La culpa es mía o a qué huelen las nubes

Acabo de terminar un exitoso libro de ciencia ficción que acumuló, y esto es singular, todos los premios que podían acumularse. Es muy flojo, así que no lo recomendaré. Sin embargo, tiene el interés de ver cómo, incluso cuando el autor está obligado a imaginar mundos diferentes, lleno de gadgets originales y costumbres extravagantes, se le llena la historia de las manías del zeitgeist, que diría un cursi. Este libro, como es setentero, rebosa de psicoanálisis, astrología, neorreligiones y sexo. Uno, que no quiere ser la voz de su tiempo, sino la de la eternidad, debe de estar atento a estas cosas. Quizás por esto, porque no te rescaten el comentario y se descojonen, se dé eso de no mojarse demasiado tan usual en los que tuercen la sonrisa y miran cínicamente. Ya estuve allí, te dicen. Sin caer en la cuenta de que la afición al personaje de película negra es propio del zeitgeist, del nuestro.

Yo, por variar un poco, aunque sólo sea por airear la habitación, voy a ser optimista. Quizás me anticipo, pero ésa es la marca del genio. Lo digo porque, aunque llevo una década de ventaja (ya, ya sé que seguramente es mucha más), no veo el reconocimiento que merezco. Todo lo más, silencios incómodos. Pero no me dejo llevar por el resentimiento. Un líder siembra lo que otros recogen.

Tenemos un problema de percepción de la realidad, simplemente. Ese problema es resultado de nuestra lista de virtudes. Son, digamos, demasiado condescendientes con nosotros mismos. Son producto de la pereza. Son como un manual de instrucciones para vivir. Curiosamente, como el romanticismo es un mito insumergible, se han incluido el riesgo, el vicio y el sufrimiento en el manual, y los acometemos con seguro y teléfono móvil. Imaginen la perplejidad de Stanley.

¿Y el material humano, qué? Pues sigue ahí, escondido. Somos condescendientes hasta para encontrar culpables. La culpa es nuestra, por comprar un mal producto, pero, cumpliendo con el manual, nos hemos ido a ver la garantía del fabricante. Por decirlo de forma más concreta, no le echemos la culpa de nuestros males a Zapatero. Zapatero ya venía en el paquete vacacional que nos compramos hace mucho. La gente creyó que la igualdad y el respeto eran equivalentes a no esforzarse. Para qué sufrir cuando somos perfectos, como dijo el Príncipe. Si todos tenemos premio, qué más da llegar el primero. Cualquier persona sensata se habría dado cuenta de las consecuencias de un modelo tan peligroso, pero ¡era tan bonita la música! No es que se fuese condescendiente con el débil o el escaso de recursos, es que se asumía que todos éramos débiles o escasos de recursos. Todos teníamos derechos. Todos merecíamos algún tipo de subvención o de ayuda. Así, se fue extendiendo, por encima de nosotros, una costra, una mugre. La secular decadencia de España se había convertido repentinamente en una oportunidad. En la oportunidad de ser mediocres y presumir de ello. Zapatero es un producto excelso de esa receta. Zapatero y todos nosotros. Acostumbrados a hacer poco, muy poco. A comprometernos poco, muy poco. A esperar del fantasma en la máquina del Estado, regalos y rebajas. Éramos tan felices, todos iguales en bañador y diciendo guimichú.

Ahora, que las cosas vienen mal dadas, nos aferramos a la programación. El culpable es otro. Nos dará para unos meses de pegarle palos al muñeco del pimpampum. Tenemos derecho, diremos, con algo de temblor en la voz, como el de los niños pequeños cuando se va haciendo de noche. Se nota que estamos todavía en esas: no hay más que ver cómo venden aún las agencias de viajes.

Decía que voy a ser optimista. No sé cuánto tardará, y no debemos dar por sentado que llegue, pero quizás los españoles nos demos cuenta de que tenemos la culpa. De que nos metimos en una estafa piramidal y para mantenerla hemos engañado a parientes y amigos. Es hora de dar la cara. De ponerse a currar, de dejar de lloriquear pensando en el spa y en el hotel con encanto. De pagar por lo que usamos y soltar la teta. Es hora de volver a valorar a los que se esfuerzan, a los más listos, a los más honrados, a los que inventan cosas útiles de verdad. Es hora de retribuciones conforme a modelos conocidos. Hay que desmontar la socialización del riesgo que nos ha llevado a promover un modelo en el que nadie es responsable de nada porque otro paga la factura, sea grande o pequeña. Un lugar en el que todo el mundo es tan especial que puedes ser un hijoputa, un vago, un delincuente o un embustero sin que nadie te lo reproche.

Esto sólo se puede hacer reconociendo que todos somos culpables. Que la hemos pifiado. No hacerlo es seguir encerrados en el bucle que nos ha traído aquí.

Procede hacer un exorcismo colectivo que nos saque de dentro el demonio de la molicie. Hay asuntos pendientes, lo comprendo. Comprendo que hay que hacer por meter entre rejas al tonto que nos enseñaba las estampitas. Pero eso no nos lleva a ningún sitio a nosotros si no admitimos con vergüenza que nos engañó porque queríamos engañarle a él. Todos empujamos en esa dirección, mandando un mensaje claro. Les dijimos a los golfos que podían meter la mano en la caja si al sacarla se caían unos billetes que pudiéramos trincar. No mire hacia otro lado indignado, estimado lector; ya sé que mientras tanto el tahúr le metía la mano en el bolsillo y no se daba usted cuenta. Pero es usted, y yo, el culpable. No nos enteramos porque no quisimos; porque anduvimos en malas compañías, y eso que a todos, de niño, nos habían explicado el cuento de la lechera.

Sólo admitiendo que todos somos el listo que quiso engañar al tonto, saldremos de ésta. La indignación debe comenzar por nosotros mismos. Nos engañaron no porque la mentira nos gustara, no sólo. También porque nos aprovechaba; porque sacábamos tajada, aunque fuera pequeñita.

Ya sé que algunos creían que quitarle las estampitas al tonto entre todos es bueno. No seré yo quien dé palmadas en la espalda a esos creadores de religiones asimétricas que nos han llenado la casa de mierda que no huele. Su bondad subvencionada es una patología terrible, porque no saben que están enfermos. Esto que digo se dirige a ellos en primer lugar. No estaría de más que empezasen a golpearse el pecho en vez de culpar al hombre del saco con bolsas de dinero en cada mano. Para ellos será muy duro, porque se han creído que funcionaban las listas de supernanny.

Sin embargo, el peligro está en los demás. Todos los demás, vergonzantemente, nos apuntamos a la fiesta. Ya sé que de boquilla hablaban de los subvencionados, de la ceja, del PER y de los liberados. De boquilla, sí, porque en cuanto podían rascaban como el que más, que Dios me ponga donde haiga. Digo el peligro porque no querrán ser generosos. Querrán echar en cara a millones de españoles los males de todos.

Aunque nos joda, es la hora de echarnos pez y plumas. De llamarnos payasos. Y de cambiar.

Borrón, cuenta nueva y realidad.

Naturalmente, tardaremos unos años en darnos cuenta de esto. Si es que nos damos cuenta.

Mi programa, ya ven, es muy sencillo. No te preguntes quién tiene la culpa. La culpa la tienes tú. Pídete perdón, haz cuentas, paga tus deudas, búscate la vida. Si usted cree que no está en esa lista, haga como que sí, sea generoso. Si todos hacemos eso, será fácil localizar a los otros.

Que tengan un día agradable.