Dawkins y la maldición de la inteligencia (y X)

Notas aclaratorias

I – IIIIIIV – V – VI – VII – VIII – IX

Termino mis comentarios sobre El Espejismo de Dios con el último capítulo y con una conclusión sobre el conjunto del libro. A este último capítulo Dawkins lo llama …

¿UN VACÍO MUY NECESARIO?

El título pretende ser un chiste: nos dice Richard Dawkins que su libro «rellena un vacío muy necesario», y añade que simultáneamente comprendemos los dos significados opuestos 1. Pues mira que soy raro, yo no los entiendo (juntos claro). Se supone que lo que está vacío es la religión y Dios, y que se debe rellenar ese vacío con otras cosas, y Dawkins cita, entre interrogantes, la ciencia, el arte, la amistad, el humanismo, el amor a la naturaleza. Menos mal que para, porque si no podría haber empezado a incluir todas las disciplinas de una Universidad de Verano. El libro sería como aquello que escuché hace años mientras esperaba para cruzar una calle: ella le dice «no me haces caso, me aburro en casa» y él contesta «pues apúntate a un curso de pintura». Es difícil de creer, pero, en suma, Dawkins parece desear que consideremos su libro como un manual de autoayuda.

Bien, veámoslo desde esa perspectiva. De eso se trata, porque una vez demostrado que la religión no explica el mundo, ni nos dice cómo debemos comportarnos, Dawkins intenta derrumbar el último parapeto, el de que la religión nos consuela o nos inspira.

Binker es un amigo imaginario. De un niño. Dawkins se pregunta si los binkers se convierten en dioses. O si los dioses se convierten en binkers. Vuelve a su tesis de la relación de la religión con el paidomorfismo; ya saben, la retención de caracteres infantiles que se observa en los seres humanos adultos, en comparación con otros primates. Yo siempre pensé que esa teoría —la de la retención de caracteres infantiles— partía de la necesidad de ampliar el período de crecimiento y maduración que permitiera el desarrollo cerebral. Lo que no entiendo es que llegue al punto de defender que nos haga más idiotas cuando debe hacernos más inteligentes. Es como si defendiese que un gorila no tiene amigos infantiles ni dioses porque en seguida madura y le resulta evidente que estamos solos en el universo y luego se fuma un pitillo y escucha jazz. A mí me da que la hipótesis es algo idiota. No puede defenderse, a la vez, que el desarrollo de la cría humana, que se prolonga durante años, permita que a un tipo se le ocurra lo de las supercuerdas porque nos hace listos y produzca lo de las religiones porque «seguimos» siendo gilipollas.

No les quiero decir nada sobre una tesis que menciona (eso sí con grandes reservas): la de que la percepción de nuestros yoes produce una disociación que era percibida como algo con realidad física hasta alrededor del 1000 a. e., momento en el que se produce una transición histórica que lleva a los hombres a darse cuenta de que esa segunda voz procedía de su interior. Es una tesis de un tal Julian Jaynes, un psicólogo. Me da que ese psicólogo sí que oye voces. Dice el sujeto que ese momento, que llama «ruptura de la mente bicameral», se produce por una retirada progresiva hacia la niñez de ese comportamiento alucinatorio. Lo que no entiendo es por qué Dawkins cita en su libro teorías paranormales.

Pero bueno, un binker sirve para consolarnos y esa sería una función de la religión. Aclara Dawkins que, aunque cumpliera esa función, la religión no por ello sería más verdadera, aclaración que comparto. Lo que no comparto es la obsesión de Dawkins por demostrar, con los hechos, que su visión del mundo podría ser tan consoladora como la religión. ¿No hemos quedado en que lo importante es la verdad?

Distingue dos tipos de consuelo, el «directo físico» y el consuelo «por el descubrimiento de un hecho previamente inapreciado o por una forma anteriormente no identificada de observar hechos ya existentes»2. ¡Joder! ¿cómo clasificará los libros?: quizás, en un estante, los de ciencia y, en otro, los que tienen un número impar de páginas encuadernados en piel en los que no se menciona la palabra achicoria. Es evidente que, en realidad, lo que quiere decir es que, si piensas mucho, mucho, y te das cuenta de que eres un montón de átomos con barriga, ese hecho portentoso te hará levitar (figuradamente, claro) y hallarás un gran consuelo, sobre todo si te comparas con los memos que van a las procesiones.

Dawkins se decide a desvelar la gran hipocresía de los que creen en una vida futura. Sostiene que, en realidad, todo cristo (perdón) se agarra a la vida actual (salvo contados casos), hasta el punto de que precisamente los creyentes son los más encarnizados enemigos del suicidio asistido. De ahí deduce que la gente, en realidad, no cree demasiado en la vida futura y que si eres ateo, como lo tienes claro, miras el asunto con el distanciamiento del que sabe lo que hay. Incluso menciona el asunto del purgatorio —al que llama, con gracia, un «Ellis Island divino»3—, las indulgencias y esos negocietes de la Iglesia Católica Romana, tan querida del autor. No los menciona de pasada, claro. Se extiende un buen rato, conforme a su política de no hablar del Dios barbudo, y para llegar a la conclusión de que «nuestra vida es tan significativa, plena y maravillosa como nosotros elijamos hacerla. Y podemos, efectivamente, hacer que sea muy maravillosa» 4. ¡Qué hermoso propósito! El lector afectado por la pérdida de la fe encuentra al final del manual la clave para ser feliz en cien lecciones, con CD de regalo y profesor en línea.

No queda ahí la cosa. No sólo es posible consolarse con otras cosas que no sea la religión o el macramé. También podemos inspirarnos. De repente, aparece, en todo su esplendor el «brillante» Dawkins, «O rei» de la metáfora, ese hombre al que lees mientras te imaginas la danza cósmica en forma de doble hélice. Por ejemplo:

En Destejiendo el arco iris intenté expresar cuán afortunados éramos de estar vivos, dado que a la gran mayoría de la gente que potencialmente podría tocarle la lotería combinatoria del ADN, de hecho, nunca llegará a nacer. Para todos aquellos de nosotros afortunados de estar aquí, figúrese la relativa brevedad de la vida imaginando un pequeño punto láser deslizándose por una gigantesca regla de tiempo. Todo lo que esté antes o después del punto luminoso está envuelto en la oscuridad del pasado muerto o en la oscuridad del futuro desconocido. Somos asombrosamente felices de estar en el punto luminoso. Sin importar cuán breve sea nuestro tiempo bajo el sol, si malgastamos un solo segundo, o nos quejamos de que es pesado o estéril o (como un niño) aburrido, ¿no podría verse esto como un duro insulto para todos aquellos trillones de nonatos a quienes nunca se les ofreció en primer lugar la vida?» 5.

Perdonen la longitud de la cita, pero me parece tan pasmosamente cursi, absurda, infantil y propia de una mente religiosa, que no he podido resistirme. Vamos, que no puedo perder un segundo … (acabo de perder unos cuantos rascándome las gónadas, en un comportamiento similar al del chiste 6) … porque, si lo hago, insulto a ¡trillones! de nonatos a los que no «se les ofreció» (¡quién fue ese todopoderoso cabronazo insensible!) la vida. Me recuerda la coña que contaba Richard Feynman, cuando ponía cara de asombro y decía: «acabo de ver una matrícula de un coche con los siguientes números: 5497; imaginen la probabilidad de que suceda algo así. Es asombroso». Vaya tela con el etopoeta.

No les cansaré con el apartado denominado «la madre de todos los burkas», una metáfora acerca de lo que mola la ciencia y de cómo nos enseña cómo son las cosas de verdad, y qué poco se parecen a lo que percibimos con nuestros pobres sentidos de antropoides esteparios. Sigue por los mismos derroteros, pretendiendo convencer al personal de lo que estupendo que es imaginarte cómo se colapsan las funciones de ondas y cómo todo es espacio vacío, incluida Nastassja Kinski. No digo que no tenga razón, desde mi humilde punto de vista, pero ese soberbio intento de convertir la explicación científica en una fuente de inspiración y goce que llene nuestras vidas (un sustituto de la pedestre religión con sus mitos y sus tonterías), recuerda al comportamiento del pesado que se empeña en convencer a todo el mundo de lo excitante que es seguir la Copa América por la televisión. Dawkins, el proselitista, al final se dedica a vendernos «su» moto.

CONCLUSIÓN

Ya no les daré más la tabarra. El espejismo de Dios es un libro superfluo. Es un batiburrillo sin orden ni concierto, en el que el autor constantemente bombardea al lector con anécdotas que no vienen al caso de lo que trata en ese exacto momento, repleto de expresiones más propias de un panfleto que de un ensayo. Cursi y parcial, manifiesta el autor prejuicios constantes, que parecen fruto de su biografía personal. Pretende ser un tratado exhaustivo sobre Dios, pero aborda de forma superficial y, a mi juicio, poco trabajada, la cuestión relativa a las pruebas o reflexiones sobre su existencia o inexistencia. Respecto de la religión, su visión es la de un exanglicano criado en la animadversión contra el catolicismo, y se centra sobre todo en un fenómeno religioso muy concreto, el de los fundamentalistas americanos, que no representan más allá de un 0,5 % de la población mundial de personas que profesan una religión.

Es un libro escrito para los suyos. Sí, porque Dawkins pertenece a un grupo. En cuanto tal, es sectario y defiende una visión «trascendente» y «espiritual» del mundo, sujeto este a una finalidad. Toda la obra tiene un tufo pararreligioso que apesta.

La primera lectura me llevó al título de estos comentarios. Dawkins parte del hecho axiomático para él de que, merced a su inteligencia, probada en constantes debates con amables obispos anglicanos e imbéciles telepredicadores, podría hablar con solvencia de cualquier cuestión relacionada con el asunto religioso, derribando las murallas de la religión con el sonido de su trompeta. Tembló el monte y salió un ratón.

Supongo que dará igual, pero tanta arrogancia con tan magro resultado, solamente servirá, si es que sirve para algo, para dar argumentos a los maestros de la extrapolación.

———————————————————————————————–

NOTAS:

1.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 369.

2.- Ibíd. pág. 377.

3.- Ibíd. pág. 381.

4.- Ibíd. pág. 384.

5.- Ibíd. pág. 385.

6.- Ese al que cuentan que cada segundo muere un chino, toma aire y al rato dice: me he cargado a quince chinos.

Dawkins y la maldición de la inteligencia (IX)

Notas aclaratorias

I – IIIIIIV – V – VI – VII – VIII

 

Estamos llegando al final, y el libro que está repleto de testimonios, hasta el punto de recordar uno de esos programas televisivos en los que la gente confiesa delante de las cámaras algún terrible pecado, adquiere, en el capítulo de hoy, tintes melodramáticos. No en vano, Dawkins nos habla de la …

INFANCIA, ABUSO Y LA FUGA DE LA RELIGIÓN

La historia de Edgardo Mortara sirve al autor de punto de partida. El niño judío, bautizado con apenas seis años por la analfabeta sirvienta católica, y secuestrado por la Iglesia para ser educado en la fe católica, le permite analizar el absurdo comportamiento de quiénes creen que el futuro espiritual y mental debía decidirse por el agua derramada recitando un ensalmo y el, también estúpido, de los padres, que no reniegan de su fe judía para recuperar a su hijo. Es una historia brutal desde nuestros parámetros, que adquirió relevancia en su época, seguramente porque estaba cambiando el paradigma moral, pero que ciertamente retrata una visión fundamentalista del mundo. Esa visión, nos dice Dawkins, no es comprensible sin el poder de la religión para «pervertir el sentido común y para pervertir la decencia humana moral»1, y en el que además creían sinceramente 2. Este hecho, defiende el autor, es absurdo además porque los niños no pueden tener una religión. Esta idea es la que básicamente desarrolla en el capítulo 3. Por cierto, es extraño que Dawkins no cuente que Edgardo Mortara terminó haciéndose sacerdote católico (creo que, de hacer algo, reforzaría su tesis), como se observa en la fotografía en la que por fin, veinte años después de su desaparición, se reencontró con su madre.

Para desarrollar su tesis, parte de una desafortunada comparación. Recuerda las denuncias sobre pedofilia y la histeria desatada en Reino Unido, que llevó incluso a que un pediatra, confundido con un pederasta, estuviera a punto de ser linchado. Y en consecuencia, como lo que le disgusta al autor, más que la propia Iglesia, «es la injusticia», anuncia que cree que ha existido cierta demonización por hechos a veces remotos y que pudieran resultar de falsos recuerdos. Tengo una especie de extraña falta de sincronía con el autor. ¡Para una vez que no se mete con la Iglesia! Yo no dudo de que puedan haberse producido abusos para sacarle los cuartos a la Iglesia. Individualmente es algo lamentable, pero la institución ha hecho muy poco por remover ciertos comportamientos entre sus pastores, como si estuviese en el ADN de la profesión de los que allí mandan, la tolerancia con esos comportamientos «desviados». Hay demasiados ejemplos y el afán por no pelear por su imagen, sino comprar silencios y voluntades, no ha ayudado mucho.

En fin, todo tiene trampa. A lo mejor es comprensivo porque su mirada está puesta en otro sitio. Y es que Dawkins defiende que aunque el abuso sexual sea horrible, «el daño era probablemente menor que el daño psicológico a largo plazo infligido por educar en primer lugar al niño en la fe católica» 4.

Y comienza con la retahíla de testimonios. Debo decir, en primer lugar que resulta sorprendente cómo, cuando cita Dawkins cartas o correos recibidos de personas que apuntalan sus tesis, los autores son descritos siempre de manera afectuosa: «(…), entre las muchas cartas que recibí estaba esta, de una obviamente brillante y honesta mujer (…)» 5; «Jill Mytton, una mujer deliciosa y profundamente sincera (…)» 6; «(…) la actriz cómica americana Julia Swenney y a su obstinado y simpáticamente humorístico empeño (…) y ahora es un modelo admirable para los jóvenes ateos de todas partes» 7 ; «esos eran profesores de Universidad muy educados, confiados en su erudición y en su madurez que, probablemente, superaban a sus padres en todos los asuntos del intelecto, no sólo de la religión» 8 . Cansa tanto testimonio de gente que lo pasó mal por su educación infantil y tenía pesadillas. No porque no se trate de historias auténticas, sino porque supongo que se podría presentar un montón de ejemplos de lo contrario (aunque Dawkins los calificaría de ilusos con la mente sorbida por el fanatismo). Además, me hace gracia que Dawkins no caiga en la cuenta de que seguramente sus correos, cuando narran experiencias personales, mayoritariamente sean, o de gentuza que quiere volarle la tapa de los sesos, o de conversos que ven en él una especie de padre espiritual. La mayoría de la gente, la que no va de Damasco en Damasco, la que habrá tenido una infancia normal, con sus cambios modulados y lentos, sin alharacas, dudo que tengan el más mínimo interés en contarle sus experiencias.

Frente a estas maravillosas personas ateas, maduras y reflexivas, los ejemplos de creyentes que presenta provienen, normalmente, de fundamentalistas norteamericanos. Gente curiosa que tiene «casas infernales«, parques temáticos donde llevar a los niños, que remedan las torturas del infierno.

Pues bien, de entrada he de decir que, afirmar que el abuso sexual (el propio Dawkins refiere haberlo sufrido aunque de forma ligera) causa menos o iguales daños que la educación católica, es una gilipollez de tal calibre que descalifica a su autor. Eso le pasa por seguir empeñándose en defender que las prácticas religiosas y las iglesias son todas iguales (no lo dice expresamente, pero espero que vayan convenciéndose de que subyace tras sus palabras). Cientos de millones de personas se han educado en colegios religiosos y con padres creyentes de alguna religión, y han sufrido por ello menos daños psicológicos que por tener que llegar a las diez a casa o porque se hayan reído de él, por tenerla pequeña, en el gimnasio del colegio. Comparar eso al abuso sexual es aberrante. Y no hablo sólo de sus formas más terribles. Me gustaría conocer que tiene que decir algún psicólogo clínico que haya tratado con personas víctimas de abusos sexuales en la infancia.

Pero es que esa afirmación es la premisa necesaria para defender la tesis del psicólogo Nicholas Humphrey que sostiene que:

«los niños (…) tienen el derecho humano de no ver sus mentes lisiadas por la exposición a las malas ideas de otras personas -sin importar quiénes sean esas otras personas-. Los padres, por lo tanto, no tienen licencia divina para adoctrinar a sus hijos en la forma que ellos personalmente eligen (…) Por ello no deberíamos permitir más a los padres enseñar a sus hijos a creer, por ejemplo, en la verdad literal de la Biblia o en que los planetas gobiernan sus vidas, de lo que deberíamos permitirles golpear a sus hijos en la boca o encerrarles en una mazmorra» 9.

