La insoportable mendacidad

De entre las cosas que se tolera por la mayoría, no hay nada que me irrite más que la mendacidad. Hoy, Josep Rull, un señor que manda mucho en CDC, ha dado una clase en directo en Onda cero.

Cosas que ha dicho:

1.- Que la manifestación de ayer no lo era por la independencia, sino por el derecho a opinar.

2.- Que ellos no están a favor de la desobediencia civil, porque están por que se cumpla la ley, concretamente la ley catalana.

3.- Que la intervención del Tribunal Constitucional es política. Que basta con que el Gobierno no recurra la Ley de consultas que se aprobará en el Parlamento de Cataluña para que la consulta se pueda celebrar.

4.- Que el Tribunal Constitucional no puede oponerse a lo que digan los catalanes. Y que es muy extraño que el TC declare la inconstitucionalidad de parte del Estatuto catalán cuando se había aprobado en referéndum (algo en lo que, acojonantemente, le ha dado la razón Nicolás Redondo).

5.- Que, en caso de que haya consulta, y la mayoría de los catalanes opte por la secesión (él no ha usado esa palabra) lo que habría que hacer es pactar cómo se lleva eso a la práctica.

6.- Que la Ley de consultas que se aprobará tiene «constitucionalidad» y «estaturiedad».

Ayer me explicaba Sámuel, en un comentario a mi entrada, que los asistentes a la manifestación no estaban engañados, que sabían para qué es el referéndum. Claro que lo saben; toda mi entrada era irónica. Ellos lo saben, lo sabemos todos, lo sabe el Consejo de Garantías Estatutarias y, supongo, lo sabrá el Tribunal Constitucional.

Por eso repugna tanto a la razón un discurso como el que acabo de resumir. Los señores juristas del Consejo de Garantías Estatutarias (la mayoría que votó a favor) saben que una consulta general y formal al censo es un referéndum con independencia de que su resultado sea vinculante o no (entre otras cosas porque hay referéndum no vinculantes en la propia CE). Saben que avalar que una consulta así no es un referéndum es un gigantesco fraude de ley, pero les ha dado igual. No juzgo intenciones. Juzgo razonamientos (en la medida en que se condensan en la nota que he podido leer y que redactaron ellos mismos). Y los razonamientos son de chiste.

El señor Rull también está de acuerdo conmigo aunque materialmente afirme otra cosa. Sí, dice que la manifestación no lo era más que por el derecho a opinar, a la vez que afirma que, una vez hayan opinado los catalanes habrá que negociar cómo se lleva a la práctica lo que los catalanes han opinado. Es tan grotesco que en un lugar serio sería embreado y emplumado por faltar a las mínimas reglas de la razón. Si una consulta es solo una consulta, pero hay que cumplir el resultado de la consulta, la consulta es vinculante. Vamos, es un referéndum.

El señor Rull, acostumbrado supongo, a pasarse la ley por el forro, también quiere que el Gobierno de España prevarique materialmente no recurriendo la ley de consultas. Así se resuelve todo, claro. Dejándoles hacer, aunque eso suponga saltarse la Constitución. Y habrá quien diga que la culpa será de Rajoy y cía por presentar un recurso, con lo fácil que sería mirar para otro lado.

El señor Rull también dice que ellos no están por la desobediencia civil porque van a cumplir con una ley catalana. Esto ya es literalmente de traca. Todo el sistema competencial y todas las instituciones catalanas son legales porque derivan de la Constitución. De la misma norma de la que derivan las competencias del Tribunal Constitucional; la misma norma que dice que la soberanía recae en todos los españoles; la misma norma que reserva en exclusiva los referéndum al Estado, en particular en aquellas cuestiones de interés general. Yo diría que la secesión de una parte de España es un asunto que parece de interés general. Cuando se incumplen las leyes del Estado y se desconocen las competencias del Estado, se incumple la ley catalana. La Constitución es una ley catalana. Todas las leyes españolas son leyes catalanas y todas las leyes catalanas son españolas.

En realidad, lo que el señor Rull (y todos los que opinan como él) está diciendo es que no hace falta referéndum más que por razones formales. Que los catalanes son ya soberanos por sí solos; que su parlamento es soberano. Solo así puede interpretarse la idea de que ellos puedan decidir por separado y que exista una razón democrática por encima de las leyes «españolas». Y cada vez que dice eso, el señor Rull ya está manifestando su intención de incumplir esas mismas leyes. Lo demás es mendacidad. Pura y simple mendacidad. Teatrillo. Y hay necios que lo niegan.

