¿Cómo escriben las ratas, señor Vila? ¿Cómo hay que tratar a los que escriben como las ratas, señor Vila?] 

El resto del artículo me parece infumable, repleto de invenciones y deformaciones, e indecente en algunos momentos, pero no voy a torturarles comentándolo. Ya sé que hay mucha gente que compra esa mercancía averiada. Personas que se han creído que los inmigrantes andaluces que llegaron a Cataluña pertenecían a «otra cultura», que comparan los crímenes de la dictadura con los crímenes contra la democracia, que creen que es bueno que haya un «filtro» laboral basado en un idioma,  y que afirman que la Constitución, fruto de los pactos de la transición española, causó mucho dolor a Cataluña, cuando el referéndum que la aprobó obtuvo, allí, un 91%, 90,4%, 91,9% y 91,7% con una participación por encima de la media del resto de España.

Todo eso es bullshit. Una guarnición de turba para el fin fundamental del artículo: la justificación del comportamiento de su autor, que no se limita a «explicar» por qué se puede llamar rata a Trallero, sino que reitera la ignominia hablando de las metáforas de «hámster» de los discrepantes.

Estos días estoy leyendo un magnífico libro de Jared Diamond, sobre el que ya escribiré algún día. En uno de sus capítulos, cuenta los conflictos entre pueblos de las Tierras Altas de Nueva Guinea. La narración tiene un aroma familiar. Aunque los grupos tribales son tan cercanos que comparten idiomas de la misma familia, cuando llega el momento de hablar de los enemigos —esos otros que son tan similares a ellos mismos que nadie, salvo ellos, podría distinguirlos—, dejan de usar la palabra hombres. Los otros, los que viven al otro lado de la montaña o del río, no son hombres: son diablos, son animales.

El primer paso para el odio formalizado es ese: conseguir que el otro no sea visto como un ser humano. Vila lo ha dado muy conscientemente. Con sus explicaciones lo deja muy claro.

 

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Un héroe de novela

 

El camino de los comunistas dentro de la irrealidad y la ficción se acaba de enriquecer con un hito más. Un hito, eso sí, basado en un producto capitalista pagado por las multinacionales del espectáculo, las mismas que han convencido a millones de menores de cincuenta años (aka adolescentes) de que la realidad es lo que sale en cada capítulo de cuarenta y cinco minutos de la serie de moda.

No sé si tendrá algo que decir Monedero, el hombre que vio El Rey León de detrás hacia delante y escuchó, por nosotros, mensajes satánicos del imperialismo. Imagino que le parecerá bien: hay que luchar contra el capitalismo utilizando sus artimañas. El problema, sin embargo, va a ser el de los demás candidatos, tanto de IU como de Podemos. Todos peleando por ser el mejor personaje, el más noble, el más agraciado.

El maligno show business concluyó, no hace mucho, que la manera de engañar permanentemente al público adolescente era crear el tipo del malvado con rasgos humanos y sentido del humor y el de héroe con facetas oscuras y mirada a veces torva, mezclarlos siempre, y que solo con eso sería suficiente para hacer creíble cualquier cosa, incluso que un sujeto sin media cabeza ande elegantemente un rato antes de desplomarse. En el reparto de personajes, aunque escojas al guardián del pueblo, siempre te va a tocar alguien que hace algo espantoso, impulsado por un destino que solo se explica en la tercera temporada. La apuesta, sin embargo, es segura: incluso el tipo corrupto de ficción le cae bien a los indignados, si tiene una frase que parece memorable, un pasado maldito y es gracioso. Es decir, si es ficticio.

Por eso es una decisión inteligente: si le estás vendiendo burras a la gente y la gente te las compra con entusiasmo, poner ilustraciones no va a perjudicar al producto. A mí, por ejemplo, me parece que Garzón resulta tremendamente atractivo con el pelo al aire y las vestiduras de alguna edad de los metales. Hasta la melancólica mirada del llamado a grandes sacrificios le viene pintiparada.

Sí, puede que parezca poco serio, como en esas versiones infantiles que tuve de Historia de dos ciudades o Veinte mil leguas de viaje submarino, en las que una página era de texto y el resto era como un cómic, un resumen en viñetas de la historia. Pero, seamos sinceros, ¿quién leía el libro teniendo el cómic?

 

En caída libre

 

Esta mañana, he escuchado a un antiguo director de un periódico defender que es admisible y defendible el pago de rescates (por gobiernos) a los terroristas que secuestran a occidentales. Añado lo de occidentales en la medida en que se está hablando de secuestros de periodistas y cooperantes en el norte de África y Oriente Próximo. Ha explicado que es cínico plantear que esto es una forma de financiar el terrorismo cuando detrás de estas organizaciones y paraestados se encuentran auténticos Estados con los que mantenemos relaciones —y que se encuentran presentes en los organismos internacionales—. Ha añadido además que considera razonable el que, en particular en el caso de periodistas, los medios se autocensuren para no perjudicar las negociaciones con los secuestradores, ya que la vida de un periodista vale más que una noticia de portada de un día cualquiera.