Dawkins insiste en ello, relacionando esta tesis con las singularidades culturales y la necesidad de hacer prevalecer el derecho de los niños sobre el derecho a la existencia de aquellas, como no sucede en el caso Amish, resuelto negativamente por el Tribunal Supremo norteamericano en 1972.

Pero no da el paso que le exigen sus puntos de vista. Yo intentaré hacerlo por él. Si la cuestión fuese librar a niños de la tara que supone vivir en ambientes que no han podido escoger libremente, como el de los amish, nos plantearíamos una cuestión básicamente civil que se resuelve con sencillez: plantéese un mínimo educativo obligatorio, basado en estándares admitidos por la comunidad de expertos en cada materia y exíjase, con pruebas comunes y homologadas, que ese estándar se cumpla. Así sucede, por ejemplo, en España. Los niños que acuden a colegios religiosos estudian libros de «conocimiento del medio» aprobados por el Ministerio de Educación. A mi juicio, debería excluirse de las materias impartidas en los colegios la enseñanza religiosa (como todas las enseñanzas de valores), puesto que esa enseñanza debería ser, en su caso, materia reservada a los padres o a escuelas parroquiales. Como solución menos adecuada, la enseñanza religiosa en los centros confesionales exclusivamente, fuera del horario lectivo y sin influencia curricular. Pero, en cualquier caso, una asignatura de enseñanza de una religión no impide que se enseñen otros saberes. Una generación de españoles (socialmente ateos) puede testimoniarlo. Una solución así permitiría al niño amish conocer las alternativas al mundo de sus padres y resolvería las formas extremas de negligencia educativa.

Sin embargo, me temo que eso no bastaría a Dawkins y a su amigo el psicólogo. Ellos creen que enseñar religión causa daños psicológicos irreversibles. Yo les pregunto: ¿qué haríais si un padre que permite que se enseñe a su hijo a Darwin y Eddington luego quiere enseñarle religión católica? ¿Lo separaríais de él? ¿Encargaríais su educación al Estado? Aquí no valen triquiñuelas. Hay que dar una respuesta real, concreta. Es un problema como el del tradicional «un hombre, un voto». Hay razones objetivas para considerar que no debieran valer igual los votos de unos y otros ciudadanos. El problema es ¿qué criterio de ponderación se seguiría? Cuando se analiza ese problema en profundidad, se observa que no puede seguirse ninguno mejor que el de la igualdad plena de los ciudadanos. Igual sucede en este caso. Porque hay que recordar a los amigos de la ingeniería social esos testimonios (sí testimonios) de los supervivientes de los jemeres rojos o de los que pasaron por la reeducación derivada de la revolución cultural. También decían que la música occidental era burguesa y un obstáculo para la consecución del socialismo, y obligaban a los músicos chinos a romper sus violines y olvidar a Bach. No pretendo sostener que esté en la mente de Dawkins algo similar. Precisamente por eso es precisa mayor concreción.

Cuando Dawkins se centra en un ejemplo de su país, al que dedica ni más ni menos que seis páginas, el de un colegio subvencionado con fondos públicos en el que la enseñanza de la ciencia es creacionista, hace trampas. No porque no tenga razón al acusar a Tony Blair y su Gobierno por ese hecho, sino porque muestra un caso de educación deficiente como ejemplo de educación religiosa. Y no, no es lo mismo. Es inadmisible que se enseñe creacionismo como alternativa científica. Es inadmisible que se enseñe que la Biblia contiene una descripción literal y física del mundo. Pero no es inadmisible que los padres escojan que sus hijos reciban una educación religiosa, siempre que no les hurten un acceso pleno al conocimiento humano. Dawkins critica a los censores y manipuladores, pero él mismo (si admitimos que quisiera llegar a ese punto) se comportaría como un censor. Más nos aprovecharía a todos, creyentes y ateos, si nos pusiéramos de acuerdo en un corpus común básico, sin exigir que luego los padres estén limitados a la hora de decidir que otros conocimientos o valores deban recibir sus hijos. Valores que seguramente rechazarán o releerán, por supuesto.

Es kafkiana la «mejora de la conciencia» que propone en este capítulo cuando exige que a los niños no se les etiquete como católicos o musulmanes, aduciendo que no se les etiqueta como ateos o agnósticos. Es kafkiana porque está implícito que los niños, hasta cierta edad sean lo que son sus padres (y todo el mundo sabe qué quiere decir que un niño de cuatro años es católico). Mantener otra cosa es mentir. Crecer es precisamente desprenderse del manto ideológico y de la visión del mundo de nuestros progenitores. Eso de que no se etiqueta a los niños como ateos pronto cambiará. Menciona Dawkins a los «Brillantes«, una asociación de ateos nacida en norteamérica. Como están muy leídos mantienen que «la decisión de ser un brillante debe ser del niño. Cualquier joven a quien se le ha dicho que él o ella debería, o podría (las negritas son mías), ser un brillante, NO puede ser un brillante». ¡Qué ingenuidad! Dawkins es un brillante. ¿Serán sus hijos brillantes? Hombre, seguramente sí, por propia voluntad, y no por emular a su famoso progenitor, ni siquiera por llevar a la práctica esas enseñanzas que no producen ningún daño psicológico (ya saben que Dawkins les dirá que cuando te mueres se acabó, y que no existe el Ratoncito Pérez ni los Reyes Magos, y que si los demás niños reciben regalos es porque tienen infectada la mente por un intolerante virus). Porque, claro, la diferencia entre lo que enseña Dawkins a sus hijos y lo que enseña un luterano, es que lo que enseña Dawkins es verdad.

Por eso termina Dawkins advirtiendo que no quiere sacar la Biblia de las escuelas. Porque forma parte de nuestra tradición y nuestra cultura. Eso sí, siempre que quede claro que se trata de un libro más y sin tener que admitir la existencia de creencias sobrenaturales. Naturalmente tiene razón. La religión es un hecho histórico y social de tanta trascendencia que no se puede ser culto sin conocerlo a fondo, pero, insisto, el problema es que Dawkins no discute sólo por lo que sí debe enseñarse. Y aunque es ambiguo en ocasiones, hay afirmaciones tan excesivamente gruesas que le impiden a uno practicar con él la caridad del olvido.

———————————————————————————————-

NOTAS:

1.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 334.

2.- De nuevo llama poderosamente la atención que Dawkins, al contar la historia de Mortara, insista tanto en la sinceridad de las autoridades católicas que secuestraron al muchacho. Es decir, el papa, los cardenales y la inquisición del XIX sí es sincera porque realiza un acto «horrible» y que sirve para afianzar la idea de que lo malo es la religión y no las personas que la encarnan. Sin embargo, cuando un sucesor de aquél papa admite el Big Bang o una monja recibe el Nobel de la Paz, su comportamiento debe ser hipócrita.

3.- No reiteraré mi idea, que se menciona con profusión en anteriores comentarios, relativa a la importancia de las estructuras materiales y culturales de la época a la hora de analizar fenómenos como éste. La estructura religiosa sería, por tanto, más un síntoma del espíritu de la época que la causa de hechos que ahora calificamos como brutales.

4.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 338.

5.- Ibíd. pág. 341.

6.- Ibíd. pág. 343.

7.- Ibíd. pág. 344.

8.- Ibíd. pág. 346.

9.- Ibíd. pág. 348.

Dawkins y la maldición de la inteligencia (VIII)

Notas aclaratorias

I – IIIIIIV – V – VI – VII

El comentario de hoy analiza un intento de Dawkins de explicar su actitud para con la religión. Él, tan amable y pacífico, es acusado a menudo —en estos comentarios lo ha sido— de tener una actitud excesivamente combativa con la religión. Por eso, en este capítulo nos explica …

¿QUÉ HAY DE EQUIVOCADO EN LA RELIGIÓN? ¿POR QUÉ SER TAN HOSTILES?

De antemano Dawkins declara que no pretende poner una bomba o decapitar o lapidar a alguien por el hecho de profesar determinada religión. Creo que es una declaración innecesaria, salvo que pretenda (no lo creo) recordarnos a los que sí lo hacen.

Su discurso se centra de entrada en distinguir entre el fundamentalismo y la ciencia, incluida la ciencia apasionada. Esta idea ya ha aparecido varias veces: la ciencia se basa en la evidencia. Yo creo que aquí simplifica el autor a propósito. Sabemos que la ciencia es mucho más que una acumulación de evidencias, pero es graciosa la pulla que lanza a los «relativistas» sobre el concepto de «evidencia» y cómo no puedes (a la pregunta del fiscal sobre si estabas en el lugar del crimen), contestar «sólo es en su occidental sentido científico de la palabra ‘en’ que yo estuve en Chicago. Los bongoleses dan un sentido completamente distinto a la palabra ‘en’, de acuerdo con el cual usted solo estará verdaderamente ‘en’ un lugar si usted es un anciano ungido con derecho a esnifar el escroto seco de una cabra»1.

Así que es obvio que tiene razón. Ahora bien, hay dos cosas que decir al respecto. La primera es que la «evidencia» científica está limitada por la aplicación del método científico, que define muy rigurosamente su campo (y cuando lo sobrepasa empezamos con las metáforas y analogías peligrosas, tan propias de las ciencias sociales, menos «evidentes»). Esto, por tanto, nos retrotrae a los argumentos sobre las pruebas de la existencia de Dios y viceversa sobre su no existencia. La matraca que nos da Dawkins con la teoría de la evolución es, en este sentido, exagerada, porque la teoría de la evolución no lo explica todo, ni excluye la existencia de Dios ni excluye que una religión sea una religión verdadera. Todo lo más contradice ciertas afirmaciones de ciertas religiones concretas, asunto quizás trascendente, pero sin el alcance que Dawkins le da.

Lo segundo que quiero decir tiene que ver con la actitud del propio Dawkins. También en esto soy reiterativo, pero creo que tiene importancia. Dawkins dice que no hay que confundir fundamentalismo con apasionamiento y añade que: «Mi pasión aumenta cuando pienso en cuán perdidos están los pobres fundamentalistas y todos aquellos en quienes ellos influyen. Las verdades de la evolución, al igual que otras muchas verdades científicas, son tan bellas y fascinantes; ¡cuán terriblemente trágico sería morir sin habernos dado cuenta de todo ello!»2. Lo siento, me subleva ese tono perdonavidas; esa cantinela sacerdotal sobre los pobres y perdidos fundamentalistas que van a morir sin conocer la verdad me parece deleznable. Pensar que uno tiene la clave de la felicidad de los demás es estomagante y pretencioso.

Así, Dawkins se regodea en la historia del anciano profesor que reconoce en público su error durante años, frente al científico que cae en garras de la Biblia y de la religión. Si se limitase a señalar que la diferencia se encuentra en la constante puesta en cuestión de la verdad científica, frente a la inmutabilidad de la verdad revelada, estaría de acuerdo. Lo malo es el lenguaje; que diga que la primera historia (la del anciano científico) le «arrancó lágrimas de admiración y de exultación», mientras que la segunda historia, la del científico echado a perder le parezca «simplemente patética – patética y despreciable-. La herida, para su carrera y para su felicidad vital, fue autoinfligida, fue tan innecesaria (…)»3. Luego se extraña de que se le acuse de hostil, cuando se permite juicios sobre la «felicidad» de otros. Más aún cuando, como él mismo reconoce, una de las razones que pueden explicar el fenómeno religioso es precisamente su capacidad para consolar a los seres humanos. Yo esperaba de Dawkins más hechos y menos literatura. Sobre todo porque es un cursi de agárrate y no te menees.

En cualquier caso, después de hacer esta distinción llegamos al punto esencial. Dawkins sostiene que lo malo no es sólo el fundamentalismo religioso. Sostiene que la religión no fundamentalista y «sensible» permite que el mundo sea un lugar seguro para el fundamentalismo «al enseñar a los niños, desde sus más jóvenes años, que esa fe incondicional es una virtud» 4. Veámoslo.

Comienza Dawkins recordando (de nuevo, como hace a lo largo de todo el libro, una y otra vez) ejemplos de leyes fuera del zeitgeist ilustrado. Los delitos por blasfemar o por abjurar en Pakistán o Afganistán, por ejemplo. Recuerda también el poco tiempo transcurrido desde que «crímenes» similares han salido fuera de los códigos europeos. Así como la existencia de «talibanes» americanos, con discursos impropios de una sociedad avanzada. A continuación se centra en dos aspectos que le parecen especialmente relevantes: el tratamiento de la homosexualidad y del aborto.

En cuanto a la homosexualidad, cita el castigo en Afganistán, el caso de Alan Turing (un eminente matemático que contribuyó de manera decisiva en el éxito bélico en la II Guerra Mundial y que posiblemente se suicidó al ser castigado por un delito de homosexualidad en 1954) y, finalmente, reproduce las opiniones de diversos telepredicadores americanos, absolutamente descabelladas. Estas historias universales de la infamia no aportan nada relevante. Ya sabemos que hay países con legislaciones «atrasadas» y que hay gentuza suelta por el mundo que quisiera quemar a todos los homosexuales. Se me dirá que eso sucede sobre todo en países con iglesias estatales y entre gente religiosa. Pues bien, puede que sea cierto, pero también lo es que esos excesos no nos pueden llevar a culpar a quienes no mantienen prácticas «no fundamentalistas»5. Además, esta cuestión está más cerca de la defensa de la libertad que del origen de las creencias. Las sociedades en las que se defiende la libertad individual son menos proclives a persecuciones similares. La prueba la encontramos en regímenes ateos «por definición», como los comunistas, en los que se persiguió y fue delito la homosexualidad. Recordemos el caso cubano, el soviético, el chino. Por cierto, la «ciencia médica» ha calificado hasta hace muy poco la homosexualidad como enfermedad psiquiátrica 6.

En cuanto al asunto del aborto, que trata con detalle, creo que de nuevo hay que distinguir dos planos. Los chiflados que hablan de bebés asesinados y que disparan a médicos que realizan prácticas legales en clínicas legales son eso, chiflados. Pero una cosa es eso y otra cosa es que Dawkins destierre con tanta facilidad el debate sobre el tema del aborto. Me explicaré. Personalmente soy partidario de que el aborto sea legal 7, pero me molesta que se base la argumentación en la comparación entre un cigoto y un médico abortista. Y no porque use el argumento «pendiente resbaladiza» que menciona Dawkins y que se basa en la necesidad de poner límites claros y exigentes para evitar un exceso de laxitud, sino porque creo que esa comparación evita intencionadamente el problema de los límites (que, sin embargo, utiliza cuando trata de la distinción entre seres humanos y otros primates). El principal argumento de Dawkins en favor del aborto es utilitarista y se basa en la inexistencia de un sistema nervioso en un embrión, que no puede sufrir, frente a la mujer embarazada que sí sufrirá si no se le permite abortar. Añade además que si sufre (por ser lo bastante maduro) sufrirá igual que el de una vaca o una oveja. Sinceramente me parece un argumento muy malo. Para empezar el sufrimiento puede evitarse. Una buena inyección de pentotal lo arregla. Y, en cualquier caso, ¿qué diferencia hay, desde la perspectiva del sufrimiento, entre un feto de ocho meses y un recién nacido? ¿Y si tiene un mes? Tampoco tiene biografía. Ni siquiera ve bien.

Al final, el problema es siempre un problema de límites y no es justo buscar ejemplos en los extremos. Así, cuando señala que la diferencia entre un utilitarista y un fundamentalista es que el primero se pregunta por si puede el embrión sufrir y el segundo por si es humano, yo creo que es injusto. Es básico, si queremos entendernos, reconocer que las normas y la ética buscan categorizar y lo hacen. Y que a Dawkins no le parece bien matar a un millón de bagdadíes aunque se utilice una bomba termonuclear en la noche, que seguramente les matará instantáneamente o algún tipo de gas nervioso que impida su sufrimiento. Al final, todos nos preguntamos por los límites y los fijamos y movemos arbitrariamente. Y, en este caso, a lo mejor, los fundamentalistas lo son porque ven en un cigoto un ser humano. Pero, siguiendo su lógica, Dawkins lo es por ver lo mismo en un recién nacido.

