Día 28

Vivimos en una sociedad infantilizada, repleta de críos babosos con acceso a megáfono que sermonean sobre hechos que desconocen aplicando razonamientos de macaco adolescente para esparcir un gotelé mugriento que intentan hacer pasar por juicio moral.

Estos esputos, además, son la coartada para tranquilizar sus conciencias. La culpa tiene que ser de alguien. A ser posible, de alguien que reúna los convenientes signos del hijoputa: hombre, blanco, [juez, que ahora nos viene bien], añada usted el suyo. El diagnóstico simplista de un problema complejo —todo se resume en un machismo estructural, una nanoinfección que reciben los hombres que sigan percibiéndose como hombres desde el mismo día de su nacimiento o que se apunten después y la incorporen milagrosamente— que se arreglará con la repetición constante de la «explicación»: campañas, observatorios, estudios, informes, resúmenes, planes quinquenales, protocolos, más campañas, más observatorios, nuevos planes, papeleo, gente que rellena, gente que pone el sello, gente que comprueba los sellos y las pólizas, organismos, organismos sobre los organismos, secretarías, subsecretarías, directores generales, delegados, enviados especiales, facilitadores, consejos asesores, nuevas campañas, manifestaciones, tuits. Y dinero. Mucho dinero para todo esto.

Luego la puta realidad. La misma realidad que llevó al diagnóstico simplista que hemos regado con millones no puede explicarse ahora de otra forma, a pesar de que los años y los recursos malgastados chirríen al compararlos con los resultados. Eso sería admitir que no es buena idea tirar al pozo al acusado y ver si flota o no. Así que se repite el infame ciclo de gentuza y de imbéciles pontificando sobre lo que no saben mientras se mesan los pelos exhibiendo los restos de los niños muertos. No son suyos. Son de otros, pero eso les importa un carajo. Si les importasen los niños muertos, intentarían comprender por qué su diagnóstico de mierda falló y sigue fallando a pesar de la pasta destinada al asunto, y a pesar de la constante caída por la pendiente resbaladiza de la supresión de la presunción de inocencia. Pero eso los pondría en la diana y Dios no puede ser el culpable. La ordalía es el camino. Así que vamos a tirar al pozo al juez mientras aúlla la turba. La misma turba que luego, dividida en unidades, llorará como Boabdil.

Dadles hostias, imbéciles, a los jueces, como si fueran pulpos. Ya veréis qué blandos estarán cuando os toque ser pisoteados.