Esta forma de pensar explica que en las noticias publicadas desde ayer se mencione la liberación de los tres periodistas secuestrados, se hable de que las «negociaciones» han llegado a buen puerto, se explique su situación personal, su biografía, las circunstancias de su captura, se alabe al Gobierno (en particular, al CNI) e incluso se comente la «ayuda» de Estados como el de Qatar (sí, hay quien ha tenido los cojones de decirlo así), pero evitando permanentemente lo que habría sido titular en cualquier otro caso: que el Gobierno español ha pagado —y ha negociado— un rescate y que por eso se libera a los tres periodistas. Solo más tarde, y ante el hecho de que la cuestión está ahí, en la habitación de atrás, exhalando su soplo pestilente sobre el mundo, como diría el irresoluto, se plantea como discusión de fondo, pero cuidándose todos, en particular los más escépticos, en anunciar que están felices por la liberación, como si hubiera alguien que estuviese contento por la captura.

La realidad es que, en esto, como en tantas otras cosas, lo cínico es el discurso que evita el meollo del asunto: no es solo que con ese dinero se financie a quien ya está planeando otro secuestro, es decir, se esté apoyando al crimen, ni siquiera que la vida de los nuestros valga no un poco más o mucho más o cientos de miles de veces más que la vida de los que padecen esos regímenes o esas situaciones de conflicto, sino que estemos dispuestos, para mantener cierto relato, a salvar a los nuestros, condenando un poco más a gentes sin cara que, en el fondo, no nos importan una mierda.

Hoy contaba un periodista que, estos últimos días, una vez alcanzado ya un acuerdo, las preocupaciones del CNI no se centraban en los tipos de Al-Nusra, sino en los ataques que se estaban produciendo en Alepo y en el riesgo que suponían para los tres secuestrados. Es terrible. Los cientos de miles de muertos como fondo para nuestra objetivamente pequeña tragedia. Imaginen al que se ha quedado allí, tratado como contexto.

En ciertas cuestiones no hay soluciones buenas. Por eso hay que refugiarse en los principios. Uno de ellos es muy sencillo: negociar con terroristas tiene un coste. Hacerlo con Estados terroristas y con regímenes autoritarios también. A veces, esos Estados son tan fuertes, su reacción tan peligrosa, el coste de combatirlos tan enorme y la tentación del comercio tan irresistible, que todo el mundo cede hasta cierto punto o incluso más allá de cierto punto; pero incluso en estos casos tan complejos (¿se puede acabar con el gobierno terrorista y liberticida de Corea del Norte sin que esa acción tenga un coste inasumible?), la respuesta ética es evidente y la pendiente resbaladiza se inclina un poco cada vez que evitamos esa respuesta. Tanto se ha inclinado que ya casi se encuentra en posición vertical.

Solo así se explica que a la mayoría le parezca normal y defendible que España pague dinero para que un grupo de delincuentes libere a un español y que el Gobierno, con la complicidad aparentemente unánime de todos los que podrían gobernar, se apunte esa traición a la ley como un triunfo.

 

NOTA: Que el pago de rescates por el Estado (e incluso por particulares) es ilegal es en mi opinión irrefutable. He escuchado que es legal porque lo permite el artículo 40 de la Ley 2/2014, de 25 de marzo, de la Acción y Servicio Exterior del Estado. Ese artículo dice:

3. Cuando el Gobierno, en una situación de emergencia consular, decida intervenir en operaciones de asistencia en el extranjero, que comporten la utilización de recursos presupuestarios del Estado, podrá exigir el reembolso de la totalidad o parte de los mismos a quienes se hayan expuesto voluntariamente a riesgos sobre los que el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación informa en sus recomendaciones de viaje, publicadas y actualizadas puntualmente, en relación con las condiciones de seguridad en los distintos Estados y regiones del mundo.

¿Ven ustedes algún lugar en el que se mencione que está autorizado el pago de rescates? Yo tampoco.

Es ilegal porque es contrario a todos los principios básicos del ordenamiento jurídico. Y en el caso de un particular es ilegal porque es un desplazamiento con una causa torpe. Por eso el particular puede reclamar su devolución al secuestrador, ya que es la víctima del delito. Naturalmente, en el caso del particular, que sea ilegal no implica que sea delictivo o que no esté amparado por una causa de justificación. En el caso de un Estado, ni siquiera cabe esa causa de justificación.