Por cierto, es anecdótico, pero lo cuento porque me desagrada. Dawkins se refiere de manera muy detallada a varios chiflados de esos que matan a médicos abortistas o que defienden que se les pueda matar por ser superior la ley de Dios a la de los hombres. Incluso coloca en plano de igualdad la «sinceridad» de los chiflados y de los médicos. Todo esto se explica porque quiere defender su tesis de que esos chiflados no son chiflados, sino personas honestas, sinceras y reflexivas, sólo que contaminadas por su fe religiosa. En esos términos se refiere a un tal Michael Bray, un defensor de esos asesinatos. Llega a decir que le gustó «bastante». Obviamente, no conozco al tal Bray, pero llama la atención que diga en este mismo capítulo de la madre Teresa de Calcuta que es una «santurrona e hipócrita», con un «juicio retorcido» 8, por defender que el aborto es «el mayor destructor de la paz» y, sin embargo, le parezca tan majo el tarado ese al que le parece tan bien volarle los sesos a un médico. Y, si bien es evidente que la madre Teresa de Calcuta no es santo de mi devoción (aun no habiendo leído la biblia del antiteresismo, The Missionary Position: Mother Teresa in Theory and Practice, la obra de Hitchens), me parece tremendamente significativo que, cuanto más cafre, fundamentalista y literalista es un creyente, más le guste a Dawkins. Parece que se mueve mejor en los blancos y negros, y que los grises le disgustan.

Llegamos al final, pero antes tenemos que pasar por un tema idiota. Se trata de la gran falacia de Beethoven, una cosa así: si abortas a lo mejor matas a un futuro Beethoven. Dawkins lo refuta. Pero el asunto es tan bobo que no merece ni un comentario.

Eso sí, aprovecha nuestro autor para referirse al hecho de que pro vida sea siempre pro vida humana y analiza algo que explica con mayor detalle en El capellán del diablo: La cuestión de que la continuidad gradual entre especies impida fijar el límite de la especie humana. Discrepo absolutamente y creo que se trata de una de esas falacias que buscan justificar sus gilipolleces sobre los gorilas. En primer lugar, es contradictorio con sus argumentos utilitaristas aplicados al aborto, porque tampoco hay un momento en que podamos decir que un cigoto se convierte en ser humano. En segundo lugar, porque el adn es digital, así que, aun cuando fuera un trabajo inútil (sobre todo porque debería aplicarse más que a especies a individuos), podríamos intentar buscar ese momento (en uno y otro caso). Por tanto, cuando se pone farruco preguntando dónde ponemos el límite entre Lucy y un ser humano, simplemente desbarra porque: a) no hay Lucys; b) los que quedan, esos simpáticos simios, no construyen ciudades.

Y, por fin, después de todo lo anterior, llegamos a la respuesta final. La afirmación era que la moderación religiosa está en la base del fundamentalismo y se pregunta ¿por qué? La respuesta tiene que ver con la fe. Cuando Bin Laden ordena los atentados, se dice que es un terrorista y luchar contra él es luchar contra el terror. Dawkins dice que no, que la causa es la religión y que si no se reconoce es por miedo a manchar la idea de que la fe es algo bueno; y si bien es cierto que esas acciones se pueden basar no sólo en la fe religiosa, sino en la patriótica o racial, la religión es un «silenciador especialmente potente del cálculo racional» 9, sobre todo por la promesa de una vida futura. Así, el respeto por la fe crea un ambiente adecuado para los excesos basados en interpretaciones fundamentalistas. Esta conclusión es muy fuerte y tiene una indudable base de verdad. Uno suele ser más tolerante con los excesos de «los míos». No debería echarse en saco roto hacer una reflexión constante sobre los paños calientes que amortiguan ciertas expresiones inadmisibles que atentan contra la libertad de pensamiento.

Dawkins añade, refiriéndose a los líderes que excluyen al fundamentalismo como perversión, lo siguiente «¿cómo puede haber una perversión de la fe, si la fe, careciendo de justificación objetiva, no tiene ningún estándar demostrable que pervertir?» y lo ejemplifica citando las «versiones» más o menos extremas que pueden sacarse, por ejemplo, del Corán. Aquí demuestra una vez más que sí es un intolerante y que su actitud está teñida de fanatismo. Su convencimiento de que la religión es la raíz de comportamientos criminales le lleva a negar el derecho a los «moderados» a ¡criticar esos excesos! Es como si pretendiese evitar un buen polvo porque una de sus manifestaciones extremas es la violación. Claro, el sexo mola, dirá. Pero es que a muchas personas también les gusta lo de la religión. No hacen daño a nadie. No son responsables de que haya chiflados que estrellen aviones en nombre de Alá. No lo son ni siquiera por el hecho de enseñar a sus niños que la fe es una virtud, porque, por desgracia, está grabado en nuestro ADN el amor y la admiración por la generosidad y la heroicidad, derivada a menudo de una fe en cosas intangibles, como el amor o la lealtad.

————————————————————————————————-

NOTAS:

1.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 302.

2.- Ibíd. pág. 302.

3.- Ibíd. pág. 304.

4.- Ibíd. pág. 305.

5.- Curiosamente creo que todas las personas religiosas son fundamentalistas, en algún remoto lugar de sus cerebro, y creo que están a la espera de que nos descuidemos los que no lo somos para recuperar sectores de la ley y la moral que han perdido lentamente. Pero no pasa de ser un prejuicio y no me gusta razonar utilizando mis prejuicios como varas de medir. Por tanto, con actitud vigilante, concedo a los demás la duda sobre sus propósitos, porque no se puede atribuir a los creyentes actuales que se muestran partidarios de que el fenómeno religioso sea privado un comportamiento falsario a priori ni responsabilizarlos de conductas pasadas realizadas por otros creyentes.

6.- Es indudable que, en general, las iglesias son arrastradas por la evolución de las ciencias y de la moral social. Que tienden al inmovilismo y les cuesta modificar las leyes grabadas en piedra. Pero también lo es que eso mismo puede suceder por aplicación rigurosa de regímenes o reaccionarios o fundados en una visión «científica» del mundo.

7.- Yo creo que el fundamento capital de la ley es la búsqueda de la paz social, y que sus normas «suelen» estar fundamentadas por un consenso ético. No tengo inconveniente en reconocer que no hay regla natural que implique la maldad del aborto, el infanticidio o la pena de muerte. La prueba más evidente de que es así es que así ha sido hasta épocas muy recientes. Por eso es llamativo que los que se ríen de las disquisiciones sobre que es un «ser humano» no tengan inconveniente en sacralizar ese concepto a la hora de defender que es barbarie la pena de muerte o el infanticidio. O que lo es matar a los animales o torturarlos. Quizás algo menos de «absolutismo» de todos ayudase a la discusión de temas tan sensibles.

8.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 312.

9.- Ibíd. , pág. 327.

Dawkins y la maldición de la inteligencia (VII)

Notas aclaratorias

I – IIIIIIV – V – VI

Hoy, siguiendo el habitual y amistoso despiece, me voy a referir a dos capítulos, por razón de la brevedad del primero de ellos y por la estrecha relación que guardan los temas tratados en uno y otro. Se trata de …

LAS RAÍCES DE LA MORALIDAD: ¿POR QUÉ SOMOS BUENOS?
Y
EL «BUEN» LIBRO Y EL CAMBIANTE «ZEITGEIST» MORAL

Recordarán que Dawkins nos advirtió de que no iba hablar del Dios barbudo. ¡Inoceeentes! Lo hace todo el libro y, en el segundo de los capítulos a los que me referiré hoy, lo hace con evidente regocijo. Pero supongo que dirá que viene a cuento, porque nos habla de reglas morales.

Yo creo que el libro, a partir de estos capítulos, se desliza por una pendiente panfletaria evidente y que agradezco personalmente. Tanta profundidad empezaba a producirme secuelas. Ahora vamos a hablar de lo que realmente importa: de lo tonta que es la gente. Y lo mejor es que ya no hablamos de Dios. No, hablamos de la religión 1.

Pero no voy a adelantarme.

Estos capítulos tratan de la bondad y de la moralidad 2. La pregunta (que es de notable alto por lo menos, aunque hay que ser justos y reconocer que es una pregunta que le hacen a Dawkins) es si cabe la moralidad sin la religión.

A tal fin, y para ir haciendo boca, nos ilustra con una serie de cartas que le envían una cohorte de psicópatas agresivos que quieren matarlo, que se coma sus entrañas y que le suceda toda suerte de terribles males. Es encantador observar como Dawkins, a la vez que pone en la picota a esos turbios rufianes, aplica la razón a sus exabruptos. Por ejemplo, uno, después de lindezas varias, le dice «Jódanse, putas comunistas … Saquen sus negros culos de los Estados Unidos … No tienen excusa. la creación es una evidencia más que suficiente del omnipotente poder de JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR». ¿Y qué hace Dawkins? Pues dice: «¿Por qué no el omnipotente poder de Alá? ¿O de Brahma?¿O incluso deYahvé?»3.

¿Ustedes entienden algo? Un pirado le llama puta comunista con el culo negro y el hombre se pone a hacer disquisiciones. Me imagino al animal de bellota reflexionando con la aguda contestación.

En esa línea discursiva, Dawkins habla del posible origen evolutivo de la «moralidad». Concepto éste que no define y que hace equivaler, de forma reduccionista, a bondad, altruismo o generosidad. Ya sabemos que el bien y el mal, y las reglas articuladas sobre cómo distinguirlos y desenvolvernos conforme a ellas, así como el complejo asunto de los valores, tienen conexión con la bondad o la generosidad. Y es posible que la génesis de los códigos morales se encuentre en el altruismo con miembros de la especie, pero el desarrollo posterior es mucho más complejo, formalizado y alejado de un concepto primario de bondad; hasta el punto de llegar a ser, en ocasiones, manifiestamente incompatible. Pero bueno, Dawkins menciona las explicaciones basadas en el parentesco genético, en la reciprocidad, en la reputación e, incluso, en la adquisición de «respeto». Extrañamente, una vez que tiene cuatro explicaciones, plantea que a lo mejor la moralidad es un «subproducto» o «falla» del sistema (ojo, el «fallo» lo es a efectos darwinistas; a Dawkins le parecen «benditos » los errores como este). Así que, bueno, ya sabemos que hay explicaciones evolucionistas para el altruismo.

A continuación, Dawkins recuerda los dilemas morales esos tan famosos (Marc Hauser) en los que un pobre gordo termina siempre arrojado cuando pasa un tren en marcha. Esos estudios se efectúan con gente de todas partes y se acredita con ellos que todos los seres humanos responden de igual manera. Eso apuntala el origen genético de la «conducta moral». Vale.

Ahora, después de estos dimes y diretes, Dawkins llega al meollo: ¿por qué ser buenos si no hay Dios? Bien yo creo que las reflexiones de Dawkins en lo relativo a que la moralidad no proviene de la religión son acertadas en conjunto. Precisamente pienso que la diferencia entre la bondad y la moralidad se deriva de la existencia de mecanismos (más o menos sutiles —a veces extraordinariamente sutiles—) de presión del conjunto sobre los individuos, que terminan ajustando sus comportamientos de manera en ocasiones casi inconsciente a reglas aprendidas desde niños (no excluyo, claro está, que algunas reglas básicas sean instintivas). Sí me molesta el exceso, a mi juicio, de ciertas reflexiones. Por ejemplo, decir, como contrapeso a los que relacionan siempre el buen comportamiento con la creencia religiosa, que «otra posibilidad factible es que el ateísmo esté relacionado con algún tercer factor, como la educación superior, la inteligencia o la reflexión, que podrían contrarrestar los impulsos criminales»4 me parece demencial. Se basa en el mismo tipo de razonamiento que decía que los negros son más bobos que los blancos por los resultados del CI en los USA. Por la misma razón no me gustan nada los estudios que menciona, que relacionan las creencias religiosas con el voto republicano en ciertos estados y, a la vez, con el crimen, las infecciones, las enfermedades de transmisión sexual o el aborto. Todos conocemos la manipulación que se ha producido muy a menudo cuando se juega con factores tan complejos. No está lejos de esa tesis defender que los mil millones de musulmanes lo son porque son una panda de gilipollas poco reflexivos, sucios y criminales. De esas posibles razones, tan sólo la relacionada con la instrucción superior podría convencerme a priori. Pero tengo muchas dudas, a pesar de todo. Hace tiempo que he rebajado la esperanza en que una educación superior realmente instruya a las personas. Otra cosa es que las haga «creerse» superiores y que un signo de esa superioridad sea «convertirse» en ateo, igual que beber buenos vinos o ir a la ópera. También había falsos creyentes por razón de conveniencia social. Ahora quizás haya ateos.

También analiza la diferencia entre la opción kantiana y la utilitarista. Ésta es una discusión que se ha realizado con un vuelo muy amplio desde hace muchos siglos como para que entre en ella. El limitado sentido que le da Dawkins se basa en si debe existir un referente absoluto para la moralidad y si ese referente puede estar en un libro sagrado.

Y eso es lo que analiza en el segundo de los capítulos.

Ese capítulo tiene una parte dirigida sólo a los que nunca abrirán el libro de Dawkins y a los que admirarán todo lo que este haga, y una segunda parte muy interesante.

En la primera parte hace algo perfectamente inútil: cuenta historias de la Biblia y los Evangelios. Y nos explica que tal o cuál figura bíblica es un sátiro o un criminal o lo que sea. Y hace lo mismo con los Evangelios, con asuntos como la expiación de los pecados o el asunto del papel predestinado de todos los actores de la vida y muerte de Jesucristo. Me gusta muy poco esta parte. Percibo un cierto placer en Dawkins en jugar al sencillo juego de la burla hacia las narraciones literales de la Biblia. Algo que puede extenderse por cierto a muchas costumbres muy arraigadas en cualquier parte, como llevan demostrando los antropólogos desde hace tiempo. Acierta cuando se pregunta qué criterio de la Biblia se usa para decidir qué parte de la Biblia es o no simbólica. Ese simbolismo cada vez mayor se ha ido convirtiendo en el refugio de las iglesias de Occidente, cada vez que los datos contradecían la literalidad de los libros sagrados. Y también lo hace cuando defiende que la moral, nuestra moral no deriva, en realidad de los textos. Por eso, mantiene que existe un cambiante zeitgeist moral. Pero yo aquí percibo una contradicción, o una falla en su línea de pensamiento, a la que me referiré al final del comentario.

En relación con el asunto de la influencia religiosa sobre la moral, se refiere Dawkins a un experimento realizado por un psicólogo israelí, George Tamarin, que utiliza a niños de 9 a 14 años y les pregunta por el relato de la batalla de Jericó. A pesar de que la narración contiene una referencia a una masacre (que Dawkins denomina genocidio), los niños la justifican en general. Sin embargo, basta la sustitución de los personajes y el lugar, por una inventada guerra en China, para que todos estén horrorizados. Dice Dawkins: «en otras palabras, cuando se eliminaba de la ecuación la lealtad al judaísmo, la mayoría de los niños coincidían con los juicios morales que la mayoría de los seres humanos modernos habrían compartido»5. Y añade que «es la religión lo que establece la diferencia entre que los niños condenen o aprueben el genocidio». Yo, sin embargo, creo que esa afirmación es, cuanto menos, aventurada; y creo que el propio Dawkins desliza una de las claves cuando habla de «lealtad al judaísmo» y no de obediencia religiosa. Estoy convencido de que en la mente de los niños, el hecho se incardina más dentro de una epopeya cultural que religiosa. Una gesta de los «nuestros» contra los «otros». Podríamos utilizar muchos ejemplos que demostrarían que desgraciadamente el impulso tribal es fortísimo a la hora de juzgar hechos objetivamente iguales. Y si en esos hechos están implícitas las claves para comprender la nación o concurren virtudes militares, apaga y vámonos. Creo que de nuevo Dawkins da a la religión, en este caso un síntoma, estatus de causa.

Posteriormente Dawkins hace referencia, en cierto sentido, a esta objeción. La salva considerando que la religión es una «etiqueta» que, de no existir facilitaría la integración y al superación de conflictos, y cita Irlanda, Kosovo, Palestina y otros lugares similares. Curiosamente, con ese reconocimiento admite que la religión es utilizada. No se puede ser etiqueta y causa profunda. La contradicción está en pensar que sin esa etiqueta los hombres no crearían otras. Yo en eso soy pesimista. El instinto de grupo está tan arraigado que los hombres tenderían a buscar y encontrarían una cualquiera. Por cierto, lo peligroso de cierta ingeniería social es a menudo sustituir instituciones imperfectas, producto de una evolución lenta de las sociedades humanas, por otras libres de contradicciones, diseñadas por mentes preparadas, que de repente producen consecuencias crueles y normalmente opresoras. Y no hablo de regímenes totalitarios, sino de instituciones nacidas para beneficio de los atrasados.

