Dawkins y la maldición de la inteligencia (VI)

Notas aclaratorias

I – IIIIIIV – V

Abandonando el espinoso terreno de las explicaciones primeras, Dawkins regresa al cómodo terreno del darwinismo y la memética, para hablarnos de

LAS RAÍCES DE LA RELIGIÓN

Este capítulo tiene un aire familiar para cualquiera que haya leído otros libros de Dawkins, porque las explicaciones para la existencia de la religión se efectúan desde la selección natural. Concretamente desde un a priori. Dawkins parte de un postulado: la religión es algo tan inútil y exige una inversión tal de energía que hay que buscar una explicación similar a la de las colas de los pavos reales.

De entrada he de decir que creo que el postulado es falso. Me explicaré, Dawkins dice que

La religión puede poner en peligro la vida del individuo piadoso, así como la vida de otros. Miles de personas han sido torturadas por su lealtad a la religión, perseguidos por fanáticos por lo que es, en muchos casos, una alternativa de fe apenas distinguible. La religión devora recursos, a veces a escala masiva. Una catedral medieval podía necesitar de cientos de hombres y de siglos para su construcción, aunque nunca se usaron como viviendas ni para ningún propósito útil reconocido. ¿Eran cierto tipo de «cola de pavo real» arquitectónicas? Si es así, ¿a quién estaba dirigida la publicidad? La música y la pintura sagradas monopolizaron en gran medida el talento medieval y el del Renacimiento1.

Y sigue, preguntándose por el beneficio de todo esto.

Yo creo que Dawkins aplica a este asunto la ley del embudo. Es indudable que los seres humanos tenemos una particularidad. El lenguaje permite la acumulación del conocimiento y la evolución de la cultura obedece a leyes lamarckianas y no darwinistas. Yo no necesito reproducir los elementos de Euclides. Puedo leerlos y entenderlos, y entender las reflexiones efectuadas durante veintitrés siglos por un montón de seres humanos que tampoco tuvieron que reproducirlos. Los seres humanos sí estiran sus cuellos para alcanzar cotas más altas de conocimiento, apoyándose en los estiramientos efectuados previamente por otros seres humanos.

Es evidente que conservamos el cerebro que evolucionó ajustándose (por medio de la presión del entorno y el juego de la evolución darwiniana) a un nicho ecológico concreto, situado en la sabana africana. Pero al aparecer el lenguaje y la acumulación del conocimiento, se produjo algo sorprendente. Los seres humanos podían mejorar y adaptarse sin necesidad de que variase su genoma. Bastaba con la tradición oral, primero, y luego con la escritura y la acumulación del conocimiento. Nuestro cerebro equivale al de la Eva negra. Pero nuestro hábitat es resultado de siglos de evolución cultural lamarckiana. Digo esto porque igual que me parece interesante preguntarse por la pulsión religiosa, me parece tramposo que esa pregunta (efectuada en términos darwinistas) incluya una respuesta para manifiestas producciones culturales, como las catedrales o las guerras de religión. Es posible que parezcan «colas de pavo real» las catedrales. Pero, así visto, también lo son el transbordador espacial y las cátedras en Oxford. Porque, ¿qué beneficio desde el punto de vista evolutivo se obtiene gastando auténticas fortunas para investigar los tres primeros minutos del universo? Y que no se conteste que es producto de la curiosidad, porque el mismo abismo hay entre el cromagnon que mira las estrellas y el hombre que hace catedrales que entre el cromagnon que mira las estrellas y el hombre que construye el Hubble. Si se piensa en el fanatismo, habrá que concluir que el fanatismo no es simplemente religioso.

