El Rey-de-las-ratas


En el museo Mauritianum de Altenburgo se encontrará usted con esto:



Es el «Rey de las ratas» más famoso del mundo. Fue encontrado (muerto) en 1828 y está formado por 36 «partes». Digo lo de partes, porque el folclore popular (desde el siglo XVI) los consideraba una especie de «superrata», capaz de dominar a sus congéneres, obligándoles a «alimentarla».

Como se mostraban en barracas de feria, los investigadores han sido siempre tela escépticos con el monarca. Más aún considerando que el candidato a pegamento de las colas es la orina, el semen o los restos de alimentos, y eso no cuadra mucho con la proverbial limpieza de las ratas. Además, estos góticos seres han aparecido sobre todo en Alemania, y su localización se solía «cocinar» con espeluznantes batallas de algún molinero atacado. Demasiado bueno para ser cierto.

Sin embargo, aun hay esperanza para el bicho. Salvo dos casos de rey formado por ratones de campo (uno de ellos, ¡en Java!) y un rey de las ardillas (y no me fío mucho de éste), todos están hechos de ratas negras (rattus rattus), esos aristocráticos animales que estuvieron a punto de cargarse a la humanidad. Cada vez quedan menos ratas negras (la rata que vio usted el otro día, seguro que era una plebeya y «alcantarillesca» rata común o rattus norvegicus). La razón de que los reyes sean «negros» tiene, posiblemente, que ver con la longitud de la cola. Las ratas negras tienen colas más largas y las utilizan para escalar (suelen vivir en la parte alta de las casas, en buhardillas y desvanes).

Además, las acusaciones de fraude (probables en algunos casos) no parecen sostenerse cuando se trata de hallazgos (algunos recientes, en Francia, en 1986, y en Estonia, en 2005) de reyes tristemente fallecidos en lugares inaccesibles, y tras la demolición de alguna pared. Y las imágenes tomadas usando rayos X muestran anudamientos poco marineros, como en el caso del último rey francés.

Para probar si la monarquía constitucional era posible, unos holandeses con bata blanca, pegaron, en 1965, unas ratas comunes y las dejaron a ver que tal se llevaban. Lo malo es que empezaron a matarse a mordiscos. Pero claro, la rata plebeya tiene una mala hostia también proverbial, así que el experimento no parece que estuviese muy bien diseñado. Y es que, por otra parte, no parece que a uno le tomen muy en serio si se dedica a estudiar estas cosas. Por eso hay pocas referencias. Yo, personalmente, aporto otra teoría a este campo tan poco hollado: quizás suceda que algo hace bostezar a las ratas al unísono (admito hipótesis) y el bostezo las empalma inmediatamente (sepan que las ratas, al bostezar, tienen una erección fulminante).

Al final, la ayuda para el «multirroedor» ha venido de las matemáticas. Jan Eggers, un matemático de la Universidad de Bristol, y sus amigos, estudiaron las condiciones en que cables de diferentes longitudes pueden llegar a anudarse. Y concluyeron, al parecer, que los cables deben tener cierta longitud mínima (a partir de dieciséis cm la cosa va que no vean), y además, que no hace falta pegamento: es suficiente con revolver los cables unos cuantos segundos para formar los primeros nudos. Así que bastaría con apretujamientos producto del frío, o de la lucha por la fembra placentera, y algo de mala suerte.

Si se preguntan por qué me he puesto a escribir sobre esto, les diré que esa idea de ratas que no dejan de mezclarse, hasta el punto de terminar unidas definitivamente por sus colas, me ha parecido la leche de humana. No me digan que no conocen más de un «Rey de las ratas» por ahí, revolviéndose, intentando despegarse y, a la vez, apretando más y más fuertemente sus nudos.

9 comentarios en “El Rey-de-las-ratas

  1. Dice el impagable* Bremaneur en el NJ que tenía usted puesta la cabeza en mí y en lo mucho que he sido capaz de decepcionarle. Como sé que es el típico enreda que mata su aburrimiento con eso, enredando, no puedo tomarlo en serio.
    Las ratas no me caen bien, querido amigo. Me dieron tantos quebraderos de cabeza en el trasdosado de mi laboratorio -ahora tranquilo- que renuevo periódicamente el alimento-veneno para que sigan reventando.

    *Bueno, permítase la figura retórica: hemos descubierto recientemente que podría hacer cualquier cosa por unas espumillas (esferificadas o no) del Bulli.

    1. Crítico, como comprenderá (ya sé que usted no me lo pide), no tengo intención de andar aclarando especulaciones de nadie sobre lo que tengo en la cabeza cuando escribo esto o aquello.

  2. ¡¡Joder, qué susto!! Al leer el título de la entrada pensé que nos iba a hablar de ZP.

    Sí, es realmente curioso por qué acaban entrelazándose de esa manera. Es una suerte de promiscuidad suicida incomprensible. Todo gracias al tamaño del rabo. Para que luego digan que el tamaño de semejante miembro no importa: ¡te lleva a la muerte!

  3. En efecto, Tse: humanas, demasiado humanas las ratas negras. Y ya saben ustedes: si no quieren enredarse, córtense la cola.

    (Y, claro está, olviden el Viagra.)

  4. Este texto a mí me ha recordado dos cosas, tan o más asquerosas de ver como sus líos de ratas:

    uno, los parques (y no precisamente por su continuidad, sino), por la afición de los padres a colocar a sus hijos recubiertos de comida, en el centro de una gran, enorme concentración de ratas aladas, que cualquier día coloco yo ahí algo mío;

    y dos, las luces del árbol, que cada año enrollo, guardo y deposito en el fondo de la caja con una paciencia de ebanista, de pescador o de de de de Job, pero que siempre —y espero que tenga nada que ver con ello su vida sexual (¿estamos rodeados de hijos de puta?)— aparecen enredadas como si las hubiese tirado a la caja desde el balcón.

    En otro orden de cosas, qué asco de foto.

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