El precio

 

Los acuerdos firmados por el PSOE con ERC y el PNV no son papel mojado. No son una simple llamada al diálogo o la negociación, vacía, para contentar a las parroquias. Ya sabemos que todos los partidos políticos son agencias de colocación y que el futuro personal de muchas personas depende del mantenimiento en el poder —en alguno de sus cubículos— y que esto condiciona toda actuación política. Sabemos que los políticos profesionales no solo mentirán y se desdirán sin rubor, sino que acusarán de mentirosos a los que les recuerden sus mentiras. Sabemos que muchos de ellos no merecen —por capacitación y capacidad— ocupar puestos que les aseguran comodidad, poder, influencia y tranquilidad para ellos y sus familias. Todo eso lo sabemos y hay que ser tacaños con nuestras expectativas acerca de aquellos que más nos convencen, porque casi siempre nos defraudarán amargamente. Pero la realidad de la condición humana no debería llevarnos a admitir cualquier cosa, como si se tratase de acts of god, cataclismos inevitables producidos por fuerzas incontrolables. Como si Pedro Sánchez fuese una figura trágica a la que una sucesión de plagas avasalla hasta el punto de tener que ceder ante un destino inevitable.

No, Pedro Sánchez no es una figura trágica. Ni lo son todos los que miran para otro lado y llevan muchos días afectados por una ictericia galopante que se incrementa minuto a minuto para ocultar un episodio que sonrojaría al más eminente de los truhanes. Pedro Sánchez ha escogido. Para asegurar su poder ha optado por renunciar al lugar donde se sitúa la mayoría de los españoles, el centro, y por disolver las instituciones y su liturgia, apoyándose en los que quieren destruir la nación española y sus reglas democráticas.

Como esto no era posible con un centro y una derecha moderados, no solo se ha echado en brazos de los secesionistas golpistas, los nacionalistas y los herederos de los asesinos —lo son porque siguen aplaudiendo a los asesinos que vuelven a casa por Navidad y porque los manda un tipo que aún no ha admitido su pasado criminal—, sino que está intentando, con todas sus fuerzas que surja un espantajo especular que lo justifique. En su imaginación, en vez de una España centrada, civilizada, moderada y respetuosa de la ley, con minorías controlables en sus extremos, prefiere dos Españas que se gritan, se enfrentan, se acusan de traición, para ver si así, agobiados por el ruido y el miedo, los que temen a la España casposa y nacionalista optan por ellos, como mal menor.

El PSOE ha vendido la España constitucional a cambio de poder, y para que no se lo tengamos en cuenta ha apostado por el enfrentamiento entre españoles. Han creado el mal y quieren que lo compremos como si ese mal fuera el mal menor. La operación es tan cínica y asquerosa que solo espero que pague por ello el mayor de los precios. Que lo pague Sánchez. Que lo paguen todos los que han decidido acompañarlo en este descenso al pozo de la indecencia. Que lo pague el PSOE.

En cuanto a los que andan vendiendo crecepelo, dejadlo, de verdad. La baba que rezuman los papeles firmados con ERC y el PNV es tan repugnante que solo vais a conseguir perder cualquier microgramo de decencia intelectual que pudierais conservar.

La España que viene es una España mucho peor. Y la obra tiene autoría.