Por ejemplo, Dawkins cita a un filósofo de la ciencia neozelandés, Kim Stelreny, que se pregunta como es posible que un aborigen, con un «conocimiento práctico del mundo natural» puede simultáneamente abarrotar su mente con «creencias inútiles», como las «destructivas obsesiones sobre la contaminación menstrual de la mujer y la brujería»2. A mí me hace gracia que un filósofo de la ciencia se pregunte sobre la acumulación de creencias inútiles, teniendo en cuenta que pertenece a un gremio que ha ejemplificado como nadie la capacidad de acumular ideas inútiles. Pero lo que más gracia me hace es que se mencione el conocimiento de su entorno (que no es el de la sabana africana), sin reconocer que es la mente especulativa del ser humano la que permite la adaptación a entornos diferentes y que esa mente especulativa, por su flexibilidad, necesariamente produce ideas que, por llamarlas de alguna manera, son esbozos de una explicación totalizadora. Es el filósofo europeo (por formación) el que distingue entre las ideas prácticas útiles y las inútiles. No digo que no tenga razón, pero no por eso las útiles son producto de la adaptación. Lo que hay que explicar es la capacidad especulativa, fabuladora y creadora del cerebro. Esa capacidad es la que explica un viaducto y el ragnarok.

Por tanto, la pregunta directa por la ventaja adaptativa de la religión me parece que exige un esfuerzo previo de justificación que el autor no hace. No obstante, entraré en su análisis.

Dawkins plantea en primer lugar la hipótesis del placebo. La religión limitaría el estrés. No le convence, sin embargo, porque le parece una causa demasiado modesta para un efecto tan extraordinario. No se lo discutiré, a mí tampoco me parece muy convincente. Ahora, no puedo dejar de comentar la siguiente frase: «Por ejemplo, es difícil de creer que la salud se vea mejorada por el estado semipermanente de culpabilidad morbosa que padece un católico romano con la normal fragilidad humana con algo menos normal inteligencia. Quizás sea injusto escoger a los católicos»3. No, Richard, no, no es injusto, es graciosísimo. Pudiendo escoger todas las iglesias protestantes, vas y te refieres a los cristianos más cínicos. Si algo ha caracterizado a la Iglesia Católica, ha sido su relajo en el comportamiento habitual de los fieles (que siempre puede uno confesarse) con tal de mantener la parroquia y los beneficios. Y en el caso de los hombres, no les quiero contar. Pero bueno, como ya he advertido, Dawkins destila gotas de antipapismo cada veinte o treinta páginas.

Tampoco le convencen las explicaciones basadas en la satisfacción de la curiosidad o del consuelo. Dice Dawkins, citando a Pinker, que una «persona congelada no encuentra consuelo en creer que está caliente»4. Es cierto. Por eso no hay que buscar las «causa aproximadas» (dudo si el autor quería decir «causas próximas» y el traductor, un papista sin duda, le ha jugado una mala pasada), sino las «definitivas», que para Dawkins tienen que ver con la «vulnerabilidad» ante la religión. Así, igual que la tortura funciona porque tememos al dolor (que es bueno y fue seleccionado porque evita accidentes), la religión debe funcionar por alguna razón similar que haya sido seleccionada. Yo insisto en la reducción que implica no preguntarse si más que vulnerabilidad ante la religión, lo que existe es inevitabilidad de la religión como producto del discurso mental de una mente flexible. En tal caso, bastaría con preguntarse qué hizo que una mente flexible, una mente que permite el lenguaje, fuera seleccionada. Pero claro, esta posibilidad, situaría la religión en la misma «zona» explicativa que la ciencia.

La primera respuesta a la vulnerabilidad se hace desde la perspectiva de la «selección de grupo». Pone como ejemplo el de una tribu con «dioses beligerantes» que permiten a sus miembros ganar guerras contra vecinos pacíficos. Es curioso que este ejemplo (que no le gusta al autor por razones de fondo y que distingue de los casos —que si le gustan, ya lo sabemos— de selección familiar o altruismo recíproco) realmente sea difícilmente admisible desde un punto de vista darwinista, que es el que el autor manifiesta seguir. No hay más que ver las referencias a los yanomamis. Es posible que un escenario así tenga lugar, pero dudo mucho que se produzca si no es entre seres humanos «modernos». Seres humanos que creerán en dioses beligerantes o serán pacíficos. Conceptos de esa índole parecen difícilmente aplicables al homo ergaster o al heidelbergensis. A mí, sinceramente me parece una simplificación del estilo de los viejos cuadros que van desde el chimpancé hasta el hombre. Sí, puedo comprender su aplicación en el caso de los ejemplos que sobre el comportamiento egoísta ponía Darwin. Pero es que «egoísta» o «altruista » es algo predicable de cualquier especie con un sistema nervioso algo desarrollado. Pacifista no tanto. Y si de lo que quiere hablarse es del comportamiento agresivo, la religión no añade nada a cualquier explicación basada en la carrera de armamentos.