En este punto llega la parte más interesante. Dawkins, con alguna risible escala en los «nuevos diez mandamientos«, se refiere al carácter cambiante del conjunto de reglas morales y al consenso mayoritario sobre las mismas. Menciona conductas que eran perfectamente admitidas hace pocas décadas y que, en la actualidad, obtendrían un rechazo mayoritario. Defiende, y yo lo comparto, que existe una dirección en la evolución de la moralidad. Una dirección hacia una ampliación del sujeto moral y hacia la igualdad de los seres humanos (supongo que él espera prosiga con otros seres vivos). Y, claro, el cambio y los contenidos de esas leyes morales no pueden derivar de las Escrituras, que contienen esas historias tan terribles. Básicamente puedo estar de acuerdo, siempre que consideremos la evolución cultural a plazo muy largo. Lo digo porque hay tendencia a creer que cualquier posición mayoritaria basada en la ausencia de sufrimiento va en la buena dirección. Yo creo, por contra, que el camino correcto es siempre resultado de una tensión experimental, el viejo ensayo y error, entre la libertad y la máxima paz social. Pero también es verdad que soy bastante amoral.

Hay un último apartado que pretende desterrar la tesis de que Hitler y Stalin hicieron lo que hicieron porque eran ateos. Es extraño que Dawkins pierda tanto tiempo en analizar las motivaciones de Hitler, sus raíces católicas, sus palabras en las que habla de Dios o de la providencia. ¿Qué más daría si Hitler hubiera declarado que mataba a los judíos por razón de su ateísmo? Dice Dawkins que no puede pensar en guerra alguna que haya sido realizada en nombre del ateísmo y añade que Stalin hizo cosas malvadas en nombre del «marxismo dogmático y doctrinario». Es sorprendente. Cuando los jemeres rojos mataban gente lo hacían para liberarlos de todas sus referencias culturales, incluyendo expresamente las de tipo religioso. Eso es así. Yo realmente creo que el comunismo en esa versión nace del mismo sitio del que nace la religión, pero, si tengo razón, la religión no es la causa. La causa está en las explicaciones totalitarias que surgen de una pulsión especial del ser humano. Esas explicaciones totalitarias no exigen un Dios y formalmente no pueden ser llamadas religiones.

Para terminar me referiré a la contradicción que antes mencionaba. Dawkins expresamente afirma que su ataque no se dirige contra el Dios barbudo; lo hemos visto. Sin embargo, a la hora de poner ejemplos escoge los que más evidentemente chocan con la época actual. También afirma Dawkins que lo verdaderamente malo es la creencia en Dios y la religión. Y eso justifica que llegue a afirmar que prefiere a los creacionistas antes que al hipócrita obispo de Roma.

Pero curiosamente el zeitgeist moral, que tan bien y en tan buena dirección va, es producto del consenso. Ese consenso se realiza entre personas mayoritariamente creyentes. En Occidente muchas de esas personas (en Europa la mayoría) han renunciado a que su reglas religiosas sean obligatorias y se han sumado a un cuerpo común que permita básicamente el desarrollo de la libertad. Se ha convertido en algo privado, en suma. Sin embargo, Dawkins cree que esas mentes infantiles están infectadas. Y prefiere a los que están «atrasados» en el zeitgeist antes que al pacífico vecino que va a misa y no molesta a nadie.

Yo creo que la religión (y sobre todo las iglesias) han ido a rastras, inevitablemente y los sujetos de esa evolución han sido, a menudo, sus fieles que, manteniendo un reducto para sus creencias (cada vez menor), no querían verse superados por el progreso. El príncipe siempre quiere que sus cañones tengan más alcance que los del vecino, y el empresario asume la ciencia pagana si con sus fórmulas se fabrican buenos ordenadores. Quizás esos reductos sean patológicos. O quizás lo sean los de los que quieren que los orangutanes tengan derechos. Es discutible.

Por eso hay que tener cuidado. Si te empeñas en imponer tu visión del mundo te conviertes en un tirano y si, para hacerlo, te alías con los que te quemarían en la hoguera a las primeras de cambio, además de tirano eres gilipollas.

Así que, mal que me pese (y yo no he dicho esto), si el papa cree que detrás del Big Bang está Dios y el creacionista quiere que se rece obligatoriamente en todas las escuelas, me quedo con el papa, aunque sea un hipócrita que quiere conservar la clientela. Y si no lo haces eres un fundamentalista dogmático, que le da más valor a la verdad (la suya claro) que a la libertad .

—————————————————————————————————

NOTAS:

1.- Dawkins debería hablar sobre todo de Dios en un libro titulado The God delusion. Sin embargo, habla casi siempre de la religión y las estructuras religiosas. Salvo en los dos capítulos referidos a las pruebas de la existencia de Dios que, además, están trufados, como ya dije, de referencias a la religión (siempre o casi siempre cristiana) y a sus reglas. Comprendo que un libro se vende mejor si tiene 400 páginas, pero lo que no puede hacerse es decirnos que va a hablar de Dios y que, por eso da igual si no menciona las religiones que siguen dos de cada cuatro habitantes del triste planeta tierra, y luego dedicarse al cristianismo.

2.- Yo creo que es evidente que no son lo mismo. Su visión de la moralidad es algo superficial. Quizás eso explica lo mucho que le asustan los ejemplos que luego saca de las Escrituras. Y quizás por eso luego nos hablará de los Nuevos Diez Mandamientos. Si es que en el fondo Dawkins es un moralista. Buena persona, vamos.

3.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 220.

4.- Ibíd. , pág. 247. Aquí Dawkins se refiere a una hipótesis: que en las cárceles hay más creyentes que ateos. Yo también pienso que el pene es un símbolo fálico.

5.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 158.Ibid. , pág. 276.

Dawkins y la maldición de la inteligencia (VI)

Notas aclaratorias

I – IIIIIIV – V

Abandonando el espinoso terreno de las explicaciones primeras, Dawkins regresa al cómodo terreno del darwinismo y la memética, para hablarnos de

LAS RAÍCES DE LA RELIGIÓN

Este capítulo tiene un aire familiar para cualquiera que haya leído otros libros de Dawkins, porque las explicaciones para la existencia de la religión se efectúan desde la selección natural. Concretamente desde un a priori. Dawkins parte de un postulado: la religión es algo tan inútil y exige una inversión tal de energía que hay que buscar una explicación similar a la de las colas de los pavos reales.

De entrada he de decir que creo que el postulado es falso. Me explicaré, Dawkins dice que

La religión puede poner en peligro la vida del individuo piadoso, así como la vida de otros. Miles de personas han sido torturadas por su lealtad a la religión, perseguidos por fanáticos por lo que es, en muchos casos, una alternativa de fe apenas distinguible. La religión devora recursos, a veces a escala masiva. Una catedral medieval podía necesitar de cientos de hombres y de siglos para su construcción, aunque nunca se usaron como viviendas ni para ningún propósito útil reconocido. ¿Eran cierto tipo de «cola de pavo real» arquitectónicas? Si es así, ¿a quién estaba dirigida la publicidad? La música y la pintura sagradas monopolizaron en gran medida el talento medieval y el del Renacimiento1.

Y sigue, preguntándose por el beneficio de todo esto.

Yo creo que Dawkins aplica a este asunto la ley del embudo. Es indudable que los seres humanos tenemos una particularidad. El lenguaje permite la acumulación del conocimiento y la evolución de la cultura obedece a leyes lamarckianas y no darwinistas. Yo no necesito reproducir los elementos de Euclides. Puedo leerlos y entenderlos, y entender las reflexiones efectuadas durante veintitrés siglos por un montón de seres humanos que tampoco tuvieron que reproducirlos. Los seres humanos sí estiran sus cuellos para alcanzar cotas más altas de conocimiento, apoyándose en los estiramientos efectuados previamente por otros seres humanos.

Es evidente que conservamos el cerebro que evolucionó ajustándose (por medio de la presión del entorno y el juego de la evolución darwiniana) a un nicho ecológico concreto, situado en la sabana africana. Pero al aparecer el lenguaje y la acumulación del conocimiento, se produjo algo sorprendente. Los seres humanos podían mejorar y adaptarse sin necesidad de que variase su genoma. Bastaba con la tradición oral, primero, y luego con la escritura y la acumulación del conocimiento. Nuestro cerebro equivale al de la Eva negra. Pero nuestro hábitat es resultado de siglos de evolución cultural lamarckiana. Digo esto porque igual que me parece interesante preguntarse por la pulsión religiosa, me parece tramposo que esa pregunta (efectuada en términos darwinistas) incluya una respuesta para manifiestas producciones culturales, como las catedrales o las guerras de religión. Es posible que parezcan «colas de pavo real» las catedrales. Pero, así visto, también lo son el transbordador espacial y las cátedras en Oxford. Porque, ¿qué beneficio desde el punto de vista evolutivo se obtiene gastando auténticas fortunas para investigar los tres primeros minutos del universo? Y que no se conteste que es producto de la curiosidad, porque el mismo abismo hay entre el cromagnon que mira las estrellas y el hombre que hace catedrales que entre el cromagnon que mira las estrellas y el hombre que construye el Hubble. Si se piensa en el fanatismo, habrá que concluir que el fanatismo no es simplemente religioso.

Por ejemplo, Dawkins cita a un filósofo de la ciencia neozelandés, Kim Stelreny, que se pregunta como es posible que un aborigen, con un «conocimiento práctico del mundo natural» puede simultáneamente abarrotar su mente con «creencias inútiles», como las «destructivas obsesiones sobre la contaminación menstrual de la mujer y la brujería»2. A mí me hace gracia que un filósofo de la ciencia se pregunte sobre la acumulación de creencias inútiles, teniendo en cuenta que pertenece a un gremio que ha ejemplificado como nadie la capacidad de acumular ideas inútiles. Pero lo que más gracia me hace es que se mencione el conocimiento de su entorno (que no es el de la sabana africana), sin reconocer que es la mente especulativa del ser humano la que permite la adaptación a entornos diferentes y que esa mente especulativa, por su flexibilidad, necesariamente produce ideas que, por llamarlas de alguna manera, son esbozos de una explicación totalizadora. Es el filósofo europeo (por formación) el que distingue entre las ideas prácticas útiles y las inútiles. No digo que no tenga razón, pero no por eso las útiles son producto de la adaptación. Lo que hay que explicar es la capacidad especulativa, fabuladora y creadora del cerebro. Esa capacidad es la que explica un viaducto y el ragnarok.

Por tanto, la pregunta directa por la ventaja adaptativa de la religión me parece que exige un esfuerzo previo de justificación que el autor no hace. No obstante, entraré en su análisis.

Dawkins plantea en primer lugar la hipótesis del placebo. La religión limitaría el estrés. No le convence, sin embargo, porque le parece una causa demasiado modesta para un efecto tan extraordinario. No se lo discutiré, a mí tampoco me parece muy convincente. Ahora, no puedo dejar de comentar la siguiente frase: «Por ejemplo, es difícil de creer que la salud se vea mejorada por el estado semipermanente de culpabilidad morbosa que padece un católico romano con la normal fragilidad humana con algo menos normal inteligencia. Quizás sea injusto escoger a los católicos»3. No, Richard, no, no es injusto, es graciosísimo. Pudiendo escoger todas las iglesias protestantes, vas y te refieres a los cristianos más cínicos. Si algo ha caracterizado a la Iglesia Católica, ha sido su relajo en el comportamiento habitual de los fieles (que siempre puede uno confesarse) con tal de mantener la parroquia y los beneficios. Y en el caso de los hombres, no les quiero contar. Pero bueno, como ya he advertido, Dawkins destila gotas de antipapismo cada veinte o treinta páginas.

Tampoco le convencen las explicaciones basadas en la satisfacción de la curiosidad o del consuelo. Dice Dawkins, citando a Pinker, que una «persona congelada no encuentra consuelo en creer que está caliente»4. Es cierto. Por eso no hay que buscar las «causa aproximadas» (dudo si el autor quería decir «causas próximas» y el traductor, un papista sin duda, le ha jugado una mala pasada), sino las «definitivas», que para Dawkins tienen que ver con la «vulnerabilidad» ante la religión. Así, igual que la tortura funciona porque tememos al dolor (que es bueno y fue seleccionado porque evita accidentes), la religión debe funcionar por alguna razón similar que haya sido seleccionada. Yo insisto en la reducción que implica no preguntarse si más que vulnerabilidad ante la religión, lo que existe es inevitabilidad de la religión como producto del discurso mental de una mente flexible. En tal caso, bastaría con preguntarse qué hizo que una mente flexible, una mente que permite el lenguaje, fuera seleccionada. Pero claro, esta posibilidad, situaría la religión en la misma «zona» explicativa que la ciencia.

La primera respuesta a la vulnerabilidad se hace desde la perspectiva de la «selección de grupo». Pone como ejemplo el de una tribu con «dioses beligerantes» que permiten a sus miembros ganar guerras contra vecinos pacíficos. Es curioso que este ejemplo (que no le gusta al autor por razones de fondo y que distingue de los casos —que si le gustan, ya lo sabemos— de selección familiar o altruismo recíproco) realmente sea difícilmente admisible desde un punto de vista darwinista, que es el que el autor manifiesta seguir. No hay más que ver las referencias a los yanomamis. Es posible que un escenario así tenga lugar, pero dudo mucho que se produzca si no es entre seres humanos «modernos». Seres humanos que creerán en dioses beligerantes o serán pacíficos. Conceptos de esa índole parecen difícilmente aplicables al homo ergaster o al heidelbergensis. A mí, sinceramente me parece una simplificación del estilo de los viejos cuadros que van desde el chimpancé hasta el hombre. Sí, puedo comprender su aplicación en el caso de los ejemplos que sobre el comportamiento egoísta ponía Darwin. Pero es que «egoísta» o «altruista » es algo predicable de cualquier especie con un sistema nervioso algo desarrollado. Pacifista no tanto. Y si de lo que quiere hablarse es del comportamiento agresivo, la religión no añade nada a cualquier explicación basada en la carrera de armamentos.

Por eso, abandonada la teoría de la selección de grupo, se centra en la explicación darwinista de la religión como subproducto evolutivo (es decir, como consecuencia de un comportamiento seleccionado por otras razones, explicables, pero del que nace el pensamiento y comportamiento religioso como subproducto). Ésta es la parte más interesante del capítulo. A modo de ejemplo escoge una explicación que se basa en la ventaja selectiva de los cerebros infantiles que obedecen las órdenes de sus mayores de manera acrítica. Algo que explicaría el mecánico comportamiento de un soldado en el frente. Así, «la selección natural construye cerebros infantiles con una tendencia a creer cualquier cosa que les digan sus padres y los ancianos de la tribu. Esta confiada obediencia es muy valiosa para la superviencia (…) Pero la cara opuesta de la obediencia confiada es la credulidad servil. El inevitable subproducto es la vulnerabilidad a la infección por virus mentales»5. El propio Dawkins aclara que es un ejemplo. Ahora bien, chirría de entrada que escoja un ejemplo que llama a los creyentes «crédulos infantiles». Además, me temo que permite contraejemplos inmediatos. Se defiende (en textos estándar) que quizás el crecimiento tan lento de las crías humanas se explica por razones adaptativas. Fundamentalmente por el desarrollo cerebral (básicamente de sus sinapsis). Por tanto, un niño obediente y crédulo puede sobrevivir más que uno rebelde. Pero eso no puede decirse igualmente de los adultos. Es evidente la «superioridad» de un cerebro que permita una respuesta flexible (que exige necesariamente plantearse la «adecuación» de respuestas tradicionales) . Y son los adultos los que crean los sistemas de creencias, no los niños. Por tanto, siguiendo esta hipótesis, la selección favorecerá a niños crédulos que, al madurar, se hagan independientes de criterio. Precisamente esto enlaza con el ejemplo de los soldados que pone Dawkins. Cualquiera que sepa algo de historia militar conoce un hecho indudable: la disciplina es una creación cultural contraria a cuqluier instinto. Son los ejércitos de las naciones más desarrolladas los que nos permiten dar los mejores ejemplos de disciplina ciega. Diré más, esos ejemplos se producen más en sistemas de soldados ciudadanos que en sistemas de corte tiránico. Yo creo que el servilismo es antiadaptativo. Igual que lo es un individualismo extremo, porque somos gremiales. Así que, lo siento, el ejemplo de Dawkins me parece producto de una escasa reflexión y de una intención oculta de presentar a las personas religiosas como ovejas de pensamiento pueril.

