Varias personas, a raíz de este artículo (lo llamo así en el propio texto porque no lo escribí para que fuera una entrada de un blog) me dijeron que quizás tuviera razón en alguna de las cuestiones que exponía, pero que el momento era equivocado, ahora que se ha convertido la cuestión de la legislación sobre violencia doméstica en materia de discusión política por la irrupción de Vox tras las elecciones andaluzas. Que abonar esta discusión equivale a dar argumentos a la extrema derecha. También alguien me comentó que el momento era inadecuado porque el día en que planteaba publicarlo había sido asesinada una mujer en un episodio aparentemente de violencia doméstica.
Siempre he sido muy tozudo con mis ideas. Sobre todo con las más queridas. Las defiendo aunque el momento pueda parecer inadecuado, porque casi siempre el mejor momento para defenderlas es cuando parece más inadecuado (no hay mejor manera de defender, por ejemplo, la presunción de inocencia que cuando protege al aparentemente más indigno y dañino de los hombres). Por otra parte, llevo más de una década diciendo cosas parecidas. La única diferencia es que antes sobre esto escribíamos tres.
Pero hay otra razón que ya expuse en ese articulo, sobre la que quiero volver, y que es de oportunidad. Si la gente razonable y moderada no se apropia del debate, dejando de lado posiciones ideológicas y descripciones definitivas y admite la discusión abierta y leal, con datos y sin apriorismos, vamos a ir de cráneo. Dentro del concepto «gente razonable» hay que incluir a personas que afirman cosas que no nos gustan o nos convencen, siempre que se atisbe en ellas predisposición para la discusión racional y para cambiar de opinión.
Por ejemplo, una persona irrazonable es nuestra vicepresidenta:
Irrazonable es afirmar esto:
«La violencia familiar existe, la violencia doméstica existe, la violencia machista es otra cosa. En el caso de los feminicidios determinados por el azar, es puro terrorismo ciego. En el caso de los asesinos que consideran que sus esposas son objetos de su propiedad, es la manifestación terrorista de una tradición criminal, que ha esclavizado, maltratado y excluido durante siglos a la mitad de la población a favor de la otra mitad. Aunque las cifras sean abrumadoras, no es una cuestión de cantidad, sino de calidad. Tratar todas las violencias de la misma manera es posicionarse a favor de la violencia machista, quitarle importancia, avalar las razones de los asesinos de mujeres.»
El problema es, de nuevo, de asimetría. Se ha impuesto, dentro de la «oficialidá», el discurso del que acabo de exponer dos muestras, que se ha terminado haciendo hegemónico. No solo se ha convertido en verdad oficial, sino que se ha despreciado a quienes lo discutían, introduciendo el más pequeño matiz, convirtiéndolos en cómplices de los criminales. Yo soy, para el discurso oficial, una persona que se posiciona a favor de la violencia machista, que le quita importancia y que avala las razones de los asesinos de mujeres. De los potenciales asesinos de mis dos hijas.
Esto no solo es insultante, sino que es francamente estúpido.
No creo que Carmen Calvo o Almudena Grandes sean recuperables para la discusión racional. Pero imagino que muchas personas que crean que estoy totalmente equivocado en este asunto sean capaces de plantearse si no es mejor discutir con personas como yo, admitiendo al menos el debate y la posibilidad del paso atrás, antes de que esto se convierta en una guerra entre los «amigos de los asesinos de mujeres» y «los amigos de las feminazis», y tengamos que echarnos a llorar por la victoria de unos u otros.