Por eso, abandonada la teoría de la selección de grupo, se centra en la explicación darwinista de la religión como subproducto evolutivo (es decir, como consecuencia de un comportamiento seleccionado por otras razones, explicables, pero del que nace el pensamiento y comportamiento religioso como subproducto). Ésta es la parte más interesante del capítulo. A modo de ejemplo escoge una explicación que se basa en la ventaja selectiva de los cerebros infantiles que obedecen las órdenes de sus mayores de manera acrítica. Algo que explicaría el mecánico comportamiento de un soldado en el frente. Así, «la selección natural construye cerebros infantiles con una tendencia a creer cualquier cosa que les digan sus padres y los ancianos de la tribu. Esta confiada obediencia es muy valiosa para la superviencia (…) Pero la cara opuesta de la obediencia confiada es la credulidad servil. El inevitable subproducto es la vulnerabilidad a la infección por virus mentales»5. El propio Dawkins aclara que es un ejemplo. Ahora bien, chirría de entrada que escoja un ejemplo que llama a los creyentes «crédulos infantiles». Además, me temo que permite contraejemplos inmediatos. Se defiende (en textos estándar) que quizás el crecimiento tan lento de las crías humanas se explica por razones adaptativas. Fundamentalmente por el desarrollo cerebral (básicamente de sus sinapsis). Por tanto, un niño obediente y crédulo puede sobrevivir más que uno rebelde. Pero eso no puede decirse igualmente de los adultos. Es evidente la «superioridad» de un cerebro que permita una respuesta flexible (que exige necesariamente plantearse la «adecuación» de respuestas tradicionales) . Y son los adultos los que crean los sistemas de creencias, no los niños. Por tanto, siguiendo esta hipótesis, la selección favorecerá a niños crédulos que, al madurar, se hagan independientes de criterio. Precisamente esto enlaza con el ejemplo de los soldados que pone Dawkins. Cualquiera que sepa algo de historia militar conoce un hecho indudable: la disciplina es una creación cultural contraria a cuqluier instinto. Son los ejércitos de las naciones más desarrolladas los que nos permiten dar los mejores ejemplos de disciplina ciega. Diré más, esos ejemplos se producen más en sistemas de soldados ciudadanos que en sistemas de corte tiránico. Yo creo que el servilismo es antiadaptativo. Igual que lo es un individualismo extremo, porque somos gremiales. Así que, lo siento, el ejemplo de Dawkins me parece producto de una escasa reflexión y de una intención oculta de presentar a las personas religiosas como ovejas de pensamiento pueril.

Se mencionan, no obstante, otras posibilidades, como la del dualismo instintivo mente-cuerpo que defiende el psicólogo Paul Bloom (aunque no indica la explicación «definitiva» de ese dualismo, por lo que no sirve a los propósitos fijados por Dawkins) y la teleología también instintiva (Dawkins, en sus trece, dice que los niños son «teleólogos» de nacimiento)6. Sí da Dawkins, basándose en Dennett, una explicación «definitiva» del teleologismo. El teleologismo resultaría de lo que Dennett llama «postura intencional», que se ejemplifica de manera clara contándonos la historia del tigre. No pensaremos cuando le veamos en cómo funciona un tigre, ni en su diseño, sino que le atribuiremos la intención de devorarnos. Eso es evidentemente bueno para la supervivencia.

Otra posibilidad que se menciona es la del enamoramiento. La idea de que se produce en una especie monógama como la nuestra un vínculo (suponemos que químico) que permite el mantenimiento de la pareja al menos hasta el destete. La fe religiosa sería un subproducto del enamoramiento que va destinado al éxito de la prole. Persistencias irracionales, las llama Dawkins.