Se mencionan, no obstante, otras posibilidades, como la del dualismo instintivo mente-cuerpo que defiende el psicólogo Paul Bloom (aunque no indica la explicación «definitiva» de ese dualismo, por lo que no sirve a los propósitos fijados por Dawkins) y la teleología también instintiva (Dawkins, en sus trece, dice que los niños son «teleólogos» de nacimiento)6. Sí da Dawkins, basándose en Dennett, una explicación «definitiva» del teleologismo. El teleologismo resultaría de lo que Dennett llama «postura intencional», que se ejemplifica de manera clara contándonos la historia del tigre. No pensaremos cuando le veamos en cómo funciona un tigre, ni en su diseño, sino que le atribuiremos la intención de devorarnos. Eso es evidentemente bueno para la supervivencia.

Otra posibilidad que se menciona es la del enamoramiento. La idea de que se produce en una especie monógama como la nuestra un vínculo (suponemos que químico) que permite el mantenimiento de la pareja al menos hasta el destete. La fe religiosa sería un subproducto del enamoramiento que va destinado al éxito de la prole. Persistencias irracionales, las llama Dawkins.

Es extraño que nadie (al menos de los que Dawkins cita) se plantee la religión como subproducto de la capacidad especulativa del cerebro humano. Esa capacidad es fácilmente explicable en términos darwinianos. Y es obvio que las especulaciones humanas han producido y producen constantemente ejemplos indudablemente poco defendibles desde un punto de vista científico o basado en el sentido común. Si a eso se añade una consecuencia de la existencia de la mente especulativa, el miedo al vacío y las explicaciones parciales, y otra razón práctica, la fuerza de las ideas totalizadoras (todas ellas tienen un componente religioso) como pegamento y forma de control social, me parece que mi hipótesis es más «fuerte» que las basadas en la credulidad de los niños o en el enamoramiento. Pero claro, mi hipótesis es demasiado tradicional como para vender un mísero opúsculo.

El resto del capítulo habla de los memes y de los cultos al cargo. En este punto me van a perdonar. No les torturaré con los origamis y los teléfonos de Dawkins, esos ejemplos tan «interesantes» que aparecen en El gen egoísta y en el prólogo del bodrio de Susan Blackmore. La memética, a mi juicio, no pasa de ser una «cosa» tan en pañales que todas las vueltas que le da Dawkins a los memeplex y al fondo memético, para explicar la pervivencia de las ideas religiosas, más que aclarar la discusión, la oscurece y la trivializa. Cuando le leo estas cosas pienso inmediatamente en Matrix o en la «Biblia Católica Naranja«.

Y en cuanto a los cultos al cargo, Dawkins no cuenta nada que no sepamos. Son un buen ejemplo de la aparición de una religión y deberían hacer reflexionar a los que piensan que el manto de veinte siglos de oraciones hacen más venerables a sus religiones. Pero eso, como mucho, puede aplicarse a la crítica a las estructuras religiosas, no a Dios. Además, permite el contraejemplo. Que unos polinesios lleguen al punto de inventarse una religión basada en el regreso de un benefactor y construir «ficticios» de aviones y torres de control, es una prueba fortísima de la pulsión religiosa de los polinesios. Lo único que les falta es que llegue el sacerdote que les revele la religión verdadera. Ahora escojan.

———————————————————————————————–

NOTAS:

1.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 179.

2.- Ibíd. , pág. 181.

3.- Ibíd. , pág. 183.

4.- Ibíd. , pág. 183.

5.- Ibíd. , pág. 192.

6.- Ibíd. , pág. 198.

Dawkins y la maldición de la inteligencia (V)

Notas aclaratorias

I – IIIIIIV

Hoy les hablo de los esfuerzos de Dawkins para convencernos de …

POR QUÉ ES CASI SEGURO QUE NO HAY DIOS

¿Se lo han creído? ¡Ah! pobres ingenuos. Verán, Dawkins en realidad sigue en el capítulo 3, el que habla de las pruebas de la existencia de Dios. Me explico: la mayor parte del capítulo es una sucesión de argumentos contra la teoría creacionista del diseño inteligente (el DI para los amigos). Por eso en la anterior entrega les advertí de que dejaba su refutación para este capítulo.

De partida es llamativo que Dawkins critique en los creacionistas «la veneración de los vacíos», que puede resumirse en algo así: cuando un creacionista ve que un evolucionista no puede explicar algo inmediatamente, lo interpreta no sólo como una falla de la teoría de la evolución neodarwiniana, sino como una prueba de la verdad del DI. Digo que es llamativo no porque sea falso, sino porque él hace algo parecido. Su veneración del vacío puede resumirse así: cada vez que consigue chotearse de un defensor del DI y los extravagantes caminos de su pensamiento, inmediatamente lo interpreta como una prueba de que Dios no existe.

Y todo basándose en la improbabilidad. Dawkins le da la vuelta al argumento que se refiere al azar creando, por ejemplo, un Boeing 747 mediante un huracán que remueve las piezas de un desguace de aviones. Sí, dice, es prácticamente imposible, pero eso mismo se puede predicar de Dios (que como ser que exige un megadiseño inteligente puede ser denominado «Boeing 747 definitivo»). A continuación nos explica por qué: hay una alternativa llamada selección natural.

INTERLUDIO

Antes de desarrollar su argumento, Dawkins se refiere a la selección natural como mejora de la conciencia. Defiende, dando ejemplos tomados entre otros del feminismo, que la teoría de la evolución por selección natural no sólo es válida, sino que introduce un cambio en la conciencia de los que la comprenden, e incluso de los que se defienden contra ella. Cita expresamente el caso de un converso al ateísmo como consecuencia de las lecturas de El gen egoísta y El relojero ciego que, de forma repentina, ve la luz y captando íntegramente el «concepto» —del que dice es de una «simplicidad alucinante»— se asombra, por comparación, de lo tonta que es la experiencia religiosa. Yo, por mi parte, me asombro con que no se asombren con esos estallidos de luz tan manifiestamente religiosos que tienen algunos. Recelo del conocimiento recibido de golpe, de esas iluminaciones que parecen salidas de los tres días de ayuno, de esa especie de comunión con el cosmos.

¿Mejora de conciencia? Veamos un ejemplo del procedimiento, tal como lo explica Dawkins comentando a Fred Hoyle: «Supongo que comprendía la selección natural a nivel intelectual. Pero quizá será necesario empaparse en la selección natural, sumergirse en ella, nadar en ella, antes de poder apreciar verdaderamente su poder» 1. ¿De qué coño habla? ¿Cómo se empapa uno en una teoría científica que comprende intelectualmente? A lo mejor se refiere a algo así:

En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada

¿Es eso? ¿Sales inflamado de amor por los diminutos cambios y te fundes con la naturaleza y te das cuenta de que las experiencias religiosas son cosas de idiotas? Por eso recomienda libros de «prosa poética científica»2.

A mí todo esto me suena a Cienciología.

FIN DEL INTERLUDIO

Continúa Dawkins (en teoría) demostrando por qué Dios casi seguro que no existe y lo hace atacando directamente al Diseño Inteligente y sus alternativas.

Esto es conocido. Unos (los del Diseño Inteligente) se dedican a poner ejemplos de estructuras biológicas estupendas, apostando al «esto no puede explicarse, ergo Dios» (aunque lo llaman por uno de sus nombres de pila: ingeniero). Dawkins dice que no, perdón que sí, que sí puede explicarse y que para eso está la teoría de la selección natural que escala el Monte Improbable mediante una acumulación no casual de pequeñas modificaciones. Dawkins se esmera en dar ejemplos. Al final, claro, pues no es este un libro sobre teoría de la evolución, simplemente afirma que la selección natural explica la increíble variedad de la vida de forma económica y que resuelve el problema de la improbable aparición de estructuras muy complejas. Yo creo que tiene razón, no por lo que dice en este libro, claro, y creo que el Diseño Inteligente no es una teoría científica ni remotamente, sino una simple declaración de ignorancia seguida de una llamada a la existencia de un creador. Y es obvio que, aunque fuera cierto lo que dicen los creacionistas, la ignorancia no es prueba más que de eso: de que no sabemos algo. Si no, Dios habría existido hasta la primera publicación del Origen de las Especies, para morir en ese momento como anunció Nietzsche, tan fatuo él. Es cierto que, pese a quien pese, y asumiendo las partes del puzle que faltan, no existe (y la comunidad científica es muy amplia y está ávida de destronar a los dioses del pasado y, sobre todo, a algún jefe de tesis) un ejemplo que, de forma manifiesta, eche por tierra los elementos básicos de la teoría de la evolución por selección natural.

Por eso, aunque resulte divertida la refutación de Michael Behe, para eso ya tenemos los documentos que nos linkó el Almirante, en los que no queda muy bien, aunque para dar las dos versiones, no está de más recoger la del Discovery Institute.

En resumen, que no avanzamos demasiado, ya que parece aún situado en el capítulo anterior.

Hasta que nos habla del principio antrópico en versión planetaria.

De entrada diré que el principio antrópico siempre me ha parecido un atajo que no prueba nada. Todo lo más permite un cierto «punto de vista» que nos hace evitar el problema de la improbabilidad partiendo del suceso único o improbable como requisito para el «planteamiento del problema». Pero no es una solución. Es un deus ex machina, una manera de salvar la cara, legítima, pero que no puede tener pretensiones de explicación científica. Dawkins, sin embargo, no piensa igual.

Explica como la Tierra reúne una serie de requisitos (distancia al sol dentro de la Zona Goldilock en cualquier momento de la órbita elíptica, Jupiter de parapeto para los asteroides, la Luna que estabiliza el eje de rotación, el Sol que calienta allá en la playa ♫ ♫ …) que permiten la vida. ¿Por qué? Porque, como la hay, sabemos que los reúne. Dawkins dice que es «una alternativa a la hipótesis del diseño»3 y añade: «Lo que las mentes religiosas no captan es que se ofrecen esas dos soluciones candidatas para resolver el problema. Dios es una de ellas. El principio antrópico es la otra. Hay alternativas»4. No entiendo por qué. Insisto: el principio antrópico no es una alternativa, no es una explicación. Es un «punto de vista» que excluye la imposibilidad basada en la improbabilidad.

Dawkins, además, lo usa para explicar el origen de la vida en el caldo primigenio (me ha quedado bien ¿verdad?). Nos dice que la alternativa antrópica a la hipótesis del diseño es estadística y lo explica haciendo cálculos sobre el número de galaxias (supuestas) y de planetas (supuestos) y de la improbabilidad de que surgiera en uno de ellos la vida (supone una entre un billón y dice que lo hace porque es una probabilidad muy baja). Luego hace un cálculo y le sale que «incluso con esas absurdamente bajas posibilidades, la vida habría surgido en un billón de planetas – de los que la Tierra, por supuesto, es uno de ellos»5. Y añade que «Esta conclusión es tan sorprendente que la voy a repetir».

Yo, personalmente, levito ante esa manera de proceder. Hace un cálculo suponiendo unos números que son resultado de unos cálculos que han presupuesto otros cálculos y luego les aplica un cálculo de improbabilidad de uno entre un billón que se saca literalmente de la manga. Yo no digo que no tenga razón. Incluso es posible que los marcianos estén a punto de invadirnos, pero lo que hace no es serio. No es ciencia. Es una patraña, un blablablá igual al de esos del DI de los que se ríe. Naturalmente, esto no tiene nada que ver con el principio antrópico. Más aún, el principio antrópico se cumple siempre porque estoy aquí con mi ordenador. Esto a Dawkins le parece bello. A mí me parece un truco sin estilo. Así, de esta manera tan interesante, Dawkins deduce que ese paso inicial es explicable. Pues vale.

A partir de ahí (del «golpe de suerte inicial»6), ya no hace falta el argumento circular, porque empieza a trabajar la evolución por selección natural. Vamos, que nos va a decir por qué Dios no existe y de nuevo no nos explica nada. Sigamos, a ver si llega.

A continuación nos explica el principio antrópico ya en versión cosmológica. Esto es más interesante, porque es en este ámbito donde surge primero esta reflexión. Menciona los seis números de los que habla Martin Rees. Por ejemplo el de la fuerza nuclear fuerte 7. Se trata de constantes fundamentales que permiten la existencia del universo tal y como se supone que es. Claro, los teístas creen que Dios los sintoniza y Dawkins se ríe. «Puede que la razón psicológica para esta asombrosa ceguera tenga algo que ver con el hecho de que muchas personas no han visto mejorada su conciencia, como lo han hecho los biólogos, por la selección natural y su poder para domesticar la improbabilidad»8. Es increíble. Casi una especie de homeopatía para todo 9. Pero es que realmente tampoco da respuesta al enigma. Una alternativa (que realmente esas constantes quedarán claras cuando se consiga la Teoría del Todo que persiguen los físicos) no sirve porque no deja de ser un futurible. La otra es de nuevo el principio antrópico.

Existe una última explicación. Bueno Dawkins la llama sugestión, relativa a la existencia de multiuniversos (cada uno con leyes menores propias). En ese caso y por el principio antrópico estaríamos en uno de los universos con leyes menores que permiten la aparición de la vida. ¿A ustedes le parece todo esto serio?

Porque hay más, versiones seriales con su Big Bang y su Big Crunch, y claro estamos en un capítulo del culebrón bangcrunch en el que aparecen los hombres. Y la más graciosa de todas es la del famoso Lee Smolin que llega a postular que hay universos padre que «transmiten» características a universos hijo que pueden tener versiones mutadas y, por tanto, sobrevivir y reproducirse en el multiuniverso. Pasmoso. Me da que hay mucho cosmólogo ocioso.

Dawkins advierte a sus lectores que esto del multiuniverso fornicador supone una hipótesis mejor que la de Dios porque …. ¡premio!, si mejoran su conciencia, se darán cuenta de que es una hipótesis simple porque aunque los universos sean muchos, cada uno sería simple en sus leyes.

Y llegamos al meollo de la cuestión. Por fin Dawkins nos explica por qué Dios seguro que no existe, después de tanto circunloquio. Porque Dios no es simple y la «explicación» dada por el principio antrópico y la selección natural sí lo es.

Claro, una ristra de teólogos (que cita con profusión) le dan la razón. Ya que se ponen a decirnos si Dios es un tío simple o complicado. Paparruchas de nuevo. Al fin y al cabo, ¿qué coño sabe un teólogo acerca de si Dios es simple o no? Vayamos a la cuestión. El problema de Dawkins, que ya se veía en el anterior capítulo, se encuentra precisamente en evitar el problema de Dios. El problema de «alguien» omnitodo. Las consideraciones sobre la complejidad o simplicidad de un ser así parten de que sea descriptible. Y aunque sostengo que el principio antrópico no prueba nada, lo que creo es que, aunque probase lo que dice Dawkins, no probaría la inexistencia de Dios, porque un ser así debe ser necesariamente tan improbable que para nuestras categorías estadísticas fuese imposible.

Y, por mucho que le moleste, el problema de la búsqueda de la primera causa, se topa siempre con la regresión infinita y con la existencia del ser y del vacío. Vamos, con eso de lo que hablan los filósofos desde Parménides. Yo creo que realmente los filósofos y los teólogos no hablan de nada. Sólo se regodean en argumentos circulares carentes de contenido, pero sus argumentos no se desvirtúan con argumentos sobre la probabilidad o improbabilidad de Dios. Toda la tesis de Dawkins se resume en la pregunta, ¿quién diseña al diseñador?, y en una supuesta explicación simple alternativa, que no pasa de ser un cuento de science fiction publicado en revistas científicas. La alternativa frente al gancho celestial es la grúa que escala el monte improbable.

Por desgracia para Dawkins, siempre habrá alguien que se pregunte de donde salió esa simple grúa.

Todo el aparato de Dawkins, en suma, se dirige contra la tesis de Diseño Inteligente. Pero no se trataba de refutar una prueba de la existencia de Dios. Se trataba de demostrar, por ejemplo, a un hinduista, que Brahma no sueña.

————————————————————————————————

NOTAS:

1.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 128.

2.- Se refiere Richard Dawkins al libro La creación revisitada de Peter Atkins.

3.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 150.

4.- Ibíd. , pág. 150.

5.- Ibíd. , pág. 152.

6.- Ibíd. , pág. 154.

7.- No lo he dicho hasta ahora. Me da que la traducción no es muy afortunada o no ha sido revisada por alguien con conocimientos científicos. Por ejemplo usa el término fuerza nuclear intensa para hablar de la fuerte.

8.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 158.