Sobre esto resulta patético que se diga que es «raro» (disfuncional creo que ha dicho exactamente) que el Tribunal Constitucional haya declarado inconstitucional partes de un Estatuto aprobado en referéndum. Esta afirmación solo es admisible en alguien que ignora gravemente en qué consiste un estado democrático o que se comporta con mendacidad. Siempre que el Tribunal Constitucional declara la inconstitucionalidad de una ley lo hace oponiéndose a la «voluntad» del pueblo, porque todas las normas se aprueban por la mayoría de los españoles representados por los diputados y senadores. Es tan de cajón que resulta lamentable tener que recordarlo. Y que se trate de un referéndum no implica que tenga una legitimidad superior. ¿O estaríamos de acuerdo en que se estableciese la pena de muerte o la prisión administrativa o la tortura por votación popular ganada por un 51% de votos a favor en un referéndum convocado por el Gobierno? Aprovecho para recordar algo que he defendido siempre: tratándose de algo que implica una reforma constitucional, en mi opinión, ni siquiera el Gobierno es competente para convocarlo sin cumplir los requisitos que establece la propia Constitución para la reforma constitucional. La razón es muy sencilla: una vez permites que la gente vote sobre algo siguiendo un procedimiento ilegal vistes el resultado de falsa legalidad y terminas sometiéndote al populismo. Es algo que recuerda a esas leyes votadas en parlamentos que se hacen el harakiri y ceden sus competencias al poder ejecutivo (así sucedió con Hitler y el parlamento alemán). No hay democracia sin ley.

Por desgracia, estamos rodeados de mendacidad y corrupción. Los catalanes no son distintos del resto de los españoles. Los españoles han tragado durante años con gobiernos y partidos embusteros a pesar de que conocían sus mentiras, porque las cosas les iban suficientemente bien. Y ahora la gente se indigna con aquello que antes consentía. Si los españoles hubieran castigado electoralmente la mentira y la corrupción los partidos se habrían visto en la necesidad de curarse. Y ahora esa misma gente miente y se miente afirmando que es terrible que haya tanto aprovechado, cuando lo que le molesta de verdad es estar pasándolo mal por culpa de la crisis. Y qué hace esa misma gente: dejarse engañar por populistas infames que prometen jauja. La culpa siempre es de otros. Muchos catalanes dicen que la culpa es de «España» y muchos españoles dicen que es de la «casta». Nadie dice: soy culpable por dejarme engañar y por mentir. Por decir que quisiera vivir en un país en el que se cumpla la ley, cuando lo que quiero es vivir en un país en el que se cumpla la ley mientras me convenga. La gente quiere tener las escrituras de sus casas en el registro de la propiedad y llamar a la policía si un tipo embozado entra por el balcón, pero le da igual saltársela para pillar dinero negro vendiendo una VPO o que se la salte algún político si lo que hace cree que le conviene. Luego, llegado el caso, cuando jauja se resista, llegará el crujir de dientes y dirán: no sabíamos que estos tipos eran así. Y volverán a mentir y a mentirse.

No, la clave no es que la mayoría de los catalanes estén equivocados en este asunto. Lo repugnante de todo esto es ver cómo, de nuevo, prevalece la mentira, la deshonestidad.

Somos unos trileros de la peor especie: de la especie que se cree honrada.

 

6 comentarios en “La insoportable mendacidad

  1. Desgraciadamente queda muy poco de la sabiduría popular capaz de detectar los engaños de los salvapatrias. Y del aprecio por las libertades. Experiencia y madurez de un pueblo escaldado por una dictadura, presentes en la Transición. Hoy a personajes como Rull les sobran seguidores capaces de entregar sus derechos de ciudadanía a cuenta de fábulas falaces.

  2. Por supuesto que la solución a todo este embrollo sería que el Gobierno de la Nación no recurriera la ley de consultas que planea aprobar el Parlament. Recordemos el embrollo del que, al decir de sus promotores, trae causa éste: el Estatut. El Estatut fue redactado desde fuera de la Constitución, con la clara intención de suplantarla en los aspectos que a sus promotores les resultaban molestos y que, lo que son las causalidades, son los mismos que se lo resultan ahora. Y aún hoy seguimos oyendo el reproche, de boca del señor Rull en este caso, de que el problema fue que se recurriera semejante bodrio ante el TC. Lo suyo, dicen, sería haberlo dejado pasar;haber dinamitado la espina dorsal de nuestro ordenamiento sin hacer ruido.

    El resto de los argumentos que maneja esta tropa rivalizan en profundidad dialéctica con lo anterior.

    «La democracia es votar. Y nosotros sólo queremos votar». Reducir la democracia al voto, sin reglas y sin límites, es equivalente a llamarle partido de fútbol a perseguir una pelota a puntapiés. Y no. Un partido de fútbol se caracteriza por celebrarse bajo unas reglas, entre las que está la que determina que sólo el portero puede tocar el balón con la mano si se encuentra dentro del área. La democracia ha de estar regulada por unas reglas que determinen quién, qué y cómo se vota. Si no será otra cosa. Una cosa en la que la gente votará, sí, pero no será democracia.

    Y que no vengan con que es antidemocrático desoír la voz de la, dicen, mayoría; la voluntad de un «pueblo». Un régimen en el que la mayoría, siempre eventual, que nada es inmutable, no tiene límites a su voluntad no es una democracia: es una dictadura de la mayoría.

  3. Sin restar un ápice a su razonamiento, ha usado demasiadas palabras: es mendaz en cuanto dicen que se van a saltar la ley con sus pedazos de cojonazos y cuando lo hacen, se echan las manos a la cabeza porque, efectivamente, se han saltado la ley. Son críos.

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