Varios

Lentamente voy perdiendo el vicio de la falsa conversación y de leer mensajes al tuntún y, a veces, marcarlos con orina o golpearlos como con una raqueta de tenis para que reboten en alguna pared y terminen en cualquier patio. Incluso creo que voy perdiendo el vicio de la inmediatez.

Si me esfuerzo, puede que esté a tiempo de empezar a pensar cada vez mejor y no de manera cada vez más descuidada, como me estaba ocurriendo.

Aunque supongo que ustedes me perdonarán si de cuando en cuando escribo lo primero que se me ocurre. Hay en ello una cierta costumbre que quisiera salvaguardar.

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Hace unas semanas vi por casualidad una película canadiense: Profesor Lazhar, del director Philippe Falardeau. Me gustó mucho y por eso la recomiendo.

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Hoy he tenido ocasión de escuchar de nuevo el concierto para violín de Max Bruch. Es mejor no hablar mucho de cómo y con qué comadronas lo parió el pobre Bruch, del escaso fruto que obtuvo por su composición y de lo insoportable que se le hizo, precisamente por la fama que adquirió rápidamente la obra, al tiempo que su autor iba cayendo en la indigencia. Es una obra hermosa. Recordémosla por eso.