9.- Cuenta Dawkins que una explicación para el hecho de que el personal sea tan bobo lo da un psquiatra evolucionista (imagino que con la conciencia mejorada), un tal J. Anderson Thomson que dice que todo viene del prejuicio psicológico que todos tenemos hacia la personificación de objetos inanimados como agentes. Pues ya sé a que psiquiatra no hay que ir. Porque otra cosa no habrán hecho los hombres, pero personificar y dotar de voluntad a los objetos «inanimados» y ponerse a adorarlos en seguida, eso lo han hecho a todas horas.

Dawkins y la maldición de la inteligencia (IV)

Notas aclaratorias

I IIIII

En el capítulo del que hablaré hoy, Dawkins entra en harina, ya que intenta desmontar los

ARGUMENTOS A FAVOR DE LA EXISTENCIA DE DIOS

Este capítulo del libro debería ser el más sencillo de comentar. Las llamadas pruebas de la existencia de Dios son, ya lo sabemos, poco convincentes. Me debería, por tanto, costar poco estar de acuerdo con Dawkins. Por eso me produce cierta pesadumbre tener que insistir en las maneras tan poco afortunadas de Sir Richard y en el uso de argumentos manifiestamente mejorables. Veámoslos sin más dilación:

En primer lugar, nos menciona las famosas cinco vías de Santo Tomás. Digo cinco vías pese a que Dawkins las llame pruebas, porque creo que la crítica, que las califica de «necias», excluye tres consideraciones: en primer lugar, que Santo Tomás no ha leído a Darwin o a Newton ni ha podido consultar la Enciclopedia Británica1; en segundo lugar, que hay en Santo Tomás una pretensión «objetivadora» que, aun no atreviéndose a declarar el predominio de la razón, pretende recuperarla frente a tendencias irracionales, en un camino naturalista que debería apreciar un etólogo; en tercer lugar, que más que pruebas, que lo son, se describen caminos para la aprehensión de la necesidad de Dios. Puede que a Dawkins le parezca necio hablar del motor inmóvil o de la primera causa. Sin embargo, rechazar la necesidad de que finalice cualquier regresión (argumento «natural» donde los haya) exigió un trabajo acumulado de muchas lumbreras. Dawkins lo tiene fácil porque puede leer sus libros (no los de él, sino los de esas lumbreras). Otra cosa sería que dijera que aceptar «hoy» esas pruebas tiene menos sentido. Por cierto, al final siempre se llega al «truco del almendruco» para evitar ese fin que sentimos tan natural: basta con hablar del nacimiento simultáneo de las dimensiones físicas y del tiempo, o de las singularidades a las que no se aplican las leyes naturales tal y como las conocemos. No digo yo que esas hipótesis sean incorrectas, pero dejan en alguien como yo, pobre hombre del pueblo llano, el regusto amargo del truco de magia.

Por cierto, Dawkins menciona un «argumento cosmológico» tomista, relacionado con la existencia de las cosas físicas que deben provenir de alguna cosa no física. Yo diría que ésa no es precisamente la vía de Santo Tomás, que menciona la distinción entre lo contingente y lo necesario. Lo contingente se genera y se corrompe, y para que existan cosas contingentes debe existir un ser absolutamente necesario, porque de lo que no es no puede surgir el ser. Yo no veo en ningún sitio que ese ser necesario, vamos, Dios, no sea físico. Sorry.

Pues bien, Dawkins ataca las tres primeras pruebas cortando oro, hasta que llega a algo que ya no es oro. Es otra cosa. Vaya. Impresionante. Como si a Santo Tomás le preocupase si es oro o una cebolla. Seguro que nuestro amigo, el del pupitre recortado, le diría que él habla del ser y de los entes. Y que esa otra cosa, los quarks, las supercuerdas esas de once dimensiones, o lo que sea, son entes y por tanto les son aplicables sus vías. Por tanto, su primera crítica (la de Dawkins) es bastante deficiente.

Luego se mete con la vía de los grados de perfección, eso de que si hay grados es porque hay algo perfecto con lo que comparar las demás cosas. Vean la crítica:

También podríamos decir, por ejemplo, que las personas difieren en cuanto a la hediondez, pero que solo podemos hacer la comparación con referencia a un máximo perfecto de hediondez concebible. Por lo tanto debe de existir un canalla sin igual, y le llamamos Dios2.

Ven, le pierde meterse con Dios (se va a condenar, seguro) y, claro, se olvida (o desconoce) de Platón y del neoplatonismo. Nuestro amigo, el Doctor Angelicus le diría, no sea usted bestia, hablo de la perfección como correlato de la idea de «bien», el «sol de las ideas» platónico, y claro lo que Dawkins hace es precisamente referirse a una progresiva carencia del bien de los entes que compara. Porque el que es más hediondo es «menos perfecto», tiene menos bien que su compañero de olores. Además, da igual, porque el propio argumento de Dawkins demuestra que Dios existe. Santo Tomás no está tan preocupado por los atributos de Dios como por demostrar que la vía progresiva de las comparaciones presupone un ejemplo absoluto. Le tiene sin cuidado el contenido material de la comparación. Solo le interesa el método. ¿Que Dios es hipermegasuperhediondo? ¡Qué más da!, lo que importa es que exista.

En cuanto al argumento del diseño, ya hablaré de él en el capítulo siguiente, porque se relaciona con las «casipruebas» de que Dios no existe.

A continuación se entretiene con el argumento ontológico. Ya saben, eso de que si imaginamos al ser más perfecto, al ser la existencia un atributo de la perfección, probamos que ese ser (sí, el number one), existe.

Dice que el argumento es infantil. No diré yo que no tenga razón, aunque la verdad es que ha enredado a tíos con algo de sesera. Por ejemplo, no les pareció pueril a Duns Escoto, Descartes, Leibniz, Hegel, Brentano o Bertrand Russell (al que menciona Dawkins). Resulta curioso observar la presencia de matemáticos y lógicos. Porque, dice Dawkins que «mi propio sentimiento sería la automática y profunda sospecha acerca de cualquier línea de razonamiento que llegase a una conclusión significativa sin aportar un sólo dato del mundo real»3. ¿Quizás se refiere por ejemplo a la demostración de Cantor de que existen conjuntos de infinitos elementos con diferente tamaño?, o por dejar las matemáticas, ¿a las fórmulas de las teorías de cuerdas que aunque sean exactas permitan tantas soluciones que una gama de resultados experimentales diferentes pudieran encajar con la teoría, debilitándose hasta la catástrofe la posibilidad de contrastar la teoría con los datos reales?

Comparto con Dawkins la sensación de que el argumento ontológico es un «juego verbal», pero hay que desarrollar más la respuesta. Curiosamente acoge un argumento «filosófico», el de Kant, que dice que no es demostrable que sea más perfecto algo existente que algo no existente. Con lo fácil que es decir que cuando San Anselmo dice que el «insensato» comprende qué es Dios cuando dice que Dios no existe, está diciendo una estupidez, porque por definición nadie, salvo Dios (imagino), comprende qué es Dios cuando usa esa palabra4.

Por eso me molesta la inclusión de la prueba de un tal Douglas Gaskings que dice demostrar (de coña) que Dios no existe cuando dice que 5 (en rojo mis objeciones):

«1. La creación del mundo es el logro imaginable más maravilloso (¿Por qué?, a lo mejor un pedo de Dios es más grandioso) 2. El mérito de un logro es el producto de a) su calidad intrínseca y b) la capacidad de su creador (Vale) 3. Cuanto mayor sea la discapacidad (o minusvalía) del creador más impresionante es el logro (Vale) 4. La minusvalía más formidable de un creador sería su inexistencia (Pongamos que vale a efectos dialécticos, aunque es difícil atribuir algo a lo que no existe; de ahí ese minus) 5. Por lo tanto, si suponemos que el Universo es el producto de un creador que existe, podemos concebir un ser más grande, a saber, uno que lo creó todo mientras no existía. (Pues no, lo que podríamos es concebir un logro más impresionante. A lo mejor hay un ser más grande que es un vago y no quiere crear nada) 6. Un Dios existente, por consiguiente, no sería un ser tan grande que uno más grande no pudiera concebirse, porque un creador incluso más formidable e increíble sería un Dios que no existiera (No de nuevo, porque la grandeza de Dios no tiene que ver con lo que haga, sino con lo que sea capaz de hacer, pero sigamos admiténdolo a efectos dialécticos). Ergo 7. Dios no existe (Vale; seguro que nuestro Dios no existente que hace cosas tan formidables rebosa amor por sus criaturas. Gracias por demostrar la existencia de un Dios inexistente. Ah, por cierto, se parece un huevo al Dios de Dawkins, el de Penzias y Wilson, porque no me digan que no tiene mérito que esas sencillas reglas de la naturaleza hayan producido la incomparable variedad del cosmos y de la vida, por el simple aumento de la complejidad. Que tanta complejidad e inteligencia provengan del huevo cósmico y de la acumulación cosmodarwiniana demuestran lo listo que es este australiano).

Los restantes argumentos tienen menos interés. No digo yo que sobren, porque si Dawkins dice que le aporrean con ellos en sus conferencias será verdad. Pero son, en general, de una liviandad que desmerece el esfuerzo. Eso sí, Dawkins aprovecha para hacer de las suyas.

Por ejemplo menciona el argumento de la belleza. Ya saben que si las cosas son bonitas y que si los cuartetos de Beethoven. Vale, es una idiotez de argumento, pero también lo es que Dawkins aproveche para meterse con la religión y su «mérito» en relación a las producciones artísticas. «Si la Historia hubiera funcionado de otra forma y a Miguel Ángel se le hubiera encargado que pintara los frescos de un Museo de la Ciencia gigante…», «Qué pena que nunca hayamos escuchado la Sinfonía Mesozoica de Beethoven, o la ópera de Mozart El Universo en Expansión» 6, dice por ejemplo. La verdad es que, cuando leo cosas así, siento una mezcla de grima y lástima. Esa afición a los mundos paralelos, a imaginar la realidad recortando lo que no le gusta, sin plantearse, al menos hipotéticamente, la influencia que habría tenido su ausencia sobre el resto de la realidad, resulta muy poco «científica» 7. Pero el momento más gracioso es éste: «Por abordar el argumento desde la otra cara, ¿qué pasaría si, como fríamente me sugiere mi esposa, Shakespeare hubiera estado obligado a trabajar por encargo de la Iglesia? Seguramente nos hubiéramos perdido Hamlet, El Rey Lear y Macbeth. Y ¿qué habríamos ganado a cambio? ¿Algo como aquello de lo que están hechos los sueños? Soñemos» 8. El antipapismo de Dawkins aflora de nuevo, hasta el punto de enfrentar a dos autores que si tienen algo en común es precisamente el apoyo de las cortes respectivas, Shakespeare desde 1603, Calderón desde 1635. Y se olvida Dawkins de que Felipe IV no era jefe de la iglesia de Inglaterra, y la reina Isabel sí. A lo mejor si Shakespeare hubiera vivido en España en vez de escribir el Enrique V habría escrito que «En lo que no es justa la ley no ha de obedecer al Rey».

Las referencias por otra parte a nuestro software de simulación y a la experiencia religiosa como prueba de la existencia de Dios son conocidas. Conforme con ellas. Extrañamente este punto lo finaliza Dawkins requiriendo de quien ha tenido una experiencia similar que no espere «que el resto de nosotros le creamos a pies juntillas, sobre todo si estamos mínimamente familiarizados con el cerebro y su poderoso funcionamiento»9. Supongo que muchos creyentes que han tenido experiencias religiosas estarán conforme con esto.

¿Qué decir del argumento de las escrituras? Ya sabemos que los textos están repletos de contradicciones internas, hasta el punto de que los propios cristianos no se ponen de acuerdo con su contenido. Pero ¿qué tiene que ver esto con que Dios exista o no? Sí, hay literalistas, pero imagino que primero creerán en Dios y luego en su palabra y no al contrario, y ya sé que Dios es verbo, pero no Biblia. Así que no les aburriré con historias sobre los Reyes Magos 10, censos variados o Herodes. Aunque sí me hace gracia un argumento al que Dawkins parece dar importancia, aunque sea como exemplum. Menciona que Lucas para explicar la presencia de José en Belén en el momento del nacimiento de Jesucristo nos dice que José era de la «Casa y el linaje de David», y que Belén es la ciudad de David. Y continúa diciendo:

David, si es que existió, vivió cerca de mil años antes de María y José. ¿Por qué habrían requerido los romanos a José para que fuera a la ciudad donde un milenio antes había vivido un remoto ancestro? Esto es como pensar, por ejemplo, que me requirieran que estableciera a Ashby-de-la-Zouch como mi ciudad en un formulario censal, si ocurriera que yo pudiera trazar mi linaje hasta el señor de Dakeyne, quien vino con Guillermo el Conquistador y se estableció allí 11.

Me parece increíble que diga algo tan idiota y se quede tan encantado de haberse conocido. ¿Por qué no se pregunta por qué podía creer o afirmar José —así en hipotético— que era de la casa de David? No creo que fuera porque tuviese una foto de su antepasado. No sería más sencillo pensar que, a lo mejor el padre de José o su abuelo, y alguna generacioncilla más, pensaba realmente eso, quizás porque eran oriundos de Belén. ¿Verdad que no parece entonces tan raro? Es como si las leyes inglesas te obligan a censarte en el lugar de tu nacimiento y vas a Ashby-de-la-Zouch, pero no porque desciendas de Guillermo el Conquistador, como se viene diciendo en la familia desde hace cien años porque el bisabuelo Guillermo se iba constantemente de putas, sino porque allí viniste al mundo.

También es muy cachondo que critique los Evangelios para luego referirse a los Evangelios apócrifos manteniendo que por su contenido infantil no fueron seguramente reconocidos como tales. Vamos, que los de la Iglesia se ponen serios 12 y Dawkins les critica. Claro, querría poder usar el Evangelio de María Magdalena para afirmar que la Iglesia niega el Big Crunch («Todas las naturalezas, todas las producciones y todas las criaturas se hallan implicadas entre sí, y se disolverán otra vez en su propia raíz, pues la naturaleza de la materia se disuelve en lo que pertenece únicamente a su naturaleza. Quién tenga oídos para escuchar, que escuche»).

Más interesante es el argumento de los científicos religiosos. Su tesis es que son una aguja en un pajar de ateos, de donde deduce (bueno se pregunta) si no será verdad que es «probable distinguir a los ateos entre las personas mejor educadas y más inteligentes» 13. Lo curioso es que, al margen de un anecdotario variado (lo que es habitual a lo largo del libro) el elemento fundamental de su tesis es una encuesta realizada entre miembros de la Royal Society (ese sitio lleno de científicos anglosajones que no sueñan). Esa encuesta, aún sin publicar, se hace a 1.074 personas. Y dice Dawkins que «respondieron cerca de un 23 por 100 (una buena cifra para este tipo de estudios)» 14. El resultado es que sólo un 3,3 % de los académicos cree en un Dios personal. Más aún, sólo resultaron 12 creyentes frente a 213 no creyentes. Voilà. Es sintomático, sin embargo, que no se pregunte Dawkins por qué gente tan amable y científica colabora tan poco con una encuesta tan estupenda. Unos 850 académicos no contestan. Y Dawkins dice que da igual. Yo no sé si da igual o no, pero imaginemos, como hipótesis, que los científicos creyentes están hartos de que se cachondeen de ellos sus colegas ateos. Poco más o menos que les pongan la etiqueta de supersticiosos (y ¿quién se fía de un colega que cree en Dios?, ¿será necio?). ¿No les parece que podrían sentirse incómodos? A lo mejor en Cambridge la presión es justo la contraria que en Salt Lake City. Ahora, colóquense en el lugar de ese físico de partículas que lee el Apocalipsis a escondidas y recibe la encuesta. ¿Qué hace? ¡Bingo! No la contesta. Pero a Dawkins le basta con los que la contestan.

También nos habla de Pascal y su apuesta y de un argumento de un tal Stephen Unwin que afirma que Dios es muy probable. No los comentaré, porque Pascal no pretende probar la existencia de Dios, como es patéticamente obvio, y el otro es un tonto asomado a una tapia. También aquí Dawkins hace elucubraciones absurdas como las de una apuesta anti-Pascal basada en una vida no sometida a los rigores de la religión, y que —digo yo— durará unos ochenta años, cuando Pascal en su apuesta se refiere a la vida eterna (que dura más que un viaje loco a Las Vegas).

En realidad, Dawkins fundamenta gran parte de su edificio teórico en la improbabilidad de Dios y en la necesidad de un diseñador más complejo del propio Dios. Pero eso lo dejo para el próximo capítulo.

