Bufones

 

Vengo del Teatro Real, de escuchar música de Donizetti. Y una vez más, ciento setenta años más tarde, Don Pasquale comprende lo absurdo de querer casarse a su edad y Norina y Ernesto reciben su perdón. Donizetti escribió la última ópera bufa que merece tal nombre –Falstaff es otra cosa- y poco después permitió que la sífilis terminase su trabajo.

Y lo hizo innovando. Esto es una coña, claro. Aunque a medias. Para agradecer eternamente a los italianos su generosidad con la cultura occidental bastaría -no se sulfuren con la herejía- con que sólo nos hubiesen entregado la gloriosa historia de la opera buffa. Siempre iguales y siempre distintas, con el sabor único -en cada obra, en cada buena representación- de la verdad, ligera, agridulce, y fugitiva. Los personajes, enredados en los lazzi, nos hablan del amor y la juventud, de la senectud y la ocasión perdida, de la traición y del perdón. Arlequín, Colombina, Polichinela, el Doctor, Tartaglia, el Soldado, los enamorados Florindo e Isabel, la Señora … ¿Falta alguien para hablar de cualquier cosa que de veras importe?

Lo demás es anécdota. Mientras escribo esto escucho La italiana en Argel. Es increíble que una obra tan maravillosa se represente tan poco. Sutil, redonda y divertidísima, el asunto «turco» es lo de menos. De nuevo la lujuria de un anciano poderoso es vencida por la juventud. La música de Rossini nos lo cuenta todo de soslayo; a veces una simple frase, una burla, un comentario, o unas pocas notas que flotan entre los atónitos espectadores, dibujan perfectamente las debilidades de los personajes, que de eso se trata. Todos somos pappataci. ¿Quieren saber de qué les hablo? Cómprenla, acomódense unas horas en un buen sofá, con alimento y bebida adecuados, y no se olviden primero de ir al baño.

Cuando Wagner preguntó a Rossini si había conocido a Beethoven, y el poeta Michotte tomó notas, quedó para la posteridad un ejemplo patético del abandono en el que permitían los vieneses se encontrase el que intuían era el más grande de los compositores. Pero lo más soprendente es el reconocimiento natural, por parte de Rossini, de la poca importancia que Beethoven daba a la música de aquel: «… la ópera seria no está en la naturaleza de los italianos. Para el drama no conocen ustedes bastante la ciencia de la música … Por encima de todo siga haciendo cosas del tipo del Barbero de Sevilla». Cuando salía del cubil de Beethoven, Rossini lloró, pero no por los comentarios del huraño. Era un hombre generoso.

Ese es un ejemplo de la paradoja. El orgulloso Sostatre, duque de Noruega, cantó largas arias y nos demostró su valor, pero la ópera seria no está en la naturaleza de los italianos. ¿Quién se lo iba a decir a Pergolesi? Il Prigionero Superbo le había llevado mucho tiempo, pero era larga y había que aligerar los entreactos para que el público napolitano pudiera respirar y tomar un tentempié después de ver como los dioses «cagan mármol», según la feliz salida de tono de Amadeus. Así que Pergolesi escribió La serva padrona, un divertimentouna cosa ligera y sin pretensiones, y los napolitanos la escucharon, por vez primera, en el año 1733, atragantándose y riendo a carcajadas.

El solterón Uberto discute con Serpina, su sirvienta, una vez más. La razón de la última bronca: lleva tres horas esperando su chocolate y la pícara le espeta que ya es tarde para desayunar, y además lo encierra en su propia casa. Sólo hay una solución, casarse con ella. Pero necesita que los celos y el miedo ante el valentón que incontinente cala el chapeo, le aseguren que su apuesta le hará feliz.

Nadie se acordaba de Sostrate a las pocas semanas, pero La serva padrona viajó por toda Europa y llegó a París. Y allí las muchedumbres la reivindicaron, a la puerta del Théâtre des Italiens, y comenzó la querelle des bouffons, la pelea cyranesca que decidiría si la pequeña Serpina era más poderosa que los héroes de Lully o Rameau. Los hombres se peleaban en los teatros y decidían sobre la superioridad del italiano o el francés a espadazos, mientras los libelos alfombraban las calles de París. El Rey intervino y expulsó a esos italianos, pero dio igual. Uberto y Serpina habían tenido descendencia. Numerosa, descarada y ruidosa.

 

Un comentario en “Bufones

  1. Arlequín, Colombina, Polichinela, el Doctor… Y Scaramouche. ¿Quién es Scaramouche?
    (permitame, , desde el respeto, la licencia de nombrar a este personaje cinematográfico en este estupendo artículo sobre la ópera italiana, pero no me he podido resistir).
    Gracias por escribir como escribe.

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