Bach. Por ejemplo, sus motetes.
Nadie rescató estas obras de un cajón. Fueron de las pocas obras del viejo Bach que siguieron interpretándose tras su muerte. Es muy conocida la anécdota de Mozart absorto mientras lee las partes del motete con el que ha sido sorprendido tras improvisar en el órgano de Santo Tomás. A falta de la partitura completa, esparce las partes sobre sus rodillas y sobre unas sillas, y charla con su igual.
Escúchenlos todos. Pueden incluso perder el hilo, porque los escucharán más de una vez. ¿A qué sí?
Yo llevo perdida la cuenta de las veces que he intentado dormir las banalidades de la vida, arrullándolas con esta maravillosa nana.
Bach, una vez más, nos despista: el texto da las buenas noches al oropel y a los pecados. Al orgullo vano y a los vicios. Pero la música nos dice algo mucho más complejo. El movimiento ascendente de la voz inferior con la frase completa se contrapone al Gute Nacht desnudo de las sopranos que nos deja en el oído una desnuda y humana petición de paz. Juntas, las voces nos mecen, debilitan las advertencias centrales y se remansan en su dulce deseo final. La humanidad como un niño al que un ángel guarda. Al menos esta noche.