————————————————————————————————

NOTAS:

1.- Precisamente, lo que hace Santo Tomás, sobre todo en la primera vía, es remitirse a Aristóteles, al que sí había leído (más o menos bien traducido), del que saca la idea de la existencia de un motor inmóvil. Pero Dawkins no se refiere a las necedades de Aristóteles.

2.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 89.

3.- Ibíd. pág. 93.

4.- Y eso que acabo de decir me condena, porque siempre he pensado que el argumento ontológico es pueril, y que los filósofos y lógicos que se han quedado embelesados con él debían estar fumados. Ya ven soy un insipiens.

5.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 94.

6.- Ibíd. pág. 97.

7.- Me encanta eso de un Museo de la Ciencia gigante. Inmediatamente me he acordado de las Academias de la Ciencia de la antigua URSS. Unos edificios preciosos, seguro que repletos de frescos en honor de la ciencia soviética.

8.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 97.

9.- Ibíd. pág. 103.

10.- De nuevo mezcla Dawkins los textos «oficiales» y las «leyendas» sobre la vida de Jesús, de las que dice que un tal Flynn sostiene que están tomadas de otras religiones mediterráneas. Ya, parece que hayan descubierto América. Por eso precisamente no hay que hablar de Reyes Magos como hace Dawkins todo el rato, ignorando que sólo un Evangelio los menciona y no dice que sean reyes. Se trata es obvio de una referencia a sacerdotes del zoroastrismo.

11.-R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 105.

12.- Y tan serios. Como que el argumento fundamental de Ireneo de Lyon (el padre del asunto) era la analogía de los cuatro evangelios con los cuatro puntos cardinales o los cuatro vientos.

13.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 115.

14.- Ibíd, pág. 104.

Dawkins y la maldición de la inteligencia (III)

Notas aclaratorias

III

Sigamos con el capítulo 2º,

LA HIPÓTESIS DE DIOS

En este capítulo, Dawkins pretende … ¿Qué pretende? Pues no estoy muy seguro. Habla de muchas cosas, así, en plan batiburrillo. En el prefacio nos dice que escribe este capítulo para persuadirnos de que la «Hipótesis de Dios» es «una hipótesis científica acerca del Universo que debería analizarse tan escépticamente como cualquier otra»1. Sin embargo, después, cuando comenzamos a leer, nos encontramos con una especie de libro dentro del libro, una colección de chascarrillos y reflexiones (a menudo reflexiones de esas que haces tras la sexta cerveza). Veámoslo:

Comienza recordando que aunque el Dios del Antiguo Testamento es malísimo, no va a hablar de él, porque sería demasiado fácil2. De lo que va a hablar es de que frente a la tesis de que hay una «inteligencia sobrenatural y sobrehumana que deliberadamente diseñó y creó el Universo y todo lo que contiene, incluyéndonos a nosotros» hay una alternativa, que «cualquier inteligencia creativa, con suficiente complejidad para diseñar algo, solo existe como producto final de un prolongado proceso de evolución gradual»3.

Y para eso debe referirse al politeísmo, monoteísmo y agnosticismo.

Sus reflexiones sobre el politeísmo no pueden ser más superficiales. Así, no sabe por qué es mejor el monoteísmo que el politeísmo. Cita una coña de Ibn Warraq que dice que el monoteísmo está destinado a la eliminación de otro dios más y convertirse en ateísmo (vamos, a pasar de una religión de muchos a una de uno y, de ahí, a una sobre una «nada tan bella»).

En cualquier caso, a Dawkins el politeísmo le dura lo justo para nombrarlo y si quieres te lees La Rama Dorada de Frazer. Llega a afirmar que al politeísmo lo menciona para cubrirse «frente a una acusación de negligencia» (lo juro, lo afirma). Como le molesta todo sobrenaturalismo, se va a concentrar en la forma más familiar a los lectores: el monoteísmo de «las tres ‘grandes’ religiones monoteístas (cuatro, si contamos el mormonismo), todas ellas remontándose hacia el patriarca mitológico Abraham, por lo que será conveniente tener en mente el conjunto de las tradiciones durante el resto del libro». Naturalmente, esto lo hace por el «probe» lector, no porque seguramente no pueda hablar de los budismos, el taoismo, los hinduismos, el jainismo, el shinto, las religiones animistas o cualquiera de las religiones extinguidas (como el vedismo o las religiones indoeuropeas). No hay más que ver que, en realidad, a lo largo del libro habla exclusivamente del cristianismo, mencionando de pasada el judaísmo y el islam. Y no hay más que ver que llegue a considerar al mormonismo como una de las cuatro «grandes religiones monoteístas». Sin embargo, aclara, no se mete con el dios barbudo, habla de cualquier cosa sobrenatural. Pues no. Habla, casi siempre, del Dios barbudo. Lo comprobaremos.

Todo entre chascarrillos sobre la discriminación a las religiones politeístas; sobre el dinero libre de impuestos de los telepredicadores; sobre el criptopoliteísmo católico de la trinidad, aderezado con los cultos a la virgen, los santos, los ángeles y los tronos, concluyendo sobre la hipocresía de Wojtyla, que menciona a la virgen de Fátima, en vez de a la de Lourdes o a la de Guadalupe (aquí se extiende un rato porque es fácil, aunque no sé por qué le molesta tanto cuando «no se sabe por qué es mejor el monoteísmo que el politeísmo», Dawkins dixit); sobre la superioridad de los deístas sobre los teístas, porque hubo una época en que los llamaban ateos; sobre la naturaleza psicopática del Dios del Antiguo Testamento; sobre la manía que todos —incluidos policías— tienen a los ateos en Mills, USA; sobre el hecho de que los políticos sean todos religiosos (y ninguno se beneficie a una cabaretera, añado yo); y sobre que Nehru quería ser laico. Como ven, para no meterse con el Dios barbudo escoge el camino de hacerlo con todas sus malas obras.

Así que, citado el politeísmo por el qué dirán, se mete en harinas con el monoteísmo. Eso sí, como las tres religiones abrahámicas son indistinguibles a los efectos de su libro, pues se referirá casi siempre al cristianismo, porque es la versión que le resulta más familiar. Y no se ocupará en absoluto del budismo y del confucianismo. Si fuera verdad que se va a ocupar sólo de la hipótesis de Dios, daría igual. Lo malo es que está todo el libro dando hostias a la religiones cristianas. Lo de Dios, así, sin barba, le ocupa poco espacio.

En ese momento, Dawkins se pone a hablar del laicismo, los padres fundadores y la religión en América. No, no es broma. Tras su magistral incursión por el monoteísmo se centra en Jefferson, Washington, Adams y compañía y nos jura que eso de que los USA son una nación cristiana es un timo. No hay más que ver un tratado de 1797 con Trípoli firmado por John Adams. Sí, no me lo invento. Rebusca, rebusca, y se encuentra con tres palabras en un tratado internacional con Trípoli4.

La conclusión es que si Estados Unidos es ahora una nación religiosa, pues, nos dice, a lo mejor se debe a que, a diferencia de Inglaterra que está harta de las guerras de religión («con protestantes y católicos detentando el poder y asesinando sistemáticamente a los otros»5), los USA no tuvieron estas guerras, o a que hay inmigrantes que añoran el terruño natal y lo sustituyen por Dios, o, incluso, que surge del propio laicismo, que permite la libre competencia entre religiones y la práctica de «agresivas técnicas de venta del mercado». No sé cual de las anteriores explicaciones es menos convincente.

Incluso va más allá. A lo mejor Jefferson ¡era ateo! Rediós, qué argumento. Y a Dawkins le conmueve (supongo que también los esclavos de Jefferson se conmovían con los pensamientos de Jefferson sobre que un negro no podría entender a Euclides). Y Madison dijo una vez … y Franklin … , y Adams una vez cerró muy fuerte una Biblia. Y claro, ¿qué pensarían los padres fundadores si escuchasen a Bush?

Por fin, tras impresionarnos con las historias de los señores de las pelucas, llegamos a los agnósticos, llenos ellos de miserias, esos que siempre están en medio, a los que no se puede respetar. Pero ¿qué es un agnóstico?

Distingue Dawkins entre los ATP y los APP. La T es temporal y la P es permanente. Como Dawkins dice que algún día podremos demostrar si Dios existe o no, sólo admite un agnosticismo con T. ¿Por qué?: porque existe la hipótesis de Dios y podemos establecer probabilidades sobre su realidad o falsedad. Es lo que hace, en un juego a lo museo local de la ciencia. Así, clasifica (avisa que hace abstracción de la continuidad) a la gente en:

1. Fuertemente teísta: Dios existe fijo 100%.

2. Teísta de hecho: Casi seguro.

3. Técnicamente agnóstico, pero inclinado hacia el teísmo: algo más del 50 %.

4. Agnóstico imparcial: 50 %.

5. Técnicamente agnóstico, pero inclinado hacia el ateísmo: algo menos del 50 %.

6. Ateo de hecho: casi seguro que Dios no existe.

7. Fuertemente ateo: Dios no existe, seguro.

Si no lo han entendido bien (ya se ve que la clasificación es de las difíciles), no tengan miedo en volver a leer la lista.

Nos dice Dawkins que hay pocos «7», porque claro como los ateos no tienen fe no se puede decir Dios no existe. Ahí demuestra una de las carencias de las tesis de su libro. Para decir Dios «no» existe basta con excluir el sujeto de la frase. Inténtenlo. Es como decir «Xjueritusnad no existe». No tiene sentido ¿verdad? Muchos ateos no encajan en la lista porque si les enseñas la lista se van a tomar unas cañas diciendo ¿este tío de qué habla?. Dawkins sin embargo sí esta en la lista.

Para él los buenos están en el «6». Y nos dice que los APP están en el «4». Lo malo (o lo bueno) es que la probabilidad de que Dios exista, o existan «teteras volantes de Russell» o «ratoncitos Pérez» o «monstruos espagueti voladores» es muy baja y la carga de la prueba corresponde a los creyentes. Pues vale, pero es que a ellos la probabilidad baja les vale. Además, Richard, ¿no debería por definición ser Dios un «ser» tan sumamente improbable que casi rozase la imposibilidad? Porque si fuese muy probable, Dios sería como la pedrea. La ventaja de los «ganchos celestiales» frente a las «ruedas de trinquete» a estos efectos es inmediata: si Dios existe es un gancho celestial; Dios no necesita evolucionar desde la simplicidad. Le basta con ser desde la imposibilidad. Dios «no juega a los dados» porque siempre gana.

Me hace gracia que Dawkins crea que llamar a Dios «tetera volante» o «monstruo espagueti» le facilita el trabajo. Sí, como manera de sacar los colores a «esos estúpidos hombres blancos» que usan habitualmente dos neuronas o a los que se tapan los oídos si escuchan «cagondiós» quizás sea útil, pero yo pensaba que hablábamos en serio. Porque si su «tetera volante» reúne todos los requisitos de ese Dios que parecen tan capaces de imaginar (Dawkins y los canónigos) o si ÉL nos habla a través de un parlante qurasí y nos dice que su nombre es «monstruo espagueti volador», el problema subsiste, porque estaríamos hablando de Dios, solo que ahora lo llamamos «monstruo espagueti volador». Ese que para muchos es precisamente innombrable. Y ahí está una de las razones por las que sus clasificaciones de investigador de ovnis6 no valen gran cosa. Pasa que, por definición, Dios es único (o un tío singular de narices), porque es omnipotente y omnisciente y esas cosas. Así que comparar a Dios con una tetera es hacer lo que hizo Gaunilo para refutar a San Anselmo: el absurdo argumento que compara al todopoderoso con un ratoncito mágico (o unas islas imaginadas), como si un ratoncito mágico pudiera crear el mundo en siete días, cuando sabemos que se limita a dar dinero a cambio de dientes de leche.

Continúa más tarde criticando la inversa: a los que afirman que, al contrario, desde la ciencia no puede refutarse a Dios. Y saca a relucir los Magisterios no Solapados (MANOS) de Gould. Aquí estoy con Dawkins, eso de que la ciencia, por principio, no pueda ocuparse de ciertas cosas es una estupidez. El problema no es ese. El problema es que para que determinada disciplina sea calificada de ciencia debe cumplir unos requisitos muy duros y aquí de nuevo Dawkins se encierra en un falso dilema. Porque discute que la teología sea un «tema», y sobre todo que pueda darnos respuestas sobre el porqué.

Sin embargo, desde siempre ha existido gente reflexionando que cumple determinadas reglas fijadas, pero cambiantes a lo largo del tiempo. Que esas reglas, esos procedimientos, sirvan para algo es otra cosa. Incluso que sirvan para lo que dicen que sirven los que las practican es otra cosa. Pero eso no las excluye como disciplina. Yo creo que la teología es una disciplina inútil, pero es absurdo decir que los teólogos no utilizan reglas y procedimientos (indudablemente no científicos) relativamente estables y previstos con anterioridad (hasta que aparece el nuevo reformista de la disciplina) para reflexionar sobre Dios. Nos dirán que sus respuestas son respuestas sobre la moralidad, sobre el fin de la existencia humana y sobre muchas otras cosas muy importantes, pero basta con que no les creas. No es preciso decir que no tienen una disciplina, con la de exámenes que habrán aprobado los pobres teólogos.

Afirma Dawkins que «el hecho de que la religión no tenga nada más para contribuir a la sabiduría humana no es razón para otorgar vía libre a la religión para decirnos qué hacer»7. ¡Qué manía! ¡Qué espíritu censor! Yo defiendo que pueden decir lo que quieran siempre que me dejen a mí vía libre también. Y si piensa que sus conclusiones son falsas o sus métodos (en la medida en que afecten a la formación de la voluntad popular) estúpidos, que lo discuta. Es la mejor forma de desactivar sus tontas conclusiones. En cierto sentido lo hace cuando cita tantas anécdotas, pero eso sólo vale para los que tienen «infiernos artificiales» con actores que representan a demonios; Dawkins, sin embargo, quiere más.

Y además se enreda de nuevo en preguntas idiotas: ¿qué moral de que religión debemos seguir? ¡Pues la nuestra, hombre! ¿Son posibles los milagros? ¿Puede Dios derogar singularmente las leyes del Universo para ayudarme? Dawkins dice que todas esas hipótesis son hipótesis científicas y que hay que analizar su probabilidad. De nuevo el mismo error: la mayor o menor probabilidad es indiferente. Hablamos de Dios, el que todo lo puede. ¿Cómo aplicarle la ley de los grandes números? Incluso, nos dice, cuando hablamos de un Dios reducido a su mínima expresión, la hipótesis de su existencia también es una hipótesis científica, porque podemos enfrentarla a la hipótesis de un Universo sin creador, hipótesis más probable, como demostrará en otro capítulo.

Es cierto que, como dice Dawkins, los otros no juegan limpio, y que se atribuirán cualquier resultado «científico» que parezca apuntalar la existencia de Dios. Pero bueno, ya sabemos que los otros hacen trampas. No pueden no hacer trampas desde el momento en que su explicación es una explicación absoluta. Cogerán lo que les convenga y rechazarán (siempre hay un buen argumento en el mundo milagrero) lo que no les venga bien. Pero eso no autoriza a Dawkins a hacer lo mismo. Se supone que él es de los «buenos», que es el tipo racional, y que sus argumentos se contrastan con los hechos. Cuando utiliza el flatus vocis para intentar demostrar que Dios no existe razona como un predicador. Debería tener cuidado en no hacer eso a menudo: cualquier día puede encontrarse pegando en la puerta de la catedral de Canterbury sus 95 tesis sobre el ateísmo.

Sus críticas al «Gran experimento de la oración» serían admisibles si pretendiese únicamente cachondearse de los cristianos que intervinieron y que querían, mediante un pseudoexperimento, demostrar que tienen razón. Comprendo además que defienda sus posiciones. Sin embargo, es absurdo cuando ataca la posición de los que prefieren, para contrarrestar las versiones más «radicales» del cristianismo (como en el caso del creacionismo), apoyarse en personas religiosas con un pensamiento más compatible con el propio mundo de Dawkins. Y no sólo porque le haga el caldo gordo a los creacionistas, sino por una simple cuestión de compatibilidad. Extrañamente (¿o no es tan extraño?) prefiere siempre la pureza de su causa, que así se tiñe de fundamentalismo.

 

—————————————————————————————————

NOTAS:

1.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 12.

2.- Es chocante que diga que no va a hablar del Dios del Antiguo Testamento, del Dios barbudo, y de las creencias más chirriantes de las versiones más rancias del cristianismo y que sin embargo luego lo haga constantemente. Claro, no puede resistirse.

3.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 40.