Es extraño que nadie (al menos de los que Dawkins cita) se plantee la religión como subproducto de la capacidad especulativa del cerebro humano. Esa capacidad es fácilmente explicable en términos darwinianos. Y es obvio que las especulaciones humanas han producido y producen constantemente ejemplos indudablemente poco defendibles desde un punto de vista científico o basado en el sentido común. Si a eso se añade una consecuencia de la existencia de la mente especulativa, el miedo al vacío y las explicaciones parciales, y otra razón práctica, la fuerza de las ideas totalizadoras (todas ellas tienen un componente religioso) como pegamento y forma de control social, me parece que mi hipótesis es más «fuerte» que las basadas en la credulidad de los niños o en el enamoramiento. Pero claro, mi hipótesis es demasiado tradicional como para vender un mísero opúsculo.

El resto del capítulo habla de los memes y de los cultos al cargo. En este punto me van a perdonar. No les torturaré con los origamis y los teléfonos de Dawkins, esos ejemplos tan «interesantes» que aparecen en El gen egoísta y en el prólogo del bodrio de Susan Blackmore. La memética, a mi juicio, no pasa de ser una «cosa» tan en pañales que todas las vueltas que le da Dawkins a los memeplex y al fondo memético, para explicar la pervivencia de las ideas religiosas, más que aclarar la discusión, la oscurece y la trivializa. Cuando le leo estas cosas pienso inmediatamente en Matrix o en la «Biblia Católica Naranja«.

Y en cuanto a los cultos al cargo, Dawkins no cuenta nada que no sepamos. Son un buen ejemplo de la aparición de una religión y deberían hacer reflexionar a los que piensan que el manto de veinte siglos de oraciones hacen más venerables a sus religiones. Pero eso, como mucho, puede aplicarse a la crítica a las estructuras religiosas, no a Dios. Además, permite el contraejemplo. Que unos polinesios lleguen al punto de inventarse una religión basada en el regreso de un benefactor y construir «ficticios» de aviones y torres de control, es una prueba fortísima de la pulsión religiosa de los polinesios. Lo único que les falta es que llegue el sacerdote que les revele la religión verdadera. Ahora escojan.

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NOTAS:

1.- R. Dawkins, El Espejismo de Dios, Editorial Espasa, pág. 179.

2.- Ibíd. , pág. 181.

3.- Ibíd. , pág. 183.

4.- Ibíd. , pág. 183.

5.- Ibíd. , pág. 192.

6.- Ibíd. , pág. 198.

Un comentario en “Dawkins y la maldición de la inteligencia (VI)

  1. Dawkings tiene toda la pinta de ser un ignaro en evolucionismo social. Los colectivos humanos tardaron muchos miles de años en atribuir al trabajo la fuente de la riqueza. Se afanaban en vivir como podían inmersos en las ficciones creadas por el chamán del grupo. Valoraban los abalorios, las conchas y las plumas. Más tarde dieron en vaorar el oro. Lo atesoraban. Hallarlos era algo insólito. No se les ocurría en usarlo para vivir mejor sino para transformarlo en objetos de culto. Fue miles de años más tarde cuando se les ocurrió construir catedrales con el valor de los tesoros. Así dieron ocupación a miles de artesanos que recibían una remuneración con la que cubrían sus necesidades de alimento y vivienda. Se pusieron las bases de la producción para el mercado y con ello la creación de riqueza en sentido moderno. Si Dawkins tuviera los concimientos que no tiene se abstendría de decir que «la religión devora recursos, a veces a escala masiva y que una catedral medieval podía necesitar de cientos de hombres y de siglos para su construcción, aunque nunca se usaron como viviendas ni para ningún propósito útil reconocido» A él le puede parecer que eso fuera cierto tipo de “cola de pavo real”, pero no se percata de que esta cola de pavo real dio de comer a masas ingentes y, sobre todo, que su mecanismo puso en marcha el progreso económico.

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