4.- Resulta extraordinario, por otro lado, que Dawkins insista tanto en deducir el deísmo e, incluso, el ateísmo en los textos de los padres de la patria (algo perfectamente posible), ignorando la fuerza que tiene en la revolución americana el primer Gran Despertar, por ejemplo, y el hecho de que existiese una comunidad de intereses entre los «liberales» y las iglesias de corte presbiteriano que, por la democratización del entendimiento, abren la puerta a la aparición y explosión de las iglesias populares que marcan de manera tan extraordinaria la evolución de los Estados Unidos. Parece coincidir lo anterior con la idea de que Estados Unidos se constituye como nación laica y que de ese laicismo brota el fundamentalismo, de forma paradójica. Pero es que una cosa eran los ilustrados redactores de textos y otra cosa los americanos de la época. Ellos no tenían duda: se construía una nación cristiana, y la independencia del estado respecto de la religión era solamente una forma de librarse de la tiranía de las religiones estatales. Extrañamente, una iglesia católica o anglicana nacional habría, seguramente, limitado la explosión de un cristianismo fundamentalista. Supongo que esa explicación no aparece en Dawkins, porque implica reconocer la moderación de las grandes y viejas iglesias estructuradas en comparación con los quakers o los mormones.

5.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 49. Es curioso cómo a Dawkins le florecen las críticas al papismo. Hasta el punto de colocar en plano de igualdad, ¡en Inglaterra!, a protestantes y católicos como «detentadores» del poder y causantes de tantos males. Como si los 5 años de María la sangrienta y los 5 de Jacobo II pudieran equivaler a los trescientos años de antipapismo. Esta manía anticatólica aparece a menudo a lo largo del libro.

6.- Uso ese término porque hace muchos años leí un libro sobre extraterrestres gloriosamente cómico. En un momento dado, el autor decía que los extraterrestres podían clasificarse en altos, medianos y bajos. Clarividente el clasificador.

7.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 67.

Dawkins y la maldición de la inteligencia (II)

Notas aclaratorias

I

Prosigo con el capítulo 1:

UN NO-CREYENTE PROFUNDAMENTE RELIGIOSO

Un hombre se funde con el cosmos y se hace sacerdote. Pudo ser Dawkins, «bajo las estrellas, deslumbrado por Orión, Casiopea y la Osa Mayor, con los ojos llenos de lágrimas por la música inédita (sic) de la Vía Láctea (…)»1 .

Dawkins nos lo dice: hay dos caminos y uno es el camino natural. A partir de ese momento se inicia una carrera de armamentos sobre la belleza, el misterio, la grandiosidad y la elegancia. Porque la materia de la que están hechos los sueños religiosos no debería ser el minúsculo cuento judeocristiano, sino el escenario grandioso, sutil y elegante del Universo y sus leyes.

Así, Dawkins se dedica, durante todo el capítulo, a explicarnos el malentendido. Dice que es ateo. Que no es religioso, porque no cree en una religión sobrenatural, en un Dios personal que intervenga o en una inteligencia que haya fijado las reglas iniciales, las condiciones de partida.

A mí me bastaría con que dijera: «no creo en Dios ni en la existencia de nada que no sea la materia». Pero a él no le basta. Por eso hace hincapié en una distinción inútil y perturbadora: distingue entre la religión «einsteniana» y la religión sobrenatural. Einstein o Hawking hablan de Dios, sí, y a lo mejor son religiosos, pero no lo son en el sentido habitual. El uso del término religión es metafórico o poético. Así, cita Dawkins a Julián Baggini: «lo que la mayoría de los ateos creen es que a pesar de que hay solo una clase de materia en el Universo y su física, fuera de esta materia están las mentes, la belleza, las emociones, los valores morales – en pocas palabras, toda la gama de fenómenos que enriquecen la vida humana»2 ; y cita a Einstein quien, tras negar que crea en un Dios personal, afirma que «si hay algo en mí que pueda llamarse religioso es la ilimitada admiración por la estructura del mundo, hasta donde nuestra ciencia pueda revelarla»3 .

Así que todo está muy claro. Está claro que tienen una empanada de cuidado. Más ejemplos de Einstein: «soy un no-creyente profundamente religioso. De alguna forma, esta es una nueva clase de religión»4 o «(…) lo que yo percibo en la Naturaleza es una estructura magnífica que sólo podemos comprender muy imperfectamente, y eso debe llenar a cualquier ser pensante de un sentimiento de humildad. Este es un sentimiento genuinamente religioso que nada tiene que ver con el misticismo»5 .

Vamos, que quieren estar en misa y repicando. Son ateos y lo explican una y otra vez, pero lo del sentimiento religioso y la admiración por las reglas desconocidas que, sin embargo, existen les pone más que cuarenta días y cuarenta noches de ayuno. No me extraña que cabreara a los clérigos mendrugos que cita Dawkins en su libro y que se dedicaron a insultar a Einstein; nada nuevo bajo el sol. Al fin y al cabo les estaba invadiendo el terreno de los estados alterados de conciencia con esa nueva religión para humildes protosupercientíficos.

Dawkins nos aclara su terminología. Están los teístas (la versión «él nos crea y nos vigila»), los deístas («él nos crea y luego pasa de nosotros») y los panteístas («él …»). No señores, no. Los panteístas, en realidad son ateos. Dios es un sinónimo «no sobrenatural de la Naturaleza, del Universo o del conjunto de leyes que rigen el modo en que ambos funcionan». Extraño, ¿verdad? Su terminología es la terminología de los que creen en Dios. Es verdad que su Dios no tiene barba, pero reúne los requisitos. A saber, Dios es algo que no conocemos: la Naturaleza o el Universo o sus leyes (parece la trinidad). Se dice que no es inteligente. Sin embargo, nosotros somos Dios, porque formamos parte de la naturaleza y somos resultado de su desarrollo, y algo inteligentes somos . Y lo seremos cada vez más. Quién sabe, a lo mejor terminamos revirtiendo la entropía, como pensó Asimov. Y tiene más requisitos divinos el dios de Dawkins: es totalizador, porque lo incluye todo. Es increado. Contiene el germen de todo y por tanto su desenvolvimiento es el desenvolvimiento del plan divino. Lo explica todo, porque todo deriva de sus leyes, leyes que se afirma existen aunque no sepamos cuáles son.

Sí, el Dios de Dawkins y de los einstenianos es un Dios y su religión panteísta no es una metáfora, más de lo que puedan serlo las explicaciones contenidas en la Biblia. ¿Recuerdan la interpretación católica -la actual- del Génesis?6.

El problema de Dawkins es que se olvida, al repasar la terminología, de añadir una categoría más. Después de los panteístas están los ateos. Esos señores que no creen que exista Dios, sea personal, fontanero, relojero o como Hacienda. Que no confunden sus sentimientos personales y emociones con leyes que se supone explican todo. Que tienen suspendido permanentemente el juicio y solo admiten las explicaciones parciales del mundo cuando sobre esas explicaciones se puede establecer un impuesto. Gente poco sospechosa, que no se funde con el cosmos y que si llora viendo a Orión sabe que sus lágrimas tienen el mismo origen que las del derviche que gira, y que se perderán como lágrimas en la lluvia. Gente de fiar que no se guarda reductos de pensamiento absolutista para mentes educadas. Además, estas categorías se dividen en dos, como los mandamientos del señor: en una categoría están los ateos y en otra los creyentes y religiosos. A pesar de todas las protestas de Dawkins, no tengo claro donde situarle.

Vean si no:

Permítanme resumir la religión einsteniana con otra cita del propio Einstein: «…Sentir que detrás de cualquier cosa que pueda experimentarse hay algo que nuestra mente no puede comprender y cuya belleza y sublimidad nos llega indirectamente como un débil reflejo … eso es religiosidad. En este sentido, soy religioso». En este sentido, yo también soy religioso»7.

Es cierto que Dawkins no excluye que puedan comprenderse todas esas cosas que ahora desconocemos. Pero es una afirmación sin contenido. Salvo que se entienda como una especie de punto omega del destino de la inteligencia nacida en el Universo.

Ya lo saben, todas las cosas son Dios y Richard Dawkins es su profeta.

A continuación se entretiene en aclarar que no se va a cortar a la hora de poner a parir a los de las religiones no metafóricas, y que está harto de sus privilegios. Nada que objetar. Tiene razón y menciona hechos recientes como la publicación de las famosas caricaturas y la tibieza de las respuestas. Sólo le diría que eso, más que por respeto a la religión islámica se ha hecho por simple cálculo o por miedo. Si Occidente estuviera sano, las caricaturas se habrían publicado en la portada del equivalente de cada país de nuestro Boletín Oficial del Estado.

Únicamente algunas precisiones.

En primer lugar, discute que en asuntos éticos (cita el ejemplo de la moral reproductiva) no puede afirmarse la competencia de ningún clérigo (a los que a menudo se ve en las discusiones sobre la cuestión), a diferencia de la que puedan tener un «filósofo moral, un abogado de familia o un médico». No comprendo su objeción. Puede que millones de personas quieran saber lo que opina el cura y les traiga sin cuidado la moral del filósofo. Porque olvida que, al menos hasta que no lean su libro, sigue habiendo muchas personas religiosas que profesan determinadas creencias. A mí no me molestan los clérigos en las discusiones: para eso están los argumentos. Lo que me molesta es que me den argumentos basados en su ley religiosa, porque esa ley es privada y no puede extenderse a los que no desean compartirla. Sería como si el abogado argumentara basándose en leyes no publicadas o escritas en arcanos lenguajes imposibles de conocer. Ahora, que puedan argumentar conforme a principios generales (o dirigirse a su parroquia) no me preocupa en absoluto. A eso se le llama libertad de expresión y opinión.

En segundo lugar, se enfada porque determinadas cosas que podrían defenderse basándose precisamente en la libertad de expresión, se defiendan basándose en la libertad religiosa. Pero incurre en una aporía dawkiana, porque al fin y al cabo, la religión, esa construcción basada en falsas realidades no pasa de ser un conjunto articulado de opiniones. Cuando se dice «creo en Dios» se ejerce antes la libertad de expresión y opinión que la libertad religiosa.

_______________________________________________________________

NOTAS:

1.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 19.

2.- Ibíd. págs. 22 y 23.

3.- Ibíd. pág. 24.

4.- Ibíd. pág. 24.

5.- Ibíd. pág. 24.

6.- No es sino la formulación spinoziana que reniega de un Dios sobrenatural porque, dice, Dios es todo y se confunde con la propia naturaleza a la que llama sustancia divina infinita: «No es de admirar que los libros sagrados hablen tan impropiamente de Dios en todas partes y que le atribuyan manos, pies, ojos, oídos, alma y hasta un movimiento local, y además pasiones del ánimo, para hacerlo celoso, misericordioso, etcétera; y que, en fin, lo representen como un juez sentado en los cielos sobre un trono real y con Cristo a la derecha. Hablen de este modo según la inteligencia del vulgo, a quien la escritura pretende hacer no sabio sino obediente».

7.- Ibíd. pág. 28.

Dawkins y la maldición de la inteligencia (Notas aclaratorias)

 

Comienzo una serie de entradas1 sobre un libro publicado en 2006 por el etólogo y divulgador Richard Dawkins. El título original del Libro, The God delusion (se ha traducido por El espejismo de Dios) refleja, supongo, mejor las intenciones del autor: Dios no sólo no existe, sino que es una engañifa.

Antes de comenzar, voy a hacer una serie de advertencias preliminares, a lo anglosajón, que naturalmente no sirven para nada, ya que por mis obras me conoceréis, pero que, al menos, me permitirán satisfacer mi ego, placer estéril, pero no por ello y por contradictorio que parezca menos satisfactorio. Lo haré, al modo del deportista de élite, usando la tercera persona, que le sitúa a uno ante todos, en el gran escenario de la vida:

TSEVANRABTAN NO ODIA A RICHARD DAWKINS

Au contraire. Hace más de veinte años, cuando estaba en período de desintoxicación por haber habitado durante lustros en la herejía literario-filosófica y haber hurgado en las heces del pensamiento hegeliano, un amigo me prestó El gen egoísta. Me pareció entonces un libro fantástico y hoy, cuando lo he releído, he llegado a una conclusión similar, pese a los matices que pudieran introducir mis conocimientos adquiridos y la decadencia intelectual iniciada pasado el umbral de los cuarenta años. Y, sobre todo, su lectura me invitó a leer mucho más sobre esos asuntos tan interesantes de los que hablaba.

Esa ya es una buena razón para agradecer personalmente a Dawkins que escribiera esa obra tan conocida.

No puedo calibrar —he leído versiones contradictorias— cuáles son los méritos científicos del Sr. Dawkins. Ocupó hasta 2008 una cátedra creada ad hoc en Oxford que se denominó de “Conocimiento Público de la Ciencia”. Parece que optó, por tanto, por centrarse, al menos en sus últimos años, en la divulgación científica.

Ahora bien, desde el primer momento observé la tendencia del Sr. Dawkins a metaforizar con exceso. Esa tendencia, al principio, sirvió seguramente para que le prestara más atención y además, después de los borborigmos consumidos, era de una tibieza extrema. Ahora, más después de haber leído las bromas del Sr. Feynman, me gusta mucho menos.

Pero claro, no es de El gen egoísta, de El relojero ciego o de El fenotipo extendido, de lo que tratarán estos comentarios.

TSEVANRABTAN ES ATEO

En cierto sentido anticipo alguna de las críticas a la obra de Dawkins.

Soy ateo no porque no crea en un Dios personal o porque piense que la hipótesis de Dios es innecesaria. No es necesario ni posible que llegue ahí. Soy ateo porque no sé de qué me hablan cuando me hablan de Dios. Por tanto, tampoco soy panteísta en el sentido de que Dios sea un equivalente o un sinónimo de “la Naturaleza, del Universo o del conjunto de leyes que rigen el modo en que ambos funcionan”2. No puedo serlo porque no sé, panteísticamente hablando, de qué me hablan cuando me hablan de la Naturaleza, del Universo o de sus leyes. Es esta una cuestión capital, que me servirá para mantener una tesis arriesgada (también puedo excederme con las metáforas) y sobre la que volveré habitualmente.

Antes de exigir pruebas sobre si Dios existe o no, y ante la ausencia de una experiencia que pudiera permitirme intuir (con todos los equívocos que pudieran producirse en tal caso y que pueden producirse también cuando se usa un lenguaje verbal) qué es eso de Dios, solicito de mis interlocutores que me concreten de qué hablamos cuando hablamos de Dios. La ausencia de una respuesta psicológicamente satisfactoria a esa pregunta, hasta la fecha, me impide plantearme siquiera la cuestión de su existencia. Naturalmente, el hecho de que no alcance a comprender el concepto, habida cuenta de que esa falta de comprensión no se debe a mi deficiente formación o escasos conocimientos de alguna rama del saber o a algún tipo de incapacidad cognitiva, excluye, para mí, su existencia. O, mejor, hace que la existencia de Dios se convierta en una pregunta informulable, salvo de manera retórica.

Mi posición es, por tanto, más radical aún que la del Sr. Dawkins, pues como argumentaré, creo que pretende demostrar la existencia de una alternativa «natural» y absoluta a los sistemas de creencias sobrenaturales y absolutos que se asientan sobre la existencia de un Dios personal (cualquiera que sea). Esa alternativa tiene, a mi juicio, un origen similar, la pulsión por la trascendencia, una justificación similar, la búsqueda de una satisfactoria explicación del mundo, y una finalidad similar, la creación de referencias (pese a lo civilizadas y poco agresivas que resulten) que terminan constriñendo el pensamiento libre.

TSEVANRABTAN SE ESFORZARÁ EN SER OBJETIVO

Me lo he propuesto. Dudo sobre los resultados, pero lo intentaré. Por tanto, y pese a la tendencia natural de un criticón a mencionar sólo aquello en lo que está en desacuerdo, procuraré dejar constancia de las partes que me convenzan. Eso sí, valoraré el interés y pertinencia de las mismas, por correctas que me parezcan, igual que valoraré la profundidad o sutileza de argumentos que no comparta.

TSEVANRABTAN NO PIDE PERDÓN POR SU ATREVIMIENTO Y …

…deja al juicio de los que lean estos comentarios su calificación.

−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−

NOTAS1:

1.- La razón del título de la serie Dawkins y la maldición de la inteligencia la daré en las conclusiones que incluiré en la última entrega.

2.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 27.

NOTA DE LAS NOTAS:

1.- Siempre he querido escribir algo con gran aparato de referencias. Así que no se extrañen si alguna nota en cuestión no viene muy al caso y les pido por ello